Montag, 14. November 2016

Lebewohl Fleisch! - ¡Viva la carne! / El carnaval de Colonia o la quinta estación del año

Vengo del Sur, de un pueblo perdido entre los Andes peruanos. En la escuela me llamaban: Cholo-de-mierda, otras veces: Cholo-come-papa-con-gusano. En una ocasión me llamaron: Cholo-huevo-frito-sin-cuaderno, y es que una tarde, cuando el maestro aún no entraba en el aula, uno de mis compañeros, Limeño-de-pura-cepa, arrojó mi cuaderno de historia por los aires. Entonces, perdiendo el miedo y decidido, el Indio-que-vive-en-mí se levantó y estrelló un puño contundente en el rostro lechoso del muchacho. Desde ese día Limeño-de-pura-cepa-nariz-rota no tuvo más ganas de fregarme la pita.
Hace unos días, mientras caminaba por el atrio de la catedral de Colonia se me acercó un niño rubio, de piel blanquirojiza, casi transparente, me tocó y, alejándose a toda carrera, decía contento: Ich habe einen echten Indianer berührt!1. Los alemanes me llaman Indianer, sólo Indianer. Y fue recién en Colonia que el Indio-que-vive-en-mí se enteró de lo que todo el mundo sabe sobre los alemanes. Pudo comprobar que los alemanes son muy disciplinados, puntuales, serios y trabajadores. Aunque en realidad es una verdad a medias. Sin ser socialistas, gente un poco rara que ya no existe en el planeta por obra y gracia del pujante capitalismo, todo lo tienen fríamente calculado, numerado, organizado y planificado. Son puntuales sacando al perro a la calle para cagar los jardines y mear los postes. No les gusta el ruido ni el menor asomo de alegría, defecto que ostentan ciertos extranjeros tercermundistas alemanizados. Durante los días laborales recorren las calles, apresurados y silenciosos, temerosos de perder el tren o el bus y llegar tarde al trabajo. El transporte público cumple también con rigurosidad suiza sus rutas y horarios, pero como los conductores son extranjeros nunca llegan puntuales a sus respectivos paraderos. Los fines de semana, arrastrando cantidades enormes de alimentos enlatados y cerveza, forman, con una seriedad envidiable, largas colas frente a las cajas de los supermercados.
Una mañana, el Indio-que-vive-en-mí con sus anteojos de sol, que se pueden usar también para ir a esquiar, todo lo vio de otro color. Era noviembre. El otoño teñía de rojo y amarillo a los árboles y matorrales de calles y parques. Las hojas secas conformaban bulliciosos tumultos. El viento frío, coqueteando con las nubes, jugaba a hacerles el amor. La quietud de algunas calles de la multicultural urbe colonesa había sido rota por el desplazamiento de músicos extraños y comparsas alegres y coloridas. De un taxi bajaron dos soldados vestidos al estilo de la época de Napoleón: charreteras doradas sobre uniformes azul-rojos, espadas brillantes al cinto, botas negras caladas hasta las rodillas, guantes blancos y contorneadas boinas rojo-azules bordadas con hilos de oro y plata. ¡Ah, claro!, —dijo sorprendido el Indio-que-vive-en-mí— aquí los locos viajan en taxi, estamos pues en Alemania, un país desarrollado hasta la locura. Por otra calle, seguida por un grupo de soldados napoleónicos, una banda de músicos armados de cornetas, tambores y platillos, desfilaba alborotando a los tranquilos paseantes. Llevaban estandartes anunciando a la Ehrengarde der Stadt Köln2. ¿Recuerdan acaso el triunfo de alguna guerra? Desde la esquina opuesta hizo su ingreso un nuevo grupo de soldados con curiosas vestimentas, una mezcla de trajes a la romana y francesa de siglos pasados, y se sumó al cortejo. Llevaba una bandera de la Düsseldorf Karneval Gesellschaft e.V. - Weissfracke3. Al final el Indio-que-vive-en-mí, luego de una larga y paciente explicación, pudo comprender de qué se trataba. Le dijeron que cada año en el casco antiguo de la ciudad durante el Elfter im Elfter, carnaval de un día, la ceremonia más entusiasta y chiflada de la fiesta, el alcalde presenta a los superlocos del carnaval: das Dreigestirn4. Ellos son parte de los once elementos del carnaval colonés. Este Trifolium, tres hombres aún sin sus ornatos: el Príncipe, el Campesino y la Doncella, son los flamantes monarcas del loquerío. Cualquier joven habitante de la ciudad o de sus alrededores podría ser elegido para integrar este monárquico trío de estrafalarios, pero tienen que estar en condiciones de poder solventar los altos costos que requiere la aventura de hacer realidad sus sueños de Príncipe de los locos.
El día once del once a las once y once de la mañana empieza la gran fiesta y quizás este sea el origen del Elf, der Jeckenzahl5, aunque en realidad esto siga siendo un misterio. Algunos creen que a la sombra de los once del Elferrat6 se agrupan todos los locos constituyendo una unidad de locura indisoluble. Sin embargo cada uno de los miembros del Elferrat es un individuo independiente, con igualdad de derechos, mejor dicho: «uno junto al otro». Hay quienes creen que tiene que ver con las «once mil doncellas colonesas» y otros lo relacionan con las iniciales de la consigna francesa: Egalité, Liberté, Fraternité = ELF. Bueno, no importa ahora el verdadero significado del Jeckenzahl, la fiesta de los locos se ha iniciado. Kölle Alaaf!7, los diablos andan sueltos. ¡Hurra!

Kölle Alaaf!

