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Sonntag, 15. September 2024
Montag, 27. August 2018
La ingeniosa muerte de Malena / Arturo Bolívar Barreto
Walter Lingán (Cajamarca) es de los mejores exponentes de la narrativa peruana de las últimas décadas, periodo que se inició con la crisis de los 80, la violencia política, la diáspora, la instauración del neoliberalismo, la globalización, la revolución comunicacional. Ya que la literatura canónica, en ese mismo contexto, devenía literatura de mercado conforme al proceso mundial, lo más auspicioso de la literatura se refugió en las distintas regiones del interior del país. La narrativa de Walter Lingán representa la versión del emigrante, del exiliado, de este proceso emergente de la literatura peruana. Pero ya no la visión del emigrante de la élite, de periodos anteriores, sino el proveniente de los sectores populares o medios bajos. Como sabemos, la migración afectó por primera vez, con carácter masivo, a jóvenes de esos sectores.
La ingeniosa muerte de Malena es un libro de cuentos publicado en el 2009, contiene elementos representativos de obra general de Walter Lingán, escritor residente en Colonia, Alemania, desde 1982, quien no ha dejado de publicar narrativa desde su primera novela, Por un puñado de sal, de 1993.
El realismo esencial de sus relatos está consustanciado de recursos vanguardistas (ironía, humor, sesgo introspectivo del narrador protagonista, remates surrealistas), pero, como en los grandes autores, siempre en aras de la develación humana: sus obsesiones temáticas están muy entonadas de exploraciones vitales y sociales. El lenguaje narrativo por ello, junto a su tersura y libertad literaria, es exponente del habla popular, el limeño, el andino; pero lo andino -cara identidad del autor- subyace entrañable más bien en espíritu, a través de las evocaciones, o hasta de las interpolaciones en quechua. Así en Hay algo en el temblor de tu discreto carmín, el relator protagonista dice: “Quiero escribirte y, en verdad te digo, no sé cómo hacerlo… Podría empezar diciendo que Me gustan tus pechos dulzones, que Me trastorna la densidad enmarañada de tu matita ensalvajando tu sexo, que Enajena mis sentidos el vibrar de tus caderas… Después decirte Munanaycuway sonqochay”.
Un tema recurrente es la marginalidad del inmigrante de clase media baja, peruano o latinoamericano, en Europa, expresado en sus sentimientos de frustración, de desarraigo, la xenofobia sufrida, que agudiza su nostalgia profunda por la tierra abandonada, el amor, la familia, la cultura. El otro tema de su obsesión, que es refugio de esa marginalidad de sus personajes, es el amor, el amor en su más amplia acepción: desde el amor romántico, nostálgico, hasta el erotismo más liberado, a veces con desenfado, matizado por el carácter lúdico de su estilo. La narrativa de Walter Lingán es también, en definitiva, tributaria de la posmodernidad, haciéndonos recordar que es contemporánea de ella, pero por su progresismo ideológico, fundamental y matriz, lo posmoderno diluye sus fundamentos espirituales; constituye en cambio un aporte más a su literatura abarcadora.
La obra de Walter Lingán es, en suma, como lo es el arte auténtico, un acto furioso de liberación, revela Walter Lingán, a través de su literatura, que ama con intensidad el amor, el sexo, la vida, pero ama asimismo con intensidad a su pueblo y a sus luchas libertarias.
Repasemos algunos relatos. En El Colombiano infestado de esperanza, a través del sentimiento de frustración del inmigrante latinoamericano -denunciado entre alcohol y bohemia, “Entre cerveza y cerveza me he ido quedando, la borrachera es mi exilio. No falta quien me dice: scheifs Ausländer <extranjero de mierda>...” – se representa el súmmum de la nostalgia por la patria lejana, la familia, el amor, tanto que en la metáfora empleada, Jacinto, El Colombiano, muere al pie del casillero postal, donde una vez más no había llegado carta para él, la carta del amor frustrado dejado en su país, esperada con fe pero inútilmente.
