Freitag, 1. Juli 2011

Hay algo en el temblor de tu discreto carmín


Hace días que le estoy dando vueltas al asunto. Pero siempre ocurre algo que me hace olvidar o posponerlo. Sé que este gesto te haría muy feliz. Este es un intento más. Quiero escribirte y, en verdad te digo, no sé cómo hacerlo. No se me ocurre nada. Quizá deba saludarte con un elocuente Te amo, mi princesa. Te amo, mi reina reinante. Quizá decirte cosas directas, esas que te ponen cachonda, las mejillas rojas y sientas como trepa un zum-zum hormigueante por todo tu cuerpo. Podría empezar escribiendo que Me gustan tus pechos dulzones, que Me transtorna la densidad enmarañada de tu matita ensalvajando tu sexo, que Enajena mis sentidos el vibrar de tus caderas y el roce de tu tanga bajando por tus muslos. Tal vez sería mejor decirte que en estos días la figura más constante que he tenido de ti es la de una muchachita de mirada palomilla entre distraída y penetrante, de labios rosados proteícamente provocantes que de pronto se tornan sonrisas tenues, suaves, élitros en medio de un rostro que me arrastra sin embages a soñar contigo envuelto en las sábanas de tu piel. Después decirte munanaycuway sonqochay.
Una chica con una minifalda azul y unas piernas soberamente estupendas está junto a mí en la estación del bus situada casi a la salida del hospital. Me inquieta su nerviosismo, el constante mira-mira a su reloj como quien dice sin decir nada Estoy tarde, díos mío. Carajo, voy a llegar tarde. Ese deambular nervioso me recuerda nuestro primer embarazoso encuentro en el aeropuerto. Tú sonrojando ante mis ojos coquetos que te tragaban, que te desnudaban y se metían en tu alma como un taladro sediento. Ese beso urgente y necesario entre frutas y alimentos empaquetados que exhibía el supermercado y que aumentó el rubor de tu rostro y el temblor de tu carne. Bésame, te dije. Muchaway. Küss mich, anda, no seas mala. La muchacha gira, mira una y otra vez su reloj. Tengo la sensación que quiere marcharse, dejarme solo en el paradero, sin embargo se queda, como si tuviera los pies de plomo, como si las piernas formidables le pesaran algunas toneladas. Cada vez está más oscuro.
Y si se fuera, me digo, yo no podría ir tras ella. Más bien pensaría en ti, me pondría a imaginar como la noche traga tu figura. Pensaría en la lejanía, en los miles de crecientes kilómetros que nos separan. Evocaría la ciudad donde habitas y sus calles arboladas y casi vacías. Claro, yo tampoco podría irme, imposible largarme sin ti, mi reina, mi vida, los lobos de la noche me devorarían. Tú eres mi salvoconducto en las fantasmales oscuridades. Por eso tengo el deber ineludible de decirte que tú eres mi muralla defensiva, la mano que levanta mis esperanzas, la luz que se hincha al final del túnel. Es que tú eres, sin duda alguna, la mano que encenderá la luz de la esperanza en los albas venideros. Noqa munaquyqi, liebling.
Los minutos corren a razón de sesenta segundos de deseos voluptuosos y se hace tarde, anochece velozmente en mi corazón, aunque creo que no será tarde para amarte, nunca será de noche para decirte en el oído que eres la flor que cultivo en el jardín de mis sueños, que soy el jardinero que cuida y alimenta el rosal de tus besos y caricias. Además, aunque me digan que es ridículo, un tanto melodramático declararte mi amor, enviarlo en los susurros del viento o en el eco de la lluvia que ahora cae y me moja el cabello. Dirán tantas cosas, pero te amo más allá de las cordilleras, de los desiertos, de los ríos y del lugar más claro de la luna. Y aunque el frío me reduzca a brisa mi voz está contigo en el bus que te lleva a casa luego de salir de tu trabajo. Ich liebe dich, urpichay.