En diciembre el invierno se acentúa. Apenas pasada la navidad y el año recién estrenado se pone vigente, los escaparates de las tiendas comerciales empiezan a vestirse de carnaval: globos, serpentinas, cadenetas; gordas narices de cartón, muñecos, caras de payasos, miles de monstruos, demonios y brujas pueblan el ambiente. Los bares chillan con la música de los Bläck Fööss, Die Kolibries o el rasposo canto del Colonia Duett. Sin embargo se dice que el Festkomitee8 no deja de trabajar ni un minuto del año. Organizando sobre todo el famoso Rosenmontag9. El clima también es un tema que preocupa a la gente, a pesar de los peores pronósticos, éste tiene sus veleidades: en verano llueve, en invierno la nieve puede estar ausente, y en febrero, durante los días centrales del carnaval, o sea, durante la quinta estación del año, se espera un clima bastante despejado, benévolo. Kölle Alaaf!
Das Dreigestirn, con corona, cetro y manto de púrpura, será proclamado por el alcalde y el presidente del Festkomitee a inicios de enero en Gürzenich, barrio ancestral de Colonia, y hasta el miércoles de ceniza, unas seis o nueve semanas, estará desplazándose por escuelas, asilos de ancianos, hospitales, cuarteles, barrios y calles. Sólo dos veces se rompió con la tradición y se reunieron los encantos de dos mujeres como doncellas junto al desvergonzado humor y desfachatada extravagancia del Príncipe y del Campesino. Fueron aquellos años en que los ojos de Hitler no quisieron ver a un hombre disfrazado de mujer y tenía a sus hordas metidas hasta en la sopa persiguiendo a homosexuales. Froni, una de las últimas doncellas, luego de su proclamación, emocionada, dijo: «Al comienzo sentía algo así como si fuera una verdadera mozuela durante la primera vez... Después, después fue simplemente hermoso».
¡Alaaf por nuestro Dreigestirn!, grita entrando en calor la High-Society colonesa. Y el Dreigestirn, bajo la divisa: «Los sueños pasan, pero una cosa es clara, el carnaval de Colonia dura todo el año» o Typisch Köln10, gobierna la jungla urbana encaramada sobre el volcán de la alegría. Durante estos días la ciudad adquiere otro ritmo, es un ritmo de locura que hasta la fecha el Indio-que-vive-en-mí no puede comprender. El vecino, días antes huraño y odioso, se deshace en amabilidad con su rostro de payaso y sonrisa de oreja a oreja. La vecina renegona, con faldita corta, medias rayadas y peluca roja-verde alborotada al viento, invita a beber de su botella de cerveza a la fauna multicultural que se le atraviesa en el camino. Mientras muchos extranjeros, sorprendidos por el repentino cambio suscitado en los súbditos alemanes, quisieran ir a la comisaría más cercana y denunciar a tanto escandaloso, a tantos monstruos que cantan, bailan, gritan y beben como barriles sin fondo. Yo me río viendo marchar la borracha alegría de mis vecinos. Entonces el Indio-que-vive-en-mí, salta, se pone su casaca negra y sale dispuesto a bailar y cantar bajo la nieve de colores que cae desde todas las ventanas. Es el Konfetti11 acariciando mi rostro, pintando mi cabello.
El Indio-que-vive-en-mí, borracho y alegre, confundido con payasos, piratas, generales, bárbaros, blancos pintados de negros, caníbales negros con los pechos blancos, se ríe estruendosamente cuando ingresa al bar un hombre disfrazado de mujer con el culo de plástico rosado y los senos voluminosos saltando, tintineando. Abraza a su novia embozada de jeque árabe. El mundo se ha invertido. La noche trasnocha, sube el alkoholspiegel y los decibeles rompen la barrera del silencio. Los ricos se visten de pobres y los patrones se ponen al servicio de los esclavos del salario. Alemanes y extranjeros se abrazan, se besan, hacen el amor sin importarles el racismo y la xenofobia. El Indio-que-vive-en-mí grita: ¡Aláa!, y como todos están borrachos creen que ha gritado: Alaaf! Una vampiresa se le acerca, le muestra los dientes amenazantes, se prende de su corbata y unas tijeras diminutas la despedazan. Otras mujeres hacen algo semejante con otros hombres, armadas de tijeras se desplazan cazando corbatas.
Al inaugurarse el Straßenkarnaval12 en el Alter Mark, con la presencia del Dreigestirn y los prominentes de la ciudad, la locura popular alcanza su máximo punto. Bailarán, se balancearán cogidos de los brazos, y el amor, borracho, libre y travieso, hará de las suyas. Es jueves, brujas con sus escobas sujetas a la cintura, vampiresas con sus mamaderas llenas de sangre y ron, empapadas de delirio, celebran su aquelarre: die Weiberfastnacht13, en todos los barrios de Colonia. El Indio-que-vive-en-mí se despierta, la cama huele a vino, a cerveza, a perfume de mujer. Se levanta, su cabeza tiene dimensiones nunca imaginadas y no puede atravesar la puerta. Vuelve a la cama y ve tres mujeres de carne y hueso, sus rostros tienen huellas de maquillaje, los colmillos blancos de una vampiresa están sobre la mesa junto a su vestido negro; la máscara de bruja de la otra mujer descansa en el piso, la otra mujer conserva su nariz de cerdo. En eso ingresa un elegante Chaplín y le dice al Indio-que-vive-en-mí: Meine Frau ist sehr schön, y se acuesta al lado de una de ellas. La cabeza del Indio-que-vive-en-mí adquiere su verdadero tamaño y sale de la casa. En la calle silba el viento y el cuerpo, adormecido por el alcohol, es un cuchillo cortando el frío.
El domingo de carnaval el Indio-que-duerme-en-mí es arrastrado por las caravanas carnavalescas organizadas por las escuelas y los diferentes barrios de Colonia. Cientos de ingeniosas figuras desfilan haciendo las delicias de la gente que aplaude, grita y bebe cerveza o Glühwein14. La noche es cristalina como el agua y las estrellas arrebatadoras, con su belleza seráfica, tentadora, desparraman sandunga y luz por la tierra. La luna es roja, el sol es azul, las nubes verdes, los autos son caballos con herrajes de nácar y jinetes venidos de Marte y Saturno. El Geisterzug, el desfile de los fantasmas, arrastra cadenas vitales y profiere gritos venturosos al borde de la medianoche. Los alegres espíritus, al compás de música y cerveza a chorros, parecen almas que lleva Cupido para hacer el amor sin mirar a quien, para amarse los unos a los otros...

Un libro con estampas de Las mil y unas noches

La claridad del amanecer empieza a romper la oscuridad luminosa y el lunes asoma con el rostro más alegre del mundo. El Rosenmontag15, el acontecimiento más esperado de la delirante festividad, está a punto de partir. El Indio-que-vive-en-mí está apostado frente a la catedral, con el paraguas invertido para recibir, con mayor facilidad, caramelos, chocolates y ramilletes de flores. También hay otros latinoamericanos en idéntica posición, piensan llenar unas cuantas bolsas para endulzar, todo un año, la pobreza de sus familiares que viven en el Sur. Policías a caballo y otros, con pelucas africanas o la nariz pintada de rojo, se desplazan intentando poner orden. Miles de locos ocupan el centro de la ciudad: tocan flautas, tambores, platillos, cargan botellas de ron y botes de cerveza. Da lo mismo si llueve o sale el sol, el carnaval, o sea, carne vale, viva la carne, lebewohl Fleisch, saca de sus hogares a toda la gente para disfrutar de los días más bellos del año. Ahí están, «ya vienen, paso de vencedores». En inmensos carros alegóricos, rodeados de ambrosianas bailarinas dibujando malabares en puntas de pie y graciosos danzantes, aparece el Elferrat, le sigue el Dreigestirn, delante de ellos marcha una poderosa banda de músicos napoleónicos. El Indio-que-vive-en-mí toma cerveza, abraza a una muchacha, la besa, grita: Kole Alaá! La muchacha responde: Alaaf! Un elefante, con una botella en la mano, canta: Drink doch eine met...16. Un gorila le dice a una gata de barbas negras y ojos verdes: Denn et Heimwih nimmste met...17 La disciplina, el orden, el silencio y la tranquilidad tan sólo son palabras sin sentido y en las calles, la gente borracha, tambaleando, celebra la pérdida del sentido. Después de las primeras carrozas y comparsas se suceden, con breves pausas, una tras otra y otra... Parece un sueño de varios kilómetros, un libro ilustrado escapado de las entrañas fantásticas de Las mil y una noches. Una rodante Revue de farsa y parodia, un desfile saturado de drástica sátira con ribetes obscenos. Políticos y gobiernos caricaturizados por una enjundia popular que desdice la tan afamada parquedad y seriedad del pueblo alemán. Entre broma y realidad el ingenio poético sale a relucir: Schafft die Kriege ab / nicht den Karneval18. Marchan los muñecos de Kohl, Schröder, Fischer, y otros políticos reconocidos internacionalmente, aunque el Indio-que-vive-en-mí no recuerda haber visto a Carlos Marx, que desde Tréveris vino a Colonia, y entre carnaval y carnaval, publicaba su Gaceta del Rin. El día empieza a decaer cuando los últimos metros del cortejo pasan frente a la catedral. Hombres y mujeres, viejos y niños regresan con bolsas llenas de golosinas. En los oídos borrachos del Indio-que-vive-en-mí resuena la ininterrumpida exclamación que la gente hacía a los locos encaramados en los vistosos carruajes: Kamelle! Strüßje! Kamelle!19 Grito resuelto y vehemente que salta de la boca de quienes, apostados a lo largo de la ruta que sigue el desfile carnavalesco, esperan el maná del carnestolendas.
El martes de carnaval es otra locura en los barrios. El Indio-que-vive-en-mí, borracho y cantando cilulos y carnavalitos, camina zigzagueando por la Zülpicherstrasse en busca del carnaval de Sülz. Finalmente a medianoche la locura, en todas sus formas, sale de los bares y a los gritos de Kölle Alaaf! se va concentrando en la Roonstrasse para quemar al Nubbel20, se leen discursos críticos a la política oficial y de este modo se pone fin a la Narrenfest21. El carnaval se acaba, soldados napoleónicos y romanos, payasos y bárbaros, seres extraños venidos de otros planetas o países beben los últimos tragos, las parejas emparejadas durante esos días se dan los últimos abrazos, los últimos besos, procuran los últimos segundos de placer, se despiden. Al día siguiente todos vuelven a sus quehaceres cotidianos, la seriedad, el orden y la disciplina cobran su habitual acartonamiento. El Indio-que-vive-en-mí se torna triste, taciturno, su vecino se queja por el ruido que hacen los hijos de una pareja extranjera, los perros puntuales salen a cagar los jardines, la vecina pierde su bondad multicultural y toda la gente lleva una cara de «si un poto se ha roto, yo no fui...»
El miércoles de ceniza, con la acostumbrada seriedad y disciplina alemana, se comerá pescado y si usted quiere saber lo que seguirá a continuación, sólo tiene que volver a leer esta historia. Also Kütt!22