Pero esos cuadros se dan, como se palpita en los relatos de Walter Lingán, con un fondo de crítica social. Sigue diciendo El Colombiano, en una charlatanería que discurre casi como un monólogo interior, “Alemania es un país envejecido, repleto de viejos inútiles. La falta de niños es una enfermedad crónica y el exceso de perros y gatos, que viven mejor que la gente de nuestros países, se agudiza. Tercer Mundo le llaman, ¿acaso nuestra pobreza viene de otra galaxia”. Y desmitificando el “desarrollo” del país al que ha fugado y en general de cualquier país del sistema actual dice: “Aquí estoy jodido, pero allá en mi país estaría peor… Sí, estaría peor. No sé cómo pero estaría peor”.
En cada uno de sus relatos confluyen generalmente todas sus obsesiones temáticas: los sentimientos del marginado, así como el amor, el erotismo, no libre de ironía. En Los ojos de la luna, Eristof, inmigrante enamorado de Gabriela, muchacha alemana, tras el ansiado casamiento con ésta, escucha el rezo y lamento de la xenofóbica abuela Theresa König, quien siempre se opuso prejuiciosamente a esa relación: “Señor que estás en los cielos, hágase tu voluntad y perdónanos nuestras deudas, Eristof Eristof hasta su nombre es extranjero así como nosotros perdonamos a nuestros deudores y de dónde diablos vendrá y no nos hagas caer en la tentación de alguna familia muertadehambre de uno de esos países pobres más líbranos de todo mal…”
El desenlace surrealista es, a veces, explícito como en este mismo relato. El erotismo, a fin de exponerlo con todo su carga de explosión y liberación, es presentado a través de la metáfora, de lo fantástico, seguramente para superar la valla de lo socialmente incorrecto, de la infidelidad, o acaso de la atracción por lo prohibido. Eso representa la relación pasional que Eristof establece con Jacki, la engreída gata de la abuela Theresa König, que queda a cargo de Eristof, Gabriela e hijos, tras la muerte de ésta. Eristof había aceptado a regañadientes en principio hacerse cargo de Jacki. Cuando fueron a traerla de la casa de la abuela, “Jacki dormitaba sobre uno de los sofás… Marion se acercó a Jacki con la intención de acariciarla, pero ésta se levantó y abandonó la habitación. Por primera vez me fijé en el esbelto cuerpo de Jacki y olvidé, por un instante, mi odio hacia la abuela. Me deslumbró su caminar mesurado y abúlico ritmo. No podía entender cómo mis ojos no habían descubierto antes tanta belleza”. Y no obstante, la imagen surrealista para exponer su regalado erotismo, su catártico erotismo, está cargado siempre, a su estilo, de la ironía, del desenfado, del sarcasmo feraz, “Casi todas las noches Jacki y yo nos amábamos en secreto… Ronroneando pegaba su cuerpo al mío… Sentía sus redondos y fascinantes muslos y el cosquilleo de su alborotado pelaje. Saboreaba las delicadas frutas que colgaban en sus pezones y luego, mientras ella lamía los dedos de mis pies, yo la penetraba sin tregua hasta terminar extenuado tendido largo a largo junto a ella (…) Una mañana Gabriela observó detenidamente a Jacki y luego me comentó: ‘Creo que está preñada’ (…) Finalmente llegó la hora de la verdad, como sentenciaba mi padre. Jacki parió una sola cría inerte con el rostro inconfundible de un ser humano. Sus ojos eran inmensos y redondos como dos platos de luz. ‘Esos son los ojos de la luna –pensé-, son los ojos relumbrantes de la luna despidiéndose de la vida’. Jacki me fulminó con los afilados cuchillos de su mirada”.
En Un ángel en la puerta del infierno confluye el tema del choque cultural, de ese sentimiento de fragilidad cultural del inmigrante ante la fría y liberal cultura del mundo desarrollado, y, por otro lado, la forma, el remate audaz como se grafica la venganza de éste, del protagonista del relato, un inmigrante peruano, quien asesina a Bárbara, su amante alemana, que representaba esa cultura demoledora que tenía que sufrir diariamente. “Ella representaba esa cultura que enfrentaba a diario y estaba a punto de vencerme. Bárbara buscaba la comunión de la belleza física y la capacidad intelectual y esa búsqueda lo llevaba a ciertas libertades que yo no estaba dispuesto a tolerar…”
Y el desenlace, el asesinato planeado -descuartiza a Bárbara y cocina y prepara platos peruanos con los órganos de ésta para sus invitados en la fiesta de su cumpleaños-, que para cualquier narrativa clásica hubiera constituido un relato de lo macabro, en la literatura de Walter Lingán, lúdica, vanguardista, se constituye más bien en una metáfora, en una recreación, aunque ciertamente significativa, de ese rechazo que guarda el inmigrante ante la inclemente cultura del mundo desarrollado europeo.
