Montag, 21. März 2011

Verano en una taza de café

Hacía calor y Telémaco, vestido con una delgada túnica blanca, subió y se sentó al filo de una gigantesca taza llena con café colombiano de marca alemana. Sus pies chapotearon y el café se encrespó, se levantó en una sucesión de espinas oscuras que le mancharon la ropa. A la superficie del café afloraron enormes erizos blanquinegros dispuestos a trepar por los contornos de sus piernas, pero, después de algunos fallidos intentos, decidieron abordar el montículo de arena que mostraba su morro amarillo sobre el otro filo de la taza. Penélope, su madre y activa tejedora, que veraneaba en esa isla arenosa, frotaba con mucho cuidado las piernas con Nivea 12 para proteger su piel de los rayos solares, luego continuó con los brazos, el vientre, el contorno de los senos. Ulises, que descansaba con el sombrero puesto sobre la cara, le ayudó a pasar la loción en la espalda. Los senos blancos de Penélope desaparecían tras las olas espumosas del café. De pronto, una cuadrilla de tortugas inició su marcha siguiendo la pista tejida con los largos cabellos de Penélope. La marcha era lenta, demasiado morosa. Penélope sacudió su larga cabellera y las tortugas, una a una, cayeron y se hundieron en el café. El gran poeta Homero escribía los primeros versos de su próximo best-seller en las piernas de Penélope con un bolígrafo Stabilo que le había regalado Joschka Fischer, eco-pacifista ministro de relaciones exteriores de Alemania, aquella oportunidad en que llegó a la isla para realizar unas eco-vacaciones-visitas protocolares e informarse si era necesario recomendar el envío de las tropas de guerrepacificación de la ONU y sacar, a las buenas o a las malas porque ya no había otra salida, esa peliaguda espina clavada entre tirios y troyanos. La editorial Niemand le había hecho un adelanto de cinco mil dólares norteamericanos y el poeta era voceado como el próximo ganador del Premio de la Paz que otorgan los libreros durante la Feria Mundial del Libro de Francfort, por su activa participación en lograr el armisticio entre los ejércitos invasores e invadidos.
Telémaco, cansado de estar sentado en una de las orillas de la taza, sacó los pies y saltó sobre la mesa, pero, debido a un mal calculo, pisó una esquina del platillo y tiró la taza. La corriente de café lo arrastró y, aunque se aferró al mantel que cubría la mesa, resbaló y cayó al piso. El golpe lo dejó atolondrado. Penélope y Ulises chapoteaban contra la corriente y lograron cogerse de una esquina de la mesa. El poeta Homero les alcanzó su bolígrafo Stabilo y evitó que cayeran al piso. Ulises, repuesto del susto, templó su arco y corrió por toda la superficie de la mesa en busca del boicoteador, del hijo de la jijuna que volteó la taza de café donde se soleaban tranquilamente. Telémaco, recuperado del costalazo, sacó de la nevera un par de botellas de cerveza Kölsch y les invitó a sus padres. Ulises dijo que prefería una Pilsen. El poeta Homero, ofendido, pidió vodka Gorbachov o por lo menos un Cuba Libre. Telémaco le ofreció un güisqui porque dijo que no tenía porquerías comunistas, a lo que el poeta protestó diciéndole que se deje de mariconadas y que le sirva, en todo caso, un Mojito...

