Un
cuy entre alemanes (Ed. Eclipsa, España, 2015) de
Walter Lingán, tendrá probablemente tantas interpretaciones como lectores,
independientemente de la valoración estética del relato. Lo mismo que La
metamorfosis de Franz Kafka, su antecedente más visible y directo, evocado
además reiteradas veces en el transcurso de la narración. Yendo inclusive hasta
inmiscuirse en la vida del escritor alemán en el propio relato con Felice su
amada, convertida en muñeca de porcelana y objeto de adoración, y el propio
Franz Kafka convertido, a imagen y semejanza del narrador, en “vulgar conejillo
de las indias”. Dicha interferencia abre desde el inicio del relato la pista de
una interpretación simbólica que supera ampliamente el marco de la aventura
individual y sus manifestaciones fantásticas. La singular historia kafkiana de
un viajante de comercio judío alemán, Gregorio Samsa, convertido en “monstruoso
insecto”, se ve reinterpretada de algún modo en el marco de la problemática
migratoria a través del relato autobiográfico de un peruano Christian Linden,
oriundo de las serranías de Cajamarca, exiliado voluntario en Alemania para
estudiar medicina, tras haber vivido en las barriadas de Lima, quien, en los
momentos menos pensados, se va transformando parcial o totalmente en cuy, ese
animalito sagrado de los Andes, sin perder nada de su conciencia humana ni
facultades intelectuales, antes de regresar a su forma física de hombre y
terminar definitivamente hecho un cuy en el momento de la muerte.
Linden nace cuy en el Perú con la
particularidad genética de los “siete dedos” que prolongan las extremidades de
sus cuatro miembros y muere cuy en Alemania encerrado en su bunker al abrigo de
las miradas inquisidoras de los demás. Es altamente significativo que aquello
que el personaje llama “su mal” tan sólo se declare fuera del país, cuando se
encuentra en un medio ajeno a su cultura. Las primeras páginas marcan ya la
pauta de una narración que se inserta en el marco de una visión globalizadora
del mundo: “Asombrado entré en la galaxia del primer mundo. Un nuevo planeta se
abría a mi paso. Por un momento llegué a pensar que el aeropuerto de Francfort
del Meno era más grande que Lima. Cargaba sueños y esperanzas a raudales.”
(p.12). En realidad lo que está tratando Walter Lingán en ese libro, calificado
de “memorias”, “autobiografía”, narrado en primera persona, es la vieja
dicotomía civilización / barbarie en el nuevo marco de un mundo globalizado. El
propio personaje lo confirma de alguna manera cuando confía: “Lejos quedan ya
aquellos días cuando con todos mis sentidos experimenté el encuentro de los dos
mundos, cuando de conquistado pasé a ser conquistador.” (p.97)
El cuy, símbolo del mundo andino, y más
allá del símbolo del Perú antiguo y de la América precolombina, es considerado en
Alemania como un animal de compañía, una “mascota”. Esto no es sin recordar la
compasiva apreciación del “buen salvaje” que marca la descripción de los
indígenas americanos por los grandes viajeros europeos de los siglos XVIII y
XIX. Recordemos que la joven Sonya se junta con el narrador por el mismo motivo
por el cual Elisabeth, lo abandonó: la trasmutación en cuy, vale decir su
exotismo. En otro momento Linden insiste nuevamente en esa visión exótica y
compasiva del “buen salvaje” americano que todavía sigue instrumentalizando la
mente de los europeos: “Como te dije muchas veces, Michaela, en el Perú fui
despreciado por cholo, serrano, indio, misio y, para colmo de los colmos,
aprendiz de comunista o peón revolucionario. En cambio aquí, todas esas cualidades,
o defectos, dependiendo de cómo se los mire, me abrieron las puertas a poner mi
piel de serrano o de indio sobre la piel blanca, aporcelanada, de rubias
beldades.” (p.28)
El telón de fondo de las trasmutaciones
es la historia política y social del Perú cuyas noticias llegan naturalmente a
Alemania y mantienen al personaje en contacto con su identidad de cholo, a
través de su militancia política en las filas de la izquierda peruana, afirmada
con fuerza y convicción desde las primeras líneas del relato, a través de sus
contactos con toda la mancha de migrantes izquierdistas y auto proclamados
revolucionarios procedentes de otros países latinoamericanos en plena
efervescencia guerrillera: “La espiral de la sangre estaba en todo su apogeo,
pero en Lima nadie hacía caso. Se mataban cholos, indios, cuyes, que para
muchos de mentalidad colonial no eran ni siquiera seres con alma, sino casi
animalitos. Hombres-cuy o cuyes-hombre.” (p, 74)
De algún modo Un cuy entre alemanes supera la visión del capitalismo triunfante
de los siglos XIX y XX encarnado en el universo familiar cerrado de Kafka, para
sumergirse en el universo globalizado abierto del neoliberalismo actual y su
cuestionamiento: “A los alemanes les disgusta hablar de sueldos, del dinero que
reciben por su trabajo o las ganancias en sus negocios, eso es como un secreto
bancario, un tabú”. (p.109). La ausencia del padre -entiéndase el padre
simbólico español, el padre violador de la Conquista-, mencionado solo una vez
en el libro como: “padre de veinte hijos con cuatro mujeres” (los cuatro suyus
del Tahuantinsuyu) se puede interpretar sin duda como una voluntad de superar
la identidad heredada de la Colonia, construyendo una nueva identidad, acorde
con la situación de migrante, en el roce de culturas a partir de la identidad
americana, encarnada en la madre, matriz biológica, social, cultural y
psicológica, a la que el personaje se refiere permanentemente en sus momentos
de dudas e interrogaciones como aferrándose a las raíces de sus orígenes. Esto
nos explicaría también de algún modo el papel que desempeñan la mujer y el sexo
en el libro y la ausencia, o casi ausencia de los hombres, fundidos en la masa
de los alemanes, en la descripción de sus costumbres y modos de vivir. Sembrando
hijos aquí y allá, sin compromisos matrimoniales, a través de aquello que llama
“el amor libre” (libertad suprema de Occidente) el hijo, finalmente, quiéralo o
no, no hace sino reproducir la actitud del padre en el contexto de la
construcción de una nueva identidad que se verá representada por la prole por
la que, como su propio padre, no se preocupa mucho.