 

Notas

1 ¡He tocado a un indio verdadero!
2 Guardia de honor de la ciudad de Colonia.
3 Sociedad del carnaval de Düsseldorf — Weissfracke.
4 El Triunvirato, conformado por der Prinz (el Príncipe), der Bauer (el Campesino) y die Jungfrau (la Doncella o muchacha virgen).
5 Once, el número loco.
6 El Concejo de los Once.
7 Esta frase se podría traducir como: ¡Viva Colonia!
8 Comité de Fiesta, gremio organizador del carnaval.
9 Lunes de Carnaval, el día más esperado, donde desfilan cientos de carros alegóricos.
10 Típico colonés.
11 Papel picado.
12 Carnaval callejero.
13 El Carnaval de las Mujeres.
14 Vino caliente, aderezado con canela, clavo de olor, jugo de naranja, nuez moscada y azúcar.
15 El desfile del lunes de carnaval, cientos de carros alegóricos atraviesan las principales calles de la ciudad de norte a sur; coloneses, extranjeros y turistas se vuelcan a las calles.
16 Toma un trago conmigo. Canción escrita en colonés e interpretada por el celebrado grupo musical: Bläck Fööss.
17 Por qué pues te llevas la nostalgia. Canción interpretada por Et fussich Julche.
18 ¡Abolir las guerras / no el carnaval!
19 ¡Caramelos! ¡Flores! ¡Caramelos!
20 Figura de paja, al quemarla se termina simbólicamente con las penas y los sufrimientos.
21 La fiesta de los locos, así se le llama también a la fiesta de carnaval.
22 Frase colonesa que quiere decir algo como: Entonces vamos, bueno pues vamos.


Mittwoch, 13. Juli 2016

El cuy en Puno o Un cuy entre alemanes / William Cozo Cuentas.


Son las dos de la mañana. Acabo de leer “Un cuy entre alemanes”, la última novela que ha publicado el escritor Walter Lingán. Cierro el libro y me es inevitable pensar en la infinidad de personas, que alguna vez, en algún lugar del mundo, se sintieron como un cuy: como el cuy de esta historia. Primero; de manera abrupta invade en mi mente el recuerdo de mis padres, los imagino salir de sus pequeños pueblos para marcharse a vivir a la cuidad. Luego, me recuerdo, a mí mismo, con la frente pegada a la ventana de un ómnibus, mirando cómo mi amado Puno, lentamente, va desapareciendo en el horizonte. También, pienso en mis paisanos, quechuas y aimaras, que tuvieron que viajar a la capital buscando un mejor futuro para sus hijos; los imagino víctimas de la discriminación de los criollos, tratando de asimilar un idioma que no es el suyo y con los mismos problemas a los que tuvo que enfrentar el protagonista de esta novela. Reparo en los miles de jóvenes que abandonan sus hogares buscando mejores oportunidades para realizar estudios, terminar alguna carrera, y, así, con fortuna, poder conseguir un trabajo digno.

¿Quién no se ha sentido, alguna vez, como un cuy?, y, por supuesto que, no estoy hablando del apetito sexual, sino, a lo que representa este roedor: un ser pequeño y temeroso. Es así como, en un inicio, al migrar, y llegar a tierras teutonas, se siente el protagonista de esta novela. Y es que, todos en algún momento de nuestras vidas hemos sido migrantes.

“Un cuy entre alemanes”, narra la historia de un peruano que, debido a la crisis de los años ochenta en el Perú, se ve obligado a realizar un largo viaje hasta llegar al viejo continente, específicamente a Alemania. El protagonista de la historia se llama Christian Linden y ha migrado para poder realizar estudios de medicina. Linden, llega al país bávaro esperanzado, cargando una maleta repleta de sueños y, tan sólo, cien dólares en el bolsillo; pero, a él, lo que más le pesa es haberse alejado de su madre contemplando sus ojos húmedos y agitando los brazos para despedirlo.

El joven Christian, ya en Alemania, no deja de lado sus raíces, pero tiene que asimilar una nueva cultura, una cultura desconocida para él, y, además, se ve en la necesidad de aprender su complicado idioma. En algunos pasajes de la novela, de manera jocosa, nos narra: “En mis ratos de soledad leía Todas las sangres de José María Arguedas. Al final del curso de español terminé con novia a medias, un día sí, otro día no, también logré entablar una amistad bastante interesante con Karen, una joven que estudiaba literatura o algo así como lingüística o filología inglesa. Y lo más importante, comprendí la importancia del método audio-sexual para aprender con eficacia un idioma extranjero.” En otra parte también nos dice: “En ese tiempo, la gramática alemana aún seguía siendo mi tortura, pero seguía firme, con terquedad, aprendiendo y leyendo. Recordando siempre que el método audio-sexual es el mejor para aprender un idioma extranjero.” Una de las primeras frases que Christian Linden aprendió fue: Du gefällst mir, que significa: tú me gustas; así fue conquistando algunas féminas, que, en la novela, no son pocas.

A su llegada a la ciudad alemana de  Münster, el joven estudiante, se hospeda en una Wohngemeinschaft o WG que en Alemania, y en algunos otros países de Europa, vienen a ser, algo así, como residencias colectivas para estudiantes. Encerrado en aquel lugar va sufriendo los primeros síntomas de una metamorfosis, una progresiva conversión a un animal, nada más autóctono que en un roedor andino, un cuy, que se podría decir que es como un símbolo que representa a la comunidad latinoamericana y particularmente al Perú. Dice en el libro: El lacio pelo blanco, con discretas manchas color canela, cubría gran parte de mi pecho y de mi espalda. Aterrorizado era testigo de la manera como mis uñas se estiraban y se volvían a contraer. Mi corazón adramado intentaba salir de su sitio y me ahogaba por esa oprimente falta de aire. Flaquearon las piernas y caí doblegado por una extraña fuerza.”