Al fin, hace varias lunas que estuve intentando mandarte un fax cuando me enteré que habías secuestrado a la hermosa Helena. ¿Qué pasa con tu fax? Si tienes una dirección electrónica, mándamela a la siguiente dirección: corintios@hola.com. ¿Sabías, Paris, que hay un lugar que se llama Villa Agrippina donde se habla alemán y también hay otro lugar llamado París y en donde se habla francés? Seguramente no, porque estás entretenido entre las primorosas piernas de Helena, la bella mujer de Menelao. Te imagino en tu tienda de campaña bebiendo vino de los cimbreantes senos de Helena. Porque en ellos dicen que no hay leche sino delicioso vino con el que solía embriagar a su adorado Menelao. Seguramente, tus manos de tosco soldado no se cansarán de moldear la curva de sus nalgas embrujadoras; tus dedos, ¿qué harán tus dedos? Tu boca, ¿en qué oscuro recoveco hallará el sabor de la locura? Helena ante tus ojos, coqueta, morbosa, gozosa, ardiente, sin freno, lasciva, una marranita a quien dicen que le gusta que la jodan por el culo. Las noticias de primera plana en los periódicos informan que Menelao está reuniendo a su ejército para liberar a su amada. La guerra de los mundos, de las civilizaciones, de las culturas, titulan sus pasquines. Tú, Paris, te has convertido en la comidilla de la prensa amarilla. ¿Es verdad eso de que gallina vieja da buen caldo o que violín viejo suena bien? Ves, Paris, hace unos días eras un oscuro soldado, hoy toda una revelación, un general que ha tenido el acierto de obligar a luchar a un enemigo que jugaba entre la chicha y la limonada. Te cuento, Paris, en este lugar que se llama Villa Agrippina he conocido a una rubiecita, tan mona, tan ella, a quien no me cansaré de amarla porque dicen que el mejor método para aprender el alemán es el audio-sexual. Me corro sólo al escucharla decir: ich liebe dich y mehr, mehr liebling... Te cuento, Paris, estoy aprendiendo el inolvidable y mítico lenguaje del amor, de la carne. Mi alma se le encomiendo a las manos de tirios y troyanos que mi cuerpo se lo entrego a mi bella germanita.
Telémaco aún recuerda la primera vez que se masturbó. Fue en el Hotel Holiday Inn de Itaca y lo hizo recordando a Raquel Welch que la vio cabalgando desnuda sobre un potro salvaje en una película que habían proyectado en una de las salas del cine Oráculo. Después, feliz, satisfecho, en el balcón del hotel, cantó:

Ven, vamos a comernos a mi abuelita,
Yo me como el pecho y tu una piernita.
Oh, que celestial aroma,
que sabor tan fino tiene mi abuelita.
Uno de estos días se nos acaba todo,
gran problema, ¿a quién devoraremos?
Entonces ponemos una trampa:
¡Primero cae en la trampa el abuelo!
¡Después cae en la trampa Homero!