Otro de los elementos claves del libro en
la forja de esa nueva identidad son las abrumadoras referencias a autores y
obras que pertenecen, no sólo a Perú, sino al patrimonio mundial de la
humanidad. La biblioteca de Linden que consta, según afirma, de 30.000
volúmenes es aún más importante que la de don Rigoberto, personaje de Vargas
Llosa, otro abúlico de lectura quien cuando llega a los 4.000 volúmenes decide
deshacerse de un volumen existente por cada nuevo que compre. No es el caso de
Linden, quien acumula y acumula, aunque en el momento de la muerte reconozca
que no los ha leído todos. Le decisión de Rigoberto es ciertamente la de un
hombre perteneciente social y culturalmente a la clase superior: la
aristocracia del saber y del poder, la actitud de Linden y su bulimia de
lectura corresponde a lo que yo llamaría “el complejo del autodidacto” y a su
voluntad de acceder a su vez al saber y al poder.
En deseo y voluntad de integración se
sostienen en un estilo acumulativo, no ausente a veces de un humor acre y
corrosivo, que marca absolutamente todos los estratos de la narración: -multiplicación
de las aventuras sexuales que determinan “el método audio-sexual” del
aprendizaje de la lengua que es el soporte de la cultura-multiplicación de las
transformaciones que determinan las obsesiones psicológicas, traducidas por la
permanente interrogación: “No sé si soy un cuy dentro de un hombre o si soy un
hombre dentro de un cuy” (p.45) y sus distintas variantes:“Yo no sé si soy un
cuy o un hombre. Mas hombre que cuy o más cuy que hombre” (p.83) / soy un
hombre-cobayo” (p.83) /“Sin duda la vida de un cuy es un placer, más aún cuando
la ciencia no sabe explicar si soy un hombre dentro de un cuy o un cuy dentro
de un hombre o se trata simplemente de una nueva desviación genética” (p.144)
Pero el sueño final de Linden convertido
en Supercuy, en justiciero encabezando la rebeldía de los cuyes sus semejantes,
vale decir en héroe mítico reencarnación de Inkarri, reanuda, al fin y al cabo,
metafóricamente con una identidad a punto de ser negada, en la realidad. “Cuando
los militares empezaban a retirarse orgullosos de su masacre, aparecí
convertido en el Supercuy. Un soldado descargó sobre mí toda la munición
contenida en su metralleta. Las balas rebotaron de mi cuerpo. El soldado
sorprendido abrió la boca, e impotente dejó caer el arma. Con una mano lo
levanté y lo estrellé contra uno de los tanques. Como un rayo de luz arrasé con
toda la soldadesca y con los tanques, como si fueran juguetes, los destruí. Los
cuyes heridos, los sobrevivientes a la masacre humana, me lanzaron vivas y me
reconocieron como su líder y defensor.” (p.142-143)
En esta incesante e inacabable guerra de
los runas con Occidente asistimos aquí, como diría el poeta del pueblo Leoncio
Bueno, a la simbólica revancha de los olvidados, de los oprimidos y
desclasados, de los marginales y disidentes, conquistando el septentrión. Como
en La metamorfosis de Franz Kafka donde el hombre, alegoría del capitalismo
triunfante resulta al final más alienado que el “monstruoso insecto”, alegoría
de la alienación proletaria, en Un cuy
entre alemanes de Walter Lingán, el hombre, alegoría del neoliberalismo
avasallador, resulta a su vez más alienado que el “cuy”, alegoría de una
América subdesarrollada, pero que se resiste a morir.
Couyou, 13 de noviembre de 2017.