Además, el autor del libro, hace gala de una prosa en la que el narrador de la historia puede convertir al lector en una persona voluble, “jugando” con él, transportándolo rápidamente de la alegría a la tristeza: Al toque fui a depositar mis huesos en esa habitación de una vivienda estudiantil católica que prohibía las visitas nocturnas del sexo opuesto. Así de plano, nos condenaban, sin ser curas ni seminaristas, al celibato, a la abstinencia sexual. Las empleadas encargadas de la limpieza tenían una «llave maestra» con la que podían abrir cualquier habitación y muchos de nosotros, en especial los novatos, fuimos atrapados con las manos en las masas. Pero pronto aprendimos a eludir con mucha habilidad este tipo de restricciones. Justamente a los pocos días, una de esas noches el «mal» se presentó de manera sorpresiva y sus mutaciones violentas me sumieron de nuevo en profundos dolores y en la más insondable desesperación. Y así, esa mañana en Aachen, amanecí en mi cama con mis patitas de cuy, con mi piel cubierta con pelo de cuy, con mi hociquito de cuy, con las pelotas de cuy al aire, con las ganas de cuy hembra: ir tras ella, olerle el trasero y luego montarla hasta producir el corto circuito más impúdico de este mundo. Por primera vez me sentí animal en su exacta dimensión. Quejándome como un cuy, o sea, unos sonidos equiparables al lloro humano, me pasé tirado en un rincón de la habitación. En eso, como al mediodía, empezaron los primeros síntomas del regreso, acompañado de intensos dolores mis huesos se re torcían y se elongaban movidos por una potente fuerza que nacía en el centro mismo de mi cuerpo. Aun desencajado me puse frente al espejo. No habían dudas, o solo eran figuraciones mías, tenía el rostro ligeramente acuyado. Al fondo del espejo, haciéndome muecas grotescas, se reflejaba un rostro de cuy. Se me escarapeló el cuerpo. Adonde volteaba los ojos veía un cuy. En ese momento quise tener a mi madre cuidándome, alimentándome con su cariño inconmensurable. Otra vez lloré desconsolado.”

También se puede notar el lado nostálgico del narrador, ya que casi siempre le invaden los recuerdos de su familia, en especial el de su madre: El miedo y la tristeza me invadían sin contemplaciones. El tiempo parecía pasar más lento. Antes rodeado de la alegre compañía de mis hermanos y ahora solo, solito, entre libros y papeles, extrañaba a mi madre.”; “…en la facultad, no pude esquivar a Sonja, quien ya mostraba un avanzado estado de gravidez. La primera vez solo atiné a abrazarla sin poder pronunciar más que algunos monosílabos. Después le prometí toda forma de apoyo, pero puse en claro que no podíamos vivir juntos. Mis palabras sonaron duras y ella se apartó bruscamente. La vi alejarse lentamente. Se me partió el alma y pensé en mi madre.”;  “A veces me entristecía pensando en mi pobre madre, allá en Collique, que seguía sacándose la mugre para poder sobrevivir junto a mis hermanos. Alfonso Barrantes Lingán ya era alcalde de Lima cuando un policía municipal le decomisó a mi madre su caja de chocolates, galletas y cigarrillos pues la acusó de negocio ambulatorio ilegal.”; “En medio de esa tranquila y constante tempestad de nieve surgió la imagen de mi madre, sus lágrimas y sus manos agitando adioses. También irrumpieron con cierta claridad los perfiles de mis hermanos y sus travesuras en la improvisada casucha de Collique. Los compañeros con quienes soñábamos cambiar el mundo y discutíamos esperanzados con terminar los abusos y los robos que cometía SINAMOS (Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social) en nombre del progreso y el desarrollo de los llamados Pueblos Jóvenes, esos barrios de Lima donde se vive marginados de toda pizca de civilización. Una tristeza insondable invadió «mis humanas lacras».”

Christian Linden resulta atractivo para las europeas, y cuenta que su mayor atractivo es el de ser cholo. Pero tiene un gran problema producto de sus inesperadas mutaciones. En varios fragmentos de la novela los lectores vamos siendo testigos de la transformación que va sufriendo, ese “mal”, como él le llama, es un problema que trata de ocultar el mayor tiempo posible, y tiene el temor de contárselo a sus parejas. Hasta que la situación se torna insostenible y lo descubren. Existe un punto en el que esos cambios en su fisionomía ya no tienen retorno y es cuando el protagonista se encierra en su habitación y se refugia en sus libros y en la escritura. El protagonista, además de ser atractivo, es un intenso amante, tiene un insaciable apetito sexual, y, a lo largo de la novela siempre está rodeado de mujeres; podemos leer nombres como Karen, katrin, Elizabeth, Sonia, Selena, y, por supuesto, el de Michaela, que es la persona que lo acompaña en toda la historia. Pero, hay algo que es más grande que su amor por las mujeres: su amor por la lectura y sus libros.

Linden es un hombre que no pierde su identidad pese a que una compatriota suya, una peruana, le expresa que le parecía muy desagradable que él esté comentando a todo el mundo que proviene de una barriada del Perú de esos lugares marginales que solo están habitados por gente repudiable. En la historia el narrador dice: “Cuando Sonja y yo dispusimos retirarnos, una de las peruanas se me acercó y, en confidencia, me explicó que era muy feo decir que he vivido en una barriada, esos lugares habitados por delincuentes y prostitutas, contando eso, me dijo que hago quedar mal a nuestra patria y que no debería mencionar esos poblados atestados con gente de mal vivir. Tienes que decir que vienes de Miraflores. Aquí todos venimos de Miraflores. ¿De Miraflores, de mirar flores o de San Juan de Miraflores?, retruqué con sorna. Aunque en verdad muchos de los alemanes no tienen ni idea dónde queda el Perú. Se ubican mejor cuando les hablamos de Latinoamérica. A pedido de una compatriota casi me convierto en miraflorino, sin embargo, al final, de peruano me transformé en latinoamericano.”

El humor es la atmosfera que envuelve la mayoría de capítulos de la novela, un ejemplo claro sería este: “Y entre los peruanos teníamos nuestro «chino» o «coreano», como también se le conocía a César. En una oportunidad llegó un colombiano bastante distraído, alto, miope, desgarbado y con la cara de niñato. Desde un inicio se quedó mirando a César con evidente desconcierto. Cuando el chino César se fue a traer su postre, el colombiano nos preguntó que dónde había aprendido a hablar el español tan bien ese coreanito. «Aquí, con nosotros», fue la respuesta unánime. Apenas César se sentó, el colombiano le preguntó: ¿Es verdad que has aprendido el español solo escuchando hablar aquí a los latinos? César, entre sorprendido y fastidiado, le contestó con un sí desganado. El colombiano enseñó una sonrisa bobalicona. Abraham, peruano que había estudiado en Hungría, comentaba el paso de hermosas rubias y lindas morenas con las cinturas cimbreantes y poderosas piernas. El colombiano las seguía torpemente con la mirada de sus ojos miopes y sus anteojos culo de botella. «Que buenas hembras hay en Alemania», comentó. Entonces entró a tallar el chino César. «En la Antoniostrasse hay mucho mejores». El colombiano que parecía estar muy aguantado, o sea, necesitado de cariño, con la leche a punto de salirle por los ojos, de inmediato se interesó por esa dirección. «Es el trocadero, el chongo, donde van las mujeres buenas de conducta mala», explicó el chino o coreano peruano. « ¿Y dónde queda la Antoniostrasse?», volvió a interrogar, curioso, el colombiano. «Es una calle pequeña perpendicular a la Rathaus, la muncipalidad». El colombiano se quedó dudando, creyó que el chino-coreanito se estaba burlando de él. «En serio», replicó César, «y los jueves en la tarde hay descuento para estudiantes». Todos, muy serios, confirmaron la información del chino-coreano-peruano. Algunas semanas más tarde, el colombiano, aún con las huellas de la golpiza, buscaba al chino César con la intención de matar a ese peruano pendejo. Resulta que había ido un jueves a la Antoniostrasse y a la hora de pagar los servicios de una de las prostitutas exigió, con el carnet de estudiante en la mano, el descuento correspondiente. Esto provocó la ira de la mujer y llamó al guardaespaldas que sin contemplaciones golpeó al colombiano y lo dejó moribundo en medio de la calle. Una vez frente a frente, luego de cruzar unos insultos, el chino-coreano-peruano César se le cuadró como Bruce Lee. El colombiano grandulón al notar la pose guerrera-karateka del endeble muchacho, se acobardó. Entonces, dándole la espalda, el chino-coreano-peruano se retiró muy orondo, gritándole al inmenso colombiano: «Eso te pasa por huevón».