La catedral de Villa Agrippina le recordó a Telémaco al gigantesco caballo de Troya. Ulises, con el arco al hombro, se acercó con curiosidad al bullicio de la estación del ferrocarril. Mientras tanto Penélope compraba un par de postales con vistas del Rhenus y sus puentes de acero, de las calles viejas de la ciudad, de la catedral, del ayuntamiento, del relicario donde dicen se encuentran los restos de los tres Reyes Magos, Ulises le propuso, tomándole de la mano, irse a pasear por las orillas del Rhenus aprovechando el calorcito incipiente del estío germano. Penélope, romántica imperdonable, se colgó de la cintura del bravo guerrero y se echaron a caminar por un delgado sendero que desembocaba en una amplia alameda bañada por la corriente del río.
Homero y Telémaco, por su lado, entraron en un bar. El poeta pidió una botella de vino y el joven una cerveza Kölsch. Después salieron con la idea de conocer el ayuntamiento gótico y los baños romanos. En un banco, cerca al Museo romano-germánico, se encontraron con un hombre que hacía anotaciones en un cuaderno. ¡Momento!, dijo Homero, ¿ese hombre que está ahí sentado no es Heinrich Böll? Telémaco miró en dirección del hombre señalado y contestó: ¡Claro!, es el autor de El pan de los años mozos. Homero sacó de su bolso el libro Mujeres a orillas del río y se acercó al banco. Maestro, dijo, con todo el respeto que usted se merece, quisiera que estampe su firma en este libro suyo. Heinrich Böll abrió el libro, una edición a todo lujo, y preguntó por el nombre de su admirador. Póngale: A Homero. Tiene usted un nombre poético. Bueno, le contestó Homero, el nombre se lo debo a una de mis amantes. Ella escribió dos libros, que desde su punto de vista eran muy malos, pues era muy crítica frente a sus textos. En un arranque de bondad me entregó los manuscritos de La Iliada y La Odisea y me dijo que los podía publicar bajo el nombre de Homero, que fue el nombre de su padre.
A sus pies, dijo Heinrich Böll, emocionado y reconociendo en el hombrecito enjuto y de túnica ocre al gran poeta griego, para usted no soy más que un simple orfebre de las letras, que a las justas maneja unas cuantas reglas de sintaxis, algunos vagos conocimientos de ortografía y antes de que publicaran mis primeros libros me alimenté de hierbas. Ahora justamente estaba haciendo las cuentas para saber cuanto de dinero voy a recibir por mi último libro Retrato de grupo con señora. Después de medio año se han publicado algunas críticas positivas, se han vendido trece ejemplares por lo que tengo un saldo favorable de cinco euros con cuarenta y seis céntimos. Recibí un adelanto de ochocientos euros, o sea, si las ventas continúan así, voy a necesitar ciento cincuenta años para cancelar el adelanto. No se lamente tanto, le reconforta Homero, yo estoy peor que usted, yo no he recibido hasta la fecha ni un euro por mis libros. He leído en revistas y periódicos, incluso en la televisión transmitieron un informe, sobre las enormes ganancias de los editores, la incontable cantidad de reimpresiones y traducciones a todos los idiomas del mundo, sin contar con todas las impresiones piratas y las filmaciones en base a mis libros, pero a mí no me han llegado ni las gracias de los afortunados. Ahora estoy en Villa Agrippina gracias a la gentil invitación de Ulises y su bella y fiel esposa, Penélope. Maestro, este encuentro lo tenemos que celebrar, dijo Heinrich Böll, esta noche le invito a compartir unos vinos en el Billar a las nueve y media.
Homero estaba sentado a la barra del bar cuando entró Heinrich Böll, puntual, como todo buen alemán, a las nueve y media. Brindaron con vino en nombre de los dioses del Olimpo y las musas de la Casa sin amo. Horas después Homero tenía en sus faldas a una linda joven que decía llamarse Claudia Ara Agrippinensis. Heinrich Böll sacó una carta en la que Hans Werner Richter lo invitaba a participar en un seminario organizado por el Grupo 47. El tres de mayo los dos escritores se embarcaron en un tren que los llevó hasta Bad Dürkheim, ciudad donde se realizaba el encuentro del Grupo 47. Homero fue acompañado por Claudia Ara Agrippinensis. Los escritores reunidos no esperaban la presencia del aclamado poeta griego y en un improvisado recibimiento, rindieron pleitesía a la obra y a la persona del insigne escritor griego. Al término de la reunión Heinrich Böll recibió la suma de mil euros como premio del grupo por su historia Die schwarzen Schafe.
Con los años la amistad de los escritores se fue profundizando. Cuando a Heinrich Böll se le otorgó el Premio Nobel de Literatura viajó a Grecia para celebrarlo con su amigo y maestro. Lamentablemente la fiesta celebratoria fue nublada por la muerte repentina de Argos, el perro de Ulises. Homero se encontraba sumido en una profunda depresión. Ulises borracho de pena. Penélope llorando como una Magdalena. Entonces Heinrich Böll continuó viaje a Israel y un par de meses más tarde Retrato de grupo con señora se convirtió en el libro del mes en Estados Unidos de Norteamérica.
A la muerte del escritor alemán, Homero estaba ya muy viejo, casi ciego, además un cáncer de próstata en estadio muy avanzado y una infección de la prótesis de cadera lo tenía inmovilizado en la cama, por lo que en su representación mandó a Telémaco con un discurso épico en homenaje al Premio Nobel de Literatura que por su compromiso al lado de las causas pacifistas se le achacaba actividades terroristas en Alemania.

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