Acabo de llegar al gimnasio. La gente entra y sale. A pesar de los sudores no hay efluvios malignos. Ene mene meck, der Speck ist weg! Terminada mi sesión de ejercicios, me cambio lentamente, pero sin llegar al exhibicionismo de algunos que se desnudan y caminan hacia la ducha con aires marciales de tener buen culo y un sexo envidiable. Salgo a la calle y el cielo sigue llorando inconsolable. Desde hace ya unos días una tristeza enorme me atraviesa hasta los huesos. Otra muchacha, envuelta de negro absoluto, camina a mi lado. Miro sus zapatos, sus tobillos, intento adivinar el arco de sus caderas y el bamboleo de sus senos. Sus ojos miran a uno y a otro lado, pero no me miran, no ven que yo la miro con curiosidad. Entonces me asalta tu mirada, me encaraman tus besos sin escalas ni parametrajes y silvo los gemidos de Yo te amo... yo tampoco, Je, t’aime, princesita. Te veo bajar del bus y caminar distraída por esas calles semioscuras que te llevarán a casa.
Bajo las escaleras que me conducen al subterráneo donde queda la estación del tranvía. Miro el teléfono móvil y me cercioro que nadie ha llamado ni ha enviado un mensaje. Una muchacha baja apurada haciendo retumbar los metales de las escaleras con sus tacones. Entonces tengo deseos de tener tu blusa con el escote más atrevido, tus pantys más sexys, tu tanga más exótica y diminuta, tu falda con el corte lateral para mostrar la firmeza erótica de tus muslos y también se me ocurre ponerme tus zapatos con los tacos más agudos, cruzar mi pecho con tus sostenes a manera de cananas y pintarme discretamente los labios con tu carmín preferido. Y claro, quisiera pedirte permiso para serte infiel, o sea, amar a tu sombra, a tu recuerdo y a esa mujer que en ti aún no he descubierto o que me sorprende cada vez que nos encontramos. Después escribir parafraseando a María Emilia Cornejo que soy el muchacho malo de la historia, el que fornicó con tres mujeres y le sacó cuernos a su mujer. Pero viene el tranvía y olvido estos antojadizos anhelos y pienso en tu boca, en tus besos, en el sabor de tu cuello y el perfume de tus cabellos. ¡Ay, como noqa munaquyqi, mi cuerito lindo!
En el tranvía me siento y a los pocos minutos ya estoy cabeceando, aunque el instinto me mantiene alerta para no pasarme de paradero. Siento la pesadez de los párpados. Pienso en tu sexo y sonrío, ah, me toca bajar. El viento barre la calle y la suave lluvia escarcha mi cabeza. Me duelen los pies y cuanto quisiera calzar tus graciosas zandalias de casa. También deseo hacer pis y acelero el paso. Mis zapatos resuenan en las calles mojadas sin el habitual zapateo de cientos de transeúntes. Ya en casa voy corriendo al WC. Qué alivio expulsar los orines como un chorro humeante. Me pongo cómodo. No sé si beber un té frente a la televisión o frente a la computadora. Finalmente decido escribirte, o por lo menos, volver a intentarlo para decir que te extraño, mi conejita más amada. Sonqochay.
A duras penas logro abrir mi pecho, mi alma es una loca campana llevando en sus sonidos mi mensaje. Te digo que respiro tu energía, tu valor y bebo la fe tuya en el hueco de tus manos. Me alegro saber que despiertas amándome como yo te amo, que eres la amiga que me comprende sin restricciones, la mujer que me ofrece refugio cada vez que mis fantasmas me persiguen, la amante que arde en todos mis deseos, la esposa que me ofrece su hombro en el instante más oportuno, la novia que me envuelve con los paños de su tierna timidez, la prostituta que se aviene a todo el arsenal de mañoserías con la dulzura de las noches más calientes. Munanaycuway siempre.
Ya no encuentro más palabras, ni sustantivos ni adjetivos, para decir con mayúsculas cuanto te amo o decir simplemente ICH LIEBE DICH princesita mitad ángel y mitad demonio. Warmichay , ¿imatataq mosqokuranki chisi? Yo siempre sueño contigo, sonqochay.


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