Dentro de la novela hay una mirada analítica y amplia del país que lo acoge, es un observador que nos narra no sólo sus vivencias en ese país, sino también, mucho de lo que está sucediendo en el Perú: Las noticias de la guerra interna en Perú eran más frecuentes. Las matanzas en los Andes ocurrían con mayor crueldad, tanto por parte de Sendero Luminoso como por parte de las fuerzas armadas, representantes del estado peruano. Hasta los noticieros alemanes se quebraban la lengua con extraños nombres de pueblos andinos. Uchuraccay y el asesinato de ocho periodistas de diversos periódicos nacionales, el guía y un acompañante más, que habían llegado a los Andes con el fin de averiguar una masacre cometida por supuestos senderistas, alarmó a un sector de la población alemana…”

La novela concluye con un cuy totalmente transformado, que deja de ser ese ser que al inicio se notó inseguro y temeroso ante el mundo y se convierte en un personaje que anhela ayudar a los demás, ser un superhéroe, pero por sobre todo un escritor. Y lo menciona en unas líneas casi al final de la novela: “me vuelvo a decir una y más veces, lo mío no es la política, sino la «escribidera». Quiero ser escribidor aunque me cueste la vida, aunque me toque morir en el intento.”
Walter Lingán en esta novela nos presenta a un personaje admirable, un personaje que nos enseña a ser como él, como ese cuy que vaya donde vaya ya sea a Alemania, España, Italia Francia, o tal vez solo a la capital del Perú— : nunca perderá sus raíces. Leer esta novela más que una simple lectura ha sido un viaje fascinante, a través de los ojos del narrador; una aventura literaria con todos los ingredientes que solo las  buenas historias saben tener; una ficción envolvente a la que sólo abandoné, por instantes, para escuchar las canciones que refería, como “Papel de plata” o buscar en la red los lugares y ciudades que describía. Un viaje inolvidable sentado en esta fría habitación puneña.

Escribo acerca de este libro sin el mayor interés en hacer una crítica literaria, porque, para empezar, no soy un crítico literario, solo escribo para compartir la valiosa experiencia que tuve como lector, un lector común y silvestre, que quedó fascinado con esta novela. Y, nada mejor que los versos del poeta Enrique Lynch para agradecerle a Walter Lingán el haber escrito esta novela que hoy sumo entre los libros de mi biblioteca personal:

“Porque escribí no estuve en casa del verdugo
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como escribiente
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucié las manos
ni fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo.

Pero escribí y me muero por mi cuenta,
porque escribí porque escribí estoy vivo.”


Y porque escribió, y escribe, Walter Lingán seguirá vivo.

Freitag, 26. Februar 2016

Transformaciones y mutaciones en la narrativa de Walter Lingán / Jorge Nájar

Jorge Nájar

« ¡Ángeles de corral,
aves por un descuido de la cresta!
¡Cuya o cuy para comerlos fritos
con el bravo rocoto de los temples!
(¿Cóndores? ¡Me friegan los cóndores!) »

César Vallejo [Telúrica y magnética]


Trato de imaginar las situaciones por las que habrá pasado Walter Lingán durante los procesos de escritura de sus diferentes novelas, de entre las que yo conozco sólo tres: Un pez en el ojo de la noche, Koko Shijam, El libro andante del Marañón y Un cuy entre alemanes. Ese material me permite imaginarlo ante el ordenador, con la cabeza en alto, con la mirada concentrada en el discurrir de las palabras. Imagino las pausas. La mirada perdida en el ámbito de la habitación. ¿Qué busca esa mirada? ¿Qué espera su mente ante el teclado? Chispazos. Fogonazos. Recuerdos. Todo el ensamblaje de la mecánica neuronal. Su cabeza como la del cazador que acecha en el aire el rumor, aleteos, pasos, sombras, rastros.

Imagino al autor sumido en esa somnolencia espiritual hasta que, de pronto, un resplandor se enciende. ¿Te acuerdas de ese loco que veía peces en el ojo de la noche? ¿Eres tú, es parte de ti, o es alguien que lo estás convirtiendo en parte de ti? ¿Te acuerdas de los señores del ayahuasca de las orillas del Marañón capaces de volverse ubicuos gracias a la ingesta de la savia de la madre de las plantas mágicas? ¿Sabes por qué ciertos individuos, a fuerza de hundirse en la memoria, son susceptibles de transformarse en cuyes?

La voluntad de introspección y el resplandor del recuerdo, creo yo, han dado a luz estos libros donde campean una serie de mutaciones y transformaciones.


Un pez en el ojo de la noche es la historia de la locura de un ser devastado por la existencia. Es la historia de seres desplazados de un mundo a otro y en ese camino van componiendo historias, gozos y martirios en familias constituidas con elementos de mundos profundamente disímiles. Estamos en el núcleo de una familia mixta, padre peruano, madre alemana, hijos de entremundos. Y allí, en medio de eso, la historia de un intenso amor que conduce hacia la locura al personaje central. Y allí, en medio de ese amor, las violentas escenas de xenofobia llevadas a cabo por los elementos más ilustres de una sociedad en crisis de identidad. El lector visualiza la historia del personaje central, Ernest, a partir de visiones violentas y eróticas, así como de sueños extravagantes y evocaciones infaustas a lo largo de su proceso de recuperación después de haber sufrido una conmoción cerebral que lo paraliza. Así descubrimos su pasión por Junia Ewen, una bella e inteligente mujer dedicada a la crítica literaria. De manera fragmentada se desprenden los diferentes estratos de la narración, el del escritor vacilante, el de los intelectuales amigos de su mujer vinculados a grupos neonazis, el mundo del padre peruano, el mundo de la madre alemana. Estas visiones y sueños se relacionan con escenas traumáticas y con pasajes de la historia de Alemania como el holocausto judío o la caída del muro de Berlín. Un pez… pinta el drama de un ser profundamente corroído por los celos y cómo por ese camino llega a convertirse en asesino. Es una novela sobre la vida y las pasiones de los hijos de familias mixtas en medio de la historia reciente de la poderosa Alemania y sus rebrotes xenófobos. Todo eso dicho con un fino sentido del humor y altas dosis de intenso lirismo.


El registro narrativo de Walter Lingán cambia radicalmente en Koko Shijam. Ahora estamos en el universo amazónico y su sinnúmero de parcialidades, tradiciones y lenguas. La palabra de Koko Shijam vertebra mitos y leyendas, dioses y demonios del pasado, del presente y e incluso del futuro amazónico en su compleja diversidad. Es un personaje transamazónico, capaz de estar en los auditorios de los centros universitarios hablando del secreto de las plantas, en la plazas públicas dialogando sobre las metamorfosis de los dioses, en los puertos describiendo la vida subacuática, en los mercados alabando la naturaleza de los alimentos e incluso en los patios de las iglesias conversando sobre los riesgos de la endogamia y las amenazas del incesto.

La palabra de Koko Shijam es el resultado de lo que hoy se conoce como etnogénesis. Ahí están las leyendas del universo fluvial, las leyendas omaguas y las de rupa-rupa, los tunches, los pistachos, los degolladores y otros tantos. Ahí están los espíritus de las plantas, tanto los benefactores como los seres terribles del bosque, todos y cada uno desplegando sus múltiples estrategias de supervivencia. Ahí están las boas metamorfoseadas en amantes, los tigres en hombres, y un largo etcétera de complejos procesos de transformismos y de metamorfosis.

Humanizados por la palabra de Koko Shijam, muchos de esos personajes son, en realidad, el resultado de la fusión de las creencias de diferentes grupos étnicos con lenguas diferentes, del este, del oeste, de sur, del norte amazónico. Consecuencia también del complejo proceso histórico al que fueron sometidos las poblaciones aborígenes, sus héroes, sus dioses y seres diabólicos. Y claro que sí, trasunto de las migraciones, muchas veces forzadas, de las poblaciones así como del crecimiento de poblacional.

