Donnerstag, 21. Februar 2013

Un cuy entre alemanes


Y Michaela también se me fue a pesar del juramento de querernos hasta llegar a viejitos. Nos imaginábamos ancianos caminando con bastones, llegando, arrastrando los pies, hasta una de las bancas de la Uniwiese y ahí, tomados de las manos contemplar la puesta del sol en el verano, la caída de las hojas en el otoño, ver jugar a nuestros nietos en las nieves invernales. Pero una mañana, creo que se levantó con el pie izquierdo, y me dijo que ya no me quería y que era mejor separarnos. Otra vez la soledad, el abandono, pensé que iba a morir. No sé por qué extraños motivos La casa del sol naciente de Evelyn García aumentó la nostalgia, sin embargo pude percibir que cada capítulo de la novela estaba precedido, sin excepción, por citas de autores como advirtiéndonos lo mucho que ha leído la autora. Al poco tiempo llegó el mes de julio, el verano empezó a flamear sobre la ciudad. Todos los peruanos, cholos y no cholos, todos, como en competencia, se mostraban patriotas, defensores del suelo peruano, de la cultura peruana bailando salsa y tomando cerveza Kölsch hasta embriagarse y terminar armando broncas fenomenales. La embajada peruana en Bonn también había invitado a celebrar el 28 de julio. Muchos peruanos bien “enpilchados” asistieron a la reunión de la peruanidad, luego de eso nos reunimos en mi casa. Mientras el embajador se hinchaba el pecho de patriotismo yo estaba en casa leyendo la Resurrección de los muertos de Gamaniel Churata y cuando la tropa de patas llegó, algunos con síntomas claros de borrachera, una amiga peruana ya tenía lista la cena. A medianoche hombres y mujeres ya estaban borrachos y habían arrasado con el bar. Todos se sentían bien peruanos y cantaban desentonados “Cholo soy y no me compadezcas...”. Días antes me había emparejado con Monika y la conversación muy animada con la novia del Gordo había despertado sus celos. La locura de los celos la había llevado a destruir los espejos del baño, a tirar las macetas en la bañera, no contenta con eso, vino a donde estábamos y, emulando a David Copperfield, jaló el mantel de la mesa, pero le falló el truco y volaron tazas, vasos, copas, platos y botellas al suelo. La sorpresa nos dejó a todos en silencio. Walter Komm mal mit!, fue la única orden que hizo Monika. No, cholito, no te vayas, esa gringa grandota te mata. El gordo se presentó como mi abogado, pero ella furiosa, le ordenó: ¡Vayate, Gordo, váyate! El Gordo me bendijo y me dejó pasar. Monika ya estaba metida en la cama, me senté a su lado, esperando una explicación. Pero ella ya estaba más tranquila y más bien empezó a pedirme disculpas. Igual que José al enterarse del embarazo de María en El quinto mandamiento de Marco Cárdenas, empecé a reprocharle su extraña actitud a Monika. Estuve celosa de la novia del Gordo, creía que quería algo contigo, me dijo. Después hicimos el amor, que siempre después de una bronca, es mucho más rico...