Los raptos de humor, sin embargo, como dijimos, ratifican el carácter lúdico de la literatura de Walter Lingán, antes que dramático o trágico. “Thomas, Manuel y Félix recibieron los primeros anticuchos y a continuación me congratularon por lo riquísimos que estaban. ‘Los anticuchos preparados con el corazón de la mujer amada siempre son los más sabrosos’, les dije, y nos reímos…”
Finalizamos este repaso salteado comentando precisamente el relato que da nombre al libro, La ingeniosa muerte de Malena, quizás el más bello o uno de los más bellos (por la forma y la profundidad), un texto que representa en forma esencial sus temáticas recurrentes, la marginalidad, el erotismo, el amor. Pero también sintetiza en muy alto grado el estilo característico del autor: la tersura del lenguaje y la delicada valla que separa realismo y surrealismo, en el que se interfieren, cruzan y confunden. Malena, una muchacha sordo-mudo-ciega que vive con su madre -a quienes el protagonista, un joven inmigrante peruano, visita frecuentemente- representa el súmmum de la marginalidad. “Para comunicarse con ella –dice el relator protagonista- hay que tener mucha paciencia. El papel, la pluma, la escritura le son conceptos abstractos, no sirven de nada… Para “conversar” con Malena hay que recurrir al “lormen”. Y el lormen es un método para poder dialogar con los sordo-mudo-ciegos que lo inventó Gerónimo Lormen hace más de cien años atrás. Para describir una letra hay que golpear levemente o tocar una determinada parte de la palma de la mano”. Y éste muestra una profunda identificación y solidaridad con Malena, “desde que conocí a Malena me encierro en mi habitación, me vendo los ojos y gozo penetrando en esa mansión oscura, en ese vacío insondable… Aún no llega a cumplir los veinte años pero toda su vida la lleva atada a una silla de ruedas…”. Y entonces pide permiso a la madre de ésta para sacarla a pasear, la lleva en su silla y entonces la observa y medita: “Ella nunca ha visto algo bonito ni ha expresado un deseo. Casi todo el tiempo la pasa en su habitación ordenando y desordenando cosas, quitando algo aquí y poniendo algo allá, hasta que su madre viene y la llevan a comer, a realizar algunas labores y pasear. Malena generalmente asiente con un afirmativo movimiento de cabeza (…) Cuando la veo mecerse horas y horas, adelante, atrás, adelante, atrás. Cuando parece gritar y desesperarse. Cuando se golpea la cabeza en el respaldar de la silla de ruedas. En todo eso me parece ver que el cuerpo de Malena se reduce a lo más interno de su ‘No Mundo’…”
La representación de la marginalidad extrema está personificada en Malena, descritas hasta allí en un realismo sutil, elaborado, pero sobrio y lozano, el desenlace surrealista vendrá sorprendente pero significativo. Ya cuando el protagonista quiere, en una entrega efectiva de solidaridad -tras sacarla a pasear y tomar con ella “un refresco en el agradable Café-Bar-Compás donde sirven unos combinados estupendos”- darle con ansia las mayores satisfacciones a Malena, entre ellas, por qué no la del amor, en el que el protagonista complace su propia pasión, entonces se va prefigurando la otra metáfora explotable en la imagen de Malena: “Por eso hoy le tomé de las manos, la acaricié largo rato; le besé los labios, el rostro, mis manos se hundieron en toda su piel con el mensaje de mi mundo. El ardor de mis deseos se prendió a las ramas secas que se acumulaban en el fondo de sus entrañas. Sus manos enternecidas se encendieron con la luz de una lámpara que crecía segundo a segundo. Todos mis lugares, mi norte y mi sur, mi oriente y occidente, fueron para ella descubrimientos dotados de aventuras impredecibles…”