Así pues, la voz de Koko Shijam es hija de la globalización amazónica a lo largo de los últimos siglos. Es de alguna manera también el fruto de las misiones, de los campamentos caucheros, de los puestos madereros; es también secuela, como no, de la prospección aurífera y de la petrolera.

Koko Shijam es un indio mestizo. Es el hijo de las migraciones inter e intra étnicas. El fenómeno más evidente en la conformación de poblaciones mestizas a partir de los nuevos contactos de diversas poblaciones humanas que el mercantilismo aceleró sobre las antiguas etnias, múltiples y diversas.

Ante ese enorme desafío, Walter Lingán consigue crear un elemento superior que transforma el repertorio etnográfico en insumo para la ficción.  Y más. Gracias a las apuestas de Walter Lingán estamos ante un ser del folklore ayahuasquero transformado en dirigente de la resistencia amazónica.


Así llegamos a las transformaciones y mutaciones en Un cuy entre alemanes. Si no fuera por la carga simbólica del elemento fantástico, este libro podría ser calificado de autobiografía, de testimonio de un emigrado o de panegírico a los estratos rojos de la sociedad peruana. Pero es tal la importancia del elemento fantástico que es imposible no ubicarlo dentro de lo que ahora se considera como novela: el espacio narrativo dentro del que converge todo lo que acabo de señalar, y más.

Con la apariencia de una declaración amorosa, estamos ante un estremecedor proceso de transformación genética. La novela se abre con esta invocación a la memoria: “¿Recuerdas, Michaela, nuestro primer encuentro? Una falda azul oprimía tu cadera y una blusa blanca se desesperaba ante la rebeldía de tus senos.” Magnífica, jugosa, llena de promesas. A partir de ahí arranca la confesión de un hombre que ha pasado por la prisión, que ha huido de su país y se ha instalado en Alemania. Michaela, uno de los tantísimos amores de este peruano en tierras germanas, es quien escucha el relato de su transformación en un animal doméstico.

A lo largo de esa transformación el lector asiste a las diferentes etapas de varios síntomas que, al parecer, no tienen un origen físico identificable. A eso, en el lenguaje de nuestros días, se le llama somatización. Para hablarnos de esos trastornos durante la infancia, adolescencia y juventud, es decir de su vida en la sociedad de origen, de su vida en los barrios pobres de Lima, el hablante de esta confesión amorosa por las alemanas, a diferencia de otros casos de somatización novelizados -el más conocido es La Metamorfosis de Kafka-, no recurre a un intermediador.

Recordemos que Gregor Samsa es el intermediador del que se sirve Kafka. Pero no por eso el personaje narrador de Un cuy entre Alemanes es ajeno a la conciencia somática, es decir al proceso mediante el cual una persona percibe, interpreta y actúa sobre la información proveniente de su propio cuerpo. Por el contrario, el narrador de la historia de ese hombre-cuy prescinde del intermediador y nos cuenta directamente su vida en el Perú, su tragi-comedia alemana, con el “yo” de un peruano que lleva nombre alemán. Ese “yo” nos cuenta algunas de las razones que lo obligaron a salir de su país. Una vez trasterrado, da cuenta de los dolores de la transformación. Los vive como un drama pero lo cuenta como si fuéramos los escuchas de un chiste. Y ese elemento cómico rige también a lo largo de la historia y la salva de ser una confesión doliente más entre tantas otras de tantos exilados. Esos síntomas no son simulados ni inducidos. Ocurren, simplemente. ¿Ocurren como resultado de su expatriación? ¿Ocurren como resultado de la añoranza? ¿Por qué ocurren?


Tratemos ahora de semantizar la somatización, es decir, tratemos de dar significado. Ya he señalado el arranque de la novela y su invocación a Michaela: una manera de marcar los linderos de su territorio entre la belleza y la libertad de las mujeres alemanas. Pero detrás de esa promesa se halla el verdadero problema.

Si el trauma de Gregor Samsa en La Metamorfosis es la relación con las deudas del padre, con las mortificaciones laborales y familiares a consecuencia de esas deudas, el problema del “cuy” es con la “madre”, desde un punto de vista polisémico: La madre del cordero, o sea los estratos rojos de la madre sociedad de  origen; la madre de su existencia, en el sentido lato; las madres de sus propios hijos. La mujer, en suma.

En ningún momento de sus arranques melancólicos el “cuy” evoca a su padre. En cambio la madre, la madre real, está en todas partes, es casi como aquella “madre universal” de la que hablaba Vallejo. La madre es la que prácticamente ha obligado al hijo a salir del país cuando ella siente que la vida del joven estudiante está en peligro. La madre es la que, a distancia, trata de seguir la evolución del joven. La madre es el consuelo frente al martirio de sus somatizaciones.

No tiene la misma relación con las otras madres. La madre tierra de origen, desde su versión, ha engendrado “una patria que nos niega todos los derechos” (p. 11). Esa marca, es decir el sentimiento de pertenecer originalmente a una sociedad que no se identifica con sus hijos, regirá a lo largo de toda su aventura. He aquí otra muestra de su relación con la sociedad de origen: “Como te dije muchas veces, Michaela, en el Perú fui despreciado por cholo, serrano, indio, misio y, para el colmo de los colmos, aprendiz de comunista o peón revolucionario” (p. 28).

Curiosamente, el sentido de la relación con la madre tierra de adopción, la tierra de Michaela, será totalmente otro: “Aquí (en Alemania), todas estas cualidades (cholo, serrano, indio, misio, aprendiz de comunista o peón revolucionario) me abrieron las puertas…” (p. 28)


Cuando el proceso de metamorfosis ha llegado a un punto sin retorno, el cuy opta por encerrarse en su propio mundo y hasta ahí van a visitarle sus amantes, los hijos que ha ido regando por las tierras germanas. E incluso otros personajes. Ahí, en su encierro, el cuy sueña. A lo largo del relato hay un serie de sueños muy interesantes. Este, por ejemplo: “El partido Die Linke me ha invitado a participar en su lista para las elecciones regionales. Sopeso esta posibilidad y ya me veo, sentado junto a Angie Merkel, gobernando las germanias integrando una gran coalición. Pero en verdad sólo sería un payaso, una atracción circense en el mundo parlamentario, nada más. Una comisión de “prominentes” también ha llegado al Bunker para proponerme que acepte la candidatura a la alcaldía de Bonn. ¡No! ¡No! ¡Y no!, me vuelvo a decir una y mil veces, lo mío no es la política, sino la “escribidera”. Quiero ser escribidor aunque me cueste la vida, aunque me toque morir en el intento. Annemarie se despierta y dejo de soñar. Me mira con el ojo izquierdo semicerrado. Estira su  brazo y, jalándome de una oreja, lleva mi hocico húmedo a su boca. Sin duda, la vida de un cuy es un placer, más aún cuando la ciencia no sabe explicar si soy un hombre dentro de un cuy o un  cuy dentro de un hombre o se trata simplemente de una nueva desviación genética. Si el poeta nació un día en el cual Dios estuvo enfermo, grave, yo nací cuando ya estaba muerto.” (p: 144)

En la naturaleza cómica del personaje bosteza, de tanto en tanto, alguien que tuvo anhelos políticos, alguien que abriga promesas literarias, alguien profundamente enamorado de la sociedad alemana. Pero además, el personaje principal y único de Un cuy entre alemanes es, esencialmente, un gran lector. Si alguien se animara a repertoriar los libros y autores citados a lo largo del cuerpo narrativo se dará con la sorpresa de estar ante una nutridísima biblioteca de ciencias sociales y narrativa peruana. Y la impresión que deja es la de un expatriado que vive con el noventa por ciento de su inteligencia sumido en el asunto peruano y sólo la otra mínima parte para lo que se podría considerar el resto del mundo.

Ese es el hombre metamorfoseado que reside en estas páginas.


