Donnerstag, 23. Januar 2014

Semana Santa (2)





A la memoria de Pedro Huilca (Dirigente obrero, asesinado en 1992 por el grupo paramilitar “Colina”) y Jesús Páez (Dirigente obrero y barrial, desaparecido en 1977 durante la dictadura de Morales Bermudez).
A la lucha del pueblo cajamarquino en defensa del agua, la vida y la dignidad.

Un grupo de trabajadores, campesinos y amigos se encontraban cenando. De pronto golpearon la puerta. Todos se quedaron en silencio, a la expectativa, mientras la madre de Pedro abría la puerta. Apenas giró el picaporte, los soldados, empujando a la anciana, tirándola al suelo, atropellándola, ingresaron a la casa en busca de los dirigentes medioambientalistas de Cajamarca. A patadas rompieron todo a su paso. A los gritos de terroristas les ordenaron ponerse de pie contra la pared.
Tranquilo, con gafas oscuras y las manos a la cintura, entró el capitán Carlos. Su mirada oculta recorrió el recinto.
—¿Quién de ustedes es Jesús, terroristas de mierda?
Nadie contestó. El capitán Carlos, con ese semblante de maldito, de asesino, se acercó a uno de los campesinos. Le colocó la pistola en la cabeza.
—¿Cómo te llamas tú, terrorista conchatumare?
—Pedro —casi demudado, contestó el hombre.
—A ver, Pedro —suavizando la voz—, dime ¿quien de todos estos terrucos es Jesús?
A lo lejos se escuchó cantar tres veces a un gallo y Pedro Quesquén negó conocer a un tal Jesús, dirigente ambientalista de Cajamarca, llamado soezmente terrorista por el omnipotente uniformado. Un golpe secó lo derrumbó al suelo y la bota del militar, estrellándose en su cara, ahogó un quejido. Dos invitados más fueron brutalmente ultrajados. Cuando Jesús Mendoza, sopesando la situación, quiso entregarse, Judas Chirinos se acercó a Jesús y le dio un abrazo.
—Este es el hombre que ustedes buscan —le dijo al capitán Carlos.
—¿Así que tú eres el famoso Jesús? ¡Te vas a arrepentir de haber nacido, terrorista, hijo e’ puta!
El capitán Carlos lo cogió de los cabellos y le torció la cabeza hacia atrás, le encajó un rodillazo en el vientre y lo remató con un golpe de pistola en la cabeza. Jesús cayó al suelo como un pesado bulto, no tuvo tiempo de dar el más mínimo quejido de dolor.
—Ya saben —les dijo a sus soldados—, a este me lo llevan y así, como en Madre Mía, me lo crucifican para que aprenda a no meterse donde no lo llaman.
Los soldados arrastraron a Jesús Mendoza hasta la calle y lo subieron a una comioneta sin placas. Le sacaron los zapatos y los botaron diciendo que ya no los necesitaba más, luego lo amarraron de pies y manos. El vehículo, como alma en pena, surcó la ciudad de norte a sur llevando su preciada carga. En una casa perdida entre bosques y enormes peñascos se detuvieron y bajaron al prisionero. Nuevamente a rastras lo llevaron al interior de la vivienda y lo bajaron al sótano.
El médico militar comprobó que seguía vivo. Entonces lo amarraron a una mesa hecha de palos y le colocaron una corona de electrodos en la cabeza. Un soldado le metió en la boca un trapo empapado en vinagre para silenciar todo grito posible. La primera descarga eléctrica lo hizo saltar sobre la mesa del suplicio, se le destemplaron los músculos y chirrió su dentadura. No pudo controlar los esfínteres y el mal olor se extendió en toda la sala. Asqueado el médico militar ordenó a los soldados que limpien la cochinada. Luego, otro de los soldados vino con cuatro enormes clavos.
—¿Para que es eso? —Preguntó el médico militar.
—Jefe —contestó—, el capitán Carlos ha ordenado que lo crucifiquemos para que haga honor a su nombre.
—Enfermo de mierda, ¿y seguro quiere también que le pongamos una corona de espinas y lo llevemos al cerro Santa Apolonia? En fin, a mí que chucha me importa. Entonces, ¡clávenlo de una vez!, conforme les ha ordenado su jefe.
Los clavos como rayos de fuego perforaron las extremidades de Jesús Mendoza. Sus gritos estremecieron el recinto, en el momento que el trapo con vinagre escapó de la boca. Sus gemidos de dolor eran balbuceos lastimosos.
—¿Por qué no mejor me matan de una vez?
—Estás muy huevón —dijo el Capitán Carlos que acababa de entrar—. ¿Quieres que te matemos para que resucites después de tres días?
Los torturadores, acompañando al capitán Carlos, echaron a reír estruendosamente.
—¿Por qué me hacen esto? ¿Qué mal les hice? —Preguntó Jesús Mendoza haciendo acopio de todas sus fuerzas
—Conchudo de mierda, te pasas todo el tiempo pregonando igualdad, justicia social, levantas a la gente contra el progreso, en defensa del agua y la vida. ¿No eres acaso el inventor de ¡Conga no va!?
Atormendado o compadecido, un soldado le clavó la bayoneta en un costado. La sangre se apuró a borbotones y Jesús Mendoza cerró los ojos martirizado por intensos dolores. Un sueño urgente lo introdujo en una de las lagunas de Celendín. Desde lejos su padre le tendía una mano inalcanzable. “Hijo mío —le dijo el anciano— yo no te he abandonado”. Mientras el agua cristalina lo cubría, un coro de gritos distantes de ¡Conga no va! ¡Conga no va!, lo acompañó hasta el fondo de la laguna.
El capitán Carlos ordenó que despertaran al prisionero con un baño de agua fría y, diciendo dijo, ¡cuídenlo, carajo, no dejen que se nos muera rápido! Abandonó el recinto de torturas pues debería acompañar a su esposa a la misa de resurreción en la iglesia de Belén.
María Magdalena, enterada del secuestro de Jesús por los militares, fue en busca de María, madre del joven dirigente cajamarquino, para ir en su busca y exigir su libertad. Poncio Valdés, jefe de la soldadesca, lavándose las manos, les manisfestó que ese asunto no era de su incumbencia.
De pronto el cielo se nubló y en pocos minutos una tremenda tormenta sacudió a la ciudad.

"La mansión del shapi y otros cuentos", Lima. 2013. Arteidea.