Y acaso Malena, reducida a sólo ese lado de las sensaciones táctiles, ¿no podía también representar el súmmum del sensualismo, del erotismo -esa otra obsesión temática del autor- en su estado más puro y abstracto? Si dentro del discurso realista, Malena es el súmmum de la marginalidad, en un estiramiento más simbólico, metafórico o de sugerencia abierta, ¿por qué Malena no podía representar el sensualismo, el erotismo más radical y puro? Esto parece estar corroborado en el final sorprendente, que orienta el mensaje del relato hacia otras aristas, abiertas, sugerentes:
Silvia –la novia del protagonista, quien conoce a Malena por referencias de éste, y siente entre simpatía por ella y celos- lo acusa de haber asesinado a la muchacha y se burla de éste simulando ser Malena, “cansado de tanta jodedera de que ella es Malena, una noche la empujé por la ventana”. Ya en el hospital psiquiátrico donde es recluido, el fantasma de Silvia lo sigue acosando, entonces el protagonista le dice: “Todo he consentido, Silvia, pero no podía permitirte el lujo de suplantar a Malena… Malena fue mi creación perfecta, única…” Aclarada la cosa, Silvia se levanta y se va. Malena, cuyo espectro, con su silla de ruedas, también lo visita, le dice que Silvia ya no va a regresar más, y ella misma desaparece para siempre volando por la ventana, “cantando feliz, como un jilguero que escapa de su jaula, de su prisión”.
Así, puede perfectamente especularse que Malena siendo la abstracción sensualista, el lado exclusivamente erótico de la mujer, de Silvia, no podía ser una mujer real, “fue mi creación perfecta, única” había revelado el protagonista; Silvia al entenderlo, aplaca sus celos y deja de acosar a aquél. Pero desaparecida Silvia, Malena, ese lado erótico de Silvia, esa pura abstracción imaginada por su creador, queda liberada también y desaparece definitivamente. Pero la desaparición de Malena tiene otra lectura, paralela, desde la primera parte racional y realista del relato: sólo la muerte libera a Malena de su prisión, de tan fatal y trágica limitación física que sufrió en vida.
Walter Lingán, un escritor que no tiene, injustamente, el reconocimiento suficiente, hace realidad el valor de esta nueva literatura peruana, popular en su raíz -por su identidad nacional y por el origen social de sus creadores- pero ya universal por su elevación literaria y visión cultural, y por eso mismo, innovadora y épica. Literatura que cumple lo que quería José Carlos Mariátegui cuando hablaba que llegará el tiempo cuando los mismos habitantes de nuestro país profundo comiencen a crear sus propias expresiones artísticas, literarias, culturales, y, por tanto, estén anunciando la hora de su liberación social.
Lima, enero 2016.
La ingeniosa muerte de Malena es un libro de cuentos publicado en el 2009, contiene elementos representativos de obra general de Walter Lingán, escritor residente en Colonia, Alemania, desde 1982, quien no ha dejado de publicar narrativa desde su primera novela, Por un puñado de sal, de 1993.
El realismo esencial de sus relatos está consustanciado de recursos vanguardistas (ironía, humor, sesgo introspectivo del narrador protagonista, remates surrealistas), pero, como en los grandes autores, siempre en aras de la develación humana: sus obsesiones temáticas están muy entonadas de exploraciones vitales y sociales. El lenguaje narrativo por ello, junto a su tersura y libertad literaria, es exponente del habla popular, el limeño, el andino; pero lo andino -cara identidad del autor- subyace entrañable más bien en espíritu, a través de las evocaciones, o hasta de las interpolaciones en quechua. Así en Hay algo en el temblor de tu discreto carmín, el relator protagonista dice: “Quiero escribirte y, en verdad te digo, no sé cómo hacerlo… Podría empezar diciendo que Me gustan tus pechos dulzones, que Me trastorna la densidad enmarañada de tu matita ensalvajando tu sexo, que Enajena mis sentidos el vibrar de tus caderas… Después decirte Munanaycuway sonqochay”.