Tras la lectura de todo este espacio ficcional (Un pez en el ojo de la noche, Koko Shijam, El libro andante del Marañón y Un cuy entre alemanes), no he podido dejar de preguntarme una y otra vez ¿qué esta pasando en el mundo de la edición para que esas novelas no se encuentren en los circuitos de las grandes librerías nacionales e internacionales? ¿Qué está pasando en la intermediación literaria para que no hayan encontrado hasta ahora un traductor o una editorial europea para que entre al circuito que les corresponde? Misterios del Orinoco que nadie aquí conoce y yo tampoco.

París, enero del 2016.


Mittwoch, 6. Januar 2016

La ingeniosa muerte de Malena / Arturo Bolívar Barreto



Walter Lingán (Cajamarca) es de los mejores exponentes de la narrativa peruana de las últimas décadas, periodo que se inició con la crisis de los 80, la violencia política, la diáspora,  la instauración del neoliberalismo, la globalización, la revolución comunicacional. Ya que la literatura canónica, en ese mismo contexto, devenía literatura de mercado conforme al proceso mundial, lo más auspicioso de la literatura se refugió en las distintas regiones del interior del país. La narrativa de Walter Lingán representa la versión del emigrante, del exiliado, de este proceso emergente de la literatura peruana. Pero ya no la visión del emigrante de la élite, de periodos anteriores, sino el proveniente de los sectores populares o medios bajos. Como sabemos, la migración afectó por primera vez, con carácter masivo, a jóvenes de esos sectores.

La ingeniosa muerte de Malena es un libro de cuentos publicado en el 2009, contiene elementos representativos de obra general de Walter Lingán, escritor residente en Colonia, Alemania, desde 1982, quien no ha dejado de publicar narrativa desde su primera novela, Por un puñado de sal, de  1993.
El realismo esencial de sus relatos está consustanciado de recursos vanguardistas (ironía, humor, sesgo introspectivo del narrador protagonista, remates surrealistas), pero, como en los grandes autores, siempre en aras de la develación humana: sus  obsesiones temáticas están muy entonadas de exploraciones vitales y sociales. El lenguaje narrativo por ello, junto a su tersura y libertad literaria, es exponente del habla popular, el limeño, el andino; pero lo andino -cara identidad del autor- subyace entrañable más bien en espíritu, a través de las evocaciones, o hasta de las interpolaciones en quechua. Así en Hay algo en el temblor de tu discreto carmín, el relator protagonista dice: “Quiero escribirte y, en verdad te digo, no sé cómo hacerlo… Podría empezar diciendo que Me gustan tus pechos dulzones, que Me trastorna la densidad enmarañada  de tu motita ensalvajando tu sexo, que Enajena mis sentidos el vibrar de tus caderas… Después decirte Munanaycuway sonqochay”.

Un tema recurrente es la marginalidad del inmigrante de clase media baja, peruano o latinoamericano, en Europa, expresado en sus sentimientos de frustración, de desarraigo, la xenofobia sufrida, que agudiza su nostalgia profunda por la tierra abandonada, el amor, la familia, la cultura. El otro tema de su obsesión, que es refugio de esa marginalidad de sus personajes, es el amor, el amor en su más amplia acepción: desde el amor romántico, nostálgico, hasta el erotismo más liberado, a veces con desenfado, matizado por el carácter lúdico de su estilo. La narrativa de Walter Lingán es también, en definitiva, tributaria de la posmodernidad, haciéndonos recordar que es contemporánea de ella, pero por su progresismo ideológico, fundamental y matriz, lo posmoderno diluye sus fundamentos espirituales; constituye en cambio un aporte más a su literatura abarcadora. La obra de Walter Lingán es, en suma, como lo es el arte auténtico, un acto furioso de liberación, revela Walter Lingán, a través de su literatura, que ama con intensidad el amor, el sexo, la vida, pero ama asimismo con intensidad a su pueblo y a sus luchas libertarias.

Repasemos algunos relatos. En El Colombiano infestado de esperanza,  a través del sentimiento de frustración del inmigrante latinoamericano -denunciado entre alcohol y bohemia, “Entre cerveza y cerveza me he ido quedando, la borrachera es mi exilio. No falta quien me dice: scheifs Ausländer <extranjero de mierda>...” –  se representa el súmmum de la nostalgia por  la patria lejana, la familia, el amor, tanto que en la metáfora empleada, Jacinto, El Colombiano, muere al pie del casillero postal, donde una vez más no había llegado carta para él,  la carta del amor frustrado dejado en su país, esperada con fe pero inútilmente.

Pero esos cuadros se dan, como se palpita en los relatos de Walter Lingán, con un fondo de crítica social. Sigue diciendo El Colombiano, en una charlatanería que discurre casi como un monólogo interior, “Alemania es un país envejecido, repleto de viejos inútiles. La falta de niños es una enfermedad crónica y el exceso de perros y gatos, que viven mejor que la gente de nuestros países, se agudiza. Tercer Mundo le llaman, ¿acaso nuestra pobreza viene de otra galaxia”. Y desmitificando el “desarrollo” del país al que ha fugado y en general de cualquier país del sistema actual dice: “Aquí estoy jodido, pero allá en mi país estaría peor… Sí, estaría peor. No sé cómo pero estaría peor”.

En cada uno de sus relatos confluyen generalmente todas sus obsesiones temáticas: los sentimientos del marginado, así como el amor, el erotismo, no libre de ironía. En Los ojos de la luna, Eristof, inmigrante enamorado de Gabriela, muchacha alemana, tras el ansiado casamiento con ésta, escucha el rezo y lamento de la xenofóbica abuela Theresa König, quien siempre se opuso prejuiciosamente a esa relación: “Señor que estás en los cielos, hágase tu voluntad y perdónanos nuestras deudas, Eristof Eristof hasta su nombre es extranjero así como nosotros perdonamos a nuestros deudores y de dónde diablos vendrá y no nos hagas caer en la tentación de alguna familia muertadehambre de uno de esos países pobres más líbranos de todo mal…”

El desenlace surrealista es, a veces, explícito como en este mismo relato. El erotismo, a fin de exponerlo con todo su carga de explosión y liberación, es presentado a través de la metáfora, de lo fantástico, seguramente para superar la valla de lo socialmente incorrecto, de la infidelidad, o acaso de la atracción por lo prohibido. Eso representa la relación pasional que Eristof establece con Jacki, la engreída gata de la abuela Theresa König, que queda a cargo de Eristof, Gabriela e hijos, tras la muerte de ésta. Eristof había aceptado a regañadientes en principio hacerse cargo de Jacki. Cuando fueron a traerla de la casa de la abuela, “Jacki dormitaba sobre uno de los sofás… Marion se acercó a Jacki con la intención de acariciarla, pero ésta se levantó y abandonó la habitación. Por primera vez me fijé en el esbelto cuerpo de Jacki y olvidé, por un instante, mi odio hacia la abuela. Me deslumbró su caminar mesurado y abúlico ritmo. No podía entender cómo mis ojos no habían descubierto antes tanta belleza”. Y no obstante, la imagen surrealista para exponer su regalado erotismo, su catártico erotismo, está cargado siempre, a su estilo, de la ironía, del desenfado, del sarcasmo feraz, “Casi todas las noches Jacki y yo nos amábamos en secreto… Ronroneando pegaba su cuerpo al mío… Sentía sus redondos y fascinantes muslos y el cosquilleo de su alborotado pelaje. Saboreaba las delicadas frutas que colgaban en sus pezones y luego, mientras ella lamía los dedos de mis pies, yo la penetraba sin tregua hasta terminar extenuado tendido largo a largo junto a ella (…) Una mañana Gabriela observó detenidamente a Jacki y luego me comentó: ‘Creo que está preñada’ (…) Finalmente llegó la hora de la verdad, como sentenciaba mi padre. Jacki parió una sola cría inerte con el rostro inconfundible de un ser humano. Sus ojos eran inmensos y redondos como dos platos de luz. ‘Esos son los ojos de la luna –pensé-, son los ojos relumbrantes de la luna despidiéndose de la vida’. Jacki me fulminó con los afilados cuchillos de su mirada”.