Un tema recurrente es la marginalidad del inmigrante de clase media baja, peruano o latinoamericano, en Europa, expresado en sus sentimientos de frustración, de desarraigo, la xenofobia sufrida, que agudiza su nostalgia profunda por la tierra abandonada, el amor, la familia, la cultura. El otro tema de su obsesión, que es refugio de esa marginalidad de sus personajes, es el amor, el amor en su más amplia acepción: desde el amor romántico, nostálgico, hasta el erotismo más liberado, a veces con desenfado, matizado por el carácter lúdico de su estilo. La narrativa de Walter Lingán es también, en definitiva, tributaria de la posmodernidad, haciéndonos recordar que es contemporánea de ella, pero por su progresismo ideológico, fundamental y matriz, lo posmoderno diluye sus fundamentos espirituales; constituye en cambio un aporte más a su literatura abarcadora.
La obra de Walter Lingán es, en suma, como lo es el arte auténtico, un acto furioso de liberación, revela Walter Lingán, a través de su literatura, que ama con intensidad el amor, el sexo, la vida, pero ama asimismo con intensidad a su pueblo y a sus luchas libertarias.
Repasemos algunos relatos. En El Colombiano infestado de esperanza, a través del sentimiento de frustración del inmigrante latinoamericano -denunciado entre alcohol y bohemia, “Entre cerveza y cerveza me he ido quedando, la borrachera es mi exilio. No falta quien me dice: scheifs Ausländer <extranjero de mierda>...” – se representa el súmmum de la nostalgia por la patria lejana, la familia, el amor, tanto que en la metáfora empleada, Jacinto, El Colombiano, muere al pie del casillero postal, donde una vez más no había llegado carta para él, la carta del amor frustrado dejado en su país, esperada con fe pero inútilmente.
Pero esos cuadros se dan, como se palpita en los relatos de Walter Lingán, con un fondo de crítica social. Sigue diciendo El Colombiano, en una charlatanería que discurre casi como un monólogo interior, “Alemania es un país envejecido, repleto de viejos inútiles. La falta de niños es una enfermedad crónica y el exceso de perros y gatos, que viven mejor que la gente de nuestros países, se agudiza. Tercer Mundo le llaman, ¿acaso nuestra pobreza viene de otra galaxia”. Y desmitificando el “desarrollo” del país al que ha fugado y en general de cualquier país del sistema actual dice: “Aquí estoy jodido, pero allá en mi país estaría peor… Sí, estaría peor. No sé cómo pero estaría peor”.
En cada uno de sus relatos confluyen generalmente todas sus obsesiones temáticas: los sentimientos del marginado, así como el amor, el erotismo, no libre de ironía. En Los ojos de la luna, Eristof, inmigrante enamorado de Gabriela, muchacha alemana, tras el ansiado casamiento con ésta, escucha el rezo y lamento de la xenofóbica abuela Theresa König, quien siempre se opuso prejuiciosamente a esa relación: “Señor que estás en los cielos, hágase tu voluntad y perdónanos nuestras deudas, Eristof Eristof hasta su nombre es extranjero así como nosotros perdonamos a nuestros deudores y de dónde diablos vendrá y no nos hagas caer en la tentación de alguna familia muertadehambre de uno de esos países pobres más líbranos de todo mal…”
El desenlace surrealista es, a veces, explícito como en este mismo relato. El erotismo, a fin de exponerlo con todo su carga de explosión y liberación, es presentado a través de la metáfora, de lo fantástico, seguramente para superar la valla de lo socialmente incorrecto, de la infidelidad, o acaso de la atracción por lo prohibido. Eso representa la relación pasional que Eristof establece con Jacki, la engreída gata de la abuela Theresa König, que queda a cargo de Eristof, Gabriela e hijos, tras la muerte de ésta. Eristof había aceptado a regañadientes en principio hacerse cargo de Jacki. Cuando fueron a traerla de la casa de la abuela, “Jacki dormitaba sobre uno de los sofás… Marion se acercó a Jacki con la intención de acariciarla, pero ésta se levantó y abandonó la