En Un ángel en la puerta del infierno confluye el tema del choque cultural, de ese sentimiento de fragilidad cultural del inmigrante ante la fría y liberal cultura del mundo desarrollado, y, por otro lado, la forma, el remate audaz como se grafica la venganza de éste, del protagonista del relato, un inmigrante peruano, quien asesina a Bárbara, su amante alemana, que representaba esa cultura demoledora que tenía que sufrir diariamente. “Ella representaba esa cultura que enfrentaba a diario y estaba a punto de vencerme. Bárbara buscaba la comunión de la belleza física y la capacidad intelectual y esa búsqueda lo llevaba a ciertas libertades que yo no estaba dispuesto a tolerar…” Y el desenlace, el asesinato planeado -descuartiza a Bárbara y cocina y prepara platos peruanos con los órganos de ésta para sus invitados en la fiesta de su cumpleaños-, que para cualquier narrativa clásica hubiera constituido un relato de lo macabro, en la literatura de Walter Lingán, lúdica, vanguardista, se constituye más bien en una metáfora, en una recreación, aunque ciertamente significativa, de ese rechazo que guarda el inmigrante ante la inclemente cultura del mundo desarrollado europeo. Los raptos de humor, sin embargo, como dijimos, ratifican el carácter lúdico de la literatura de Walter Lingán, antes que dramático o trágico. “Thomas, Manuel y Félix recibieron los primeros anticuchos y a continuación me congratularon por lo riquísimos que estaban. ‘Los anticuchos preparados con el corazón de la mujer amada siempre son los más sabrosos’, les dije, y nos reímos…”

Finalizamos este repaso salteado comentando precisamente el relato que da nombre al libro, La ingeniosa muerte de Malena, quizás el más bello o uno de los más bellos (por la forma y la profundidad), un texto que representa en forma esencial sus temáticas recurrentes, la marginalidad, el erotismo, el amor. Pero también sintetiza en muy alto grado el estilo característico del autor: la tersura del lenguaje y la delicada valla que separa realismo y surrealismo, en el que se interfieren, cruzan y confunden. Malena, una muchacha sordo-mudo-ciega que vive con su madre -a quienes el protagonista, un joven inmigrante peruano, visita frecuentemente- representa el súmmum de la marginalidad. “Para comunicarse con ella –dice el relator protagonista- hay que tener mucha paciencia. El papel, la pluma, la escritura le son conceptos abstractos, no sirven de nada… Para “conversar” con Malena hay que recurrir al “lormen”. Y el lormen es un método para poder dialogar con los sordo-mudo-ciegos que lo inventó Gerónimo Lormen hace más de cien años atrás. Para describir una letra hay que golpear levemente o tocar una determinada parte de la palma de la mano”. Y éste muestra una profunda identificación y solidaridad con Malena, “desde que conocí a Malena me encierro en mi habitación, me vendo los ojos y gozo penetrando en esa mansión oscura, en ese vacío insondable… Aún no llega a cumplir los veinte años pero toda su vida la lleva atada a una silla de ruedas…”. Y entonces pide permiso a la madre de ésta para sacarla a pasear, la lleva en su silla y entonces la observa y medita: “Ella nunca ha visto algo bonito ni ha expresado un deseo. Casi todo el tiempo la pasa en su habitación ordenando y desordenando cosas, quitando algo aquí y poniendo algo allá, hasta que su madre viene y la llevan a comer, a realizar algunas labores y pasear. Malena generalmente asiente con un afirmativo movimiento de cabeza (…) Cuando la veo mecerse horas y horas, adelante, atrás, adelante, atrás. Cuando parece gritar y desesperarse. Cuando se golpea la cabeza en el respaldar de la silla de ruedas. En todo eso me parece ver que el cuerpo de Malena se reduce a lo más interno de su ‘No Mundo’…"

La representación de la marginalidad extrema está personificada en Malena, descritas hasta allí en un realismo sutil, elaborado, pero sobrio y lozano, el desenlace surrealista vendrá sorprendente pero significativo. Ya cuando el protagonista quiere, en una entrega efectiva de solidaridad -tras sacarla a pasear y tomar con ella “un refresco en el agradable Café-Bar-Compás donde sirven unos combinados estupendos”- darle con ansia las mayores satisfacciones a Malena, entre ellas, por qué no la del amor, en el que el protagonista complace su propia pasión, entonces se va prefigurando la otra metáfora explotable en la imagen de Malena: “Por eso hoy le tomé de las manos, la acaricié largo rato; le besé los labios, el rostro, mis manos se hundieron en toda su piel con el mensaje de mi mundo. El ardor de mis deseos se prendió a las ramas secas que se acumulaban en el fondo de sus entrañas. Sus manos enternecidas se encendieron con la luz de una lámpara que crecía segundo a segundo. Todos mis lugares, mi norte y mi sur, mi oriente y occidente, fueron para ella descubrimientos dotados de aventuras impredecibles…”

Y acaso Malena, reducida a sólo ese lado de las sensaciones táctiles, ¿no podía también representar el súmmum del sensualismo, del erotismo -esa otra obsesión temática del autor- en su estado más puro y abstracto? Si dentro del discurso realista, Malena es el súmmum de la marginalidad, en un estiramiento más simbólico, metafórico o de sugerencia abierta, ¿por qué Malena no podía representar el sensualismo, el erotismo más radical y puro? Esto parece estar corroborado en el final sorprendente, que orienta el mensaje del relato hacia otras aristas, abiertas, sugerentes:

Silvia –la novia del protagonista, quien conoce a Malena por referencias de éste, y siente entre simpatía por ella y celos- lo acusa de haber asesinado a la muchacha y se burla de éste simulando ser Malena, “cansado de tanta jodedera de que ella es Malena, una noche la empujé por la ventana”. Ya en el hospital psiquiátrico donde es recluido, el fantasma de Silvia lo sigue acosando, entonces  el protagonista le dice: “Todo he consentido, Silvia, pero no podía permitirte el lujo de suplantar a Malena… Malena fue mi creación perfecta, única…” Aclarada la cosa, Silvia se levanta y se va. Malena, cuyo espectro, con su silla de ruedas, también lo visita, le dice que Silvia ya no va a regresar más, y ella misma desaparece para siempre volando por la ventana, “cantando feliz, como un jilguero que escapa de su jaula, de su prisión”.

Así, puede perfectamente especularse que Malena siendo la abstracción sensualista, el lado exclusivamente erótico de la mujer, de Silvia, no podía ser una mujer real, “fue mi creación perfecta, única” había revelado el protagonista; Silvia al entenderlo, aplaca sus celos y deja de acosar a aquél. Pero desaparecida Silvia, Malena, ese lado erótico de Silvia, esa pura abstracción imaginada por su creador, queda liberada también y desaparece definitivamente. Pero la desaparición de Malena tiene otra lectura, paralela, desde la primera parte racional y realista del relato: sólo la muerte libera a Malena de su prisión, de tan fatal y trágica limitación física que sufrió en vida.

Walter Lingán, un escritor que no tiene, injustamente, el reconocimiento suficiente, hace realidad el valor de esta nueva literatura peruana, popular en su raíz -por su identidad nacional y por el origen social de sus creadores- pero ya universal por su elevación literaria y visión cultural, y por eso mismo, innovadora y épica. Literatura que cumple lo que quería José Carlos Mariátegui cuando hablaba que llegará el tiempo cuando los mismos habitantes de nuestro país profundo comiencen a crear sus propias expresiones artísticas, literarias, culturales, y, por tanto, estén  anunciando la hora de su liberación social.
                                                                                                                              Lima, Enero del 2016