habitación. Por primera vez me fijé en el esbelto cuerpo de Jacki y olvidé, por un instante, mi odio hacia la abuela. Me deslumbró su caminar mesurado y abúlico ritmo. No podía entender cómo mis ojos no habían descubierto antes tanta belleza”. Y no obstante, la imagen surrealista para exponer su regalado erotismo, su catártico erotismo, está cargado siempre, a su estilo, de la ironía, del desenfado, del sarcasmo feraz, “Casi todas las noches Jacki y yo nos amábamos en secreto… Ronroneando pegaba su cuerpo al mío… Sentía sus redondos y fascinantes muslos y el cosquilleo de su alborotado pelaje. Saboreaba las delicadas frutas que colgaban en sus pezones y luego, mientras ella lamía los dedos de mis pies, yo la penetraba sin tregua hasta terminar extenuado tendido largo a largo junto a ella (…) Una mañana Gabriela observó detenidamente a Jacki y luego me comentó: ‘Creo que está preñada’ (…) Finalmente llegó la hora de la verdad, como sentenciaba mi padre. Jacki parió una sola cría inerte con el rostro inconfundible de un ser humano. Sus ojos eran inmensos y redondos como dos platos de luz. ‘Esos son los ojos de la luna –pensé-, son los ojos relumbrantes de la luna despidiéndose de la vida’. Jacki me fulminó con los afilados cuchillos de su mirada”.
En Un ángel en la puerta del infierno confluye el tema del choque cultural, de ese sentimiento de fragilidad cultural del inmigrante ante la fría y liberal cultura del mundo desarrollado, y, por otro lado, la forma, el remate audaz como se grafica la venganza de éste, del protagonista del relato, un inmigrante peruano, quien asesina a Bárbara, su amante alemana, que representaba esa cultura demoledora que tenía que sufrir diariamente. “Ella representaba esa cultura que enfrentaba a diario y estaba a punto de vencerme. Bárbara buscaba la comunión de la belleza física y la capacidad intelectual y esa búsqueda lo llevaba a ciertas libertades que yo no estaba dispuesto a tolerar…”
Y el desenlace, el asesinato planeado -descuartiza a Bárbara y cocina y prepara platos peruanos con los órganos de ésta para sus invitados en la fiesta de su cumpleaños-, que para cualquier narrativa clásica hubiera constituido un relato de lo macabro, en la literatura de Walter Lingán, lúdica, vanguardista, se constituye más bien en una metáfora, en una recreación, aunque ciertamente significativa, de ese rechazo que guarda el inmigrante ante la inclemente cultura del mundo desarrollado europeo.
Los raptos de humor, sin embargo, como dijimos, ratifican el carácter lúdico de la literatura de Walter Lingán, antes que dramático o trágico. “Thomas, Manuel y Félix recibieron los primeros anticuchos y a continuación me congratularon por lo riquísimos que estaban. ‘Los anticuchos preparados con el corazón de la mujer amada siempre son los más sabrosos’, les dije, y nos reímos…”
Finalizamos este repaso salteado comentando precisamente el relato que da nombre al libro, La ingeniosa muerte de Malena, quizás el más bello o uno de los más bellos (por la forma y la profundidad), un texto que representa en forma esencial sus temáticas recurrentes, la marginalidad, el erotismo, el amor. Pero también sintetiza en muy alto grado el estilo característico del autor: la tersura del lenguaje y la delicada valla que separa realismo y surrealismo, en el que se interfieren, cruzan y confunden. Malena, una muchacha sordo-mudo-ciega que vive con su madre -a quienes el protagonista, un joven inmigrante peruano, visita frecuentemente- representa el súmmum de la marginalidad. “Para comunicarse con ella –dice el relator protagonista- hay que tener mucha paciencia. El papel, la pluma, la escritura le son conceptos abstractos, no sirven de nada… Para “conversar” con Malena hay que recurrir al “lormen”. Y el lormen es un método para poder dialogar con los sordo-mudo-ciegos que lo inventó Gerónimo Lormen hace más de cien años atrás. Para describir una letra hay que golpear levemente o tocar una determinada parte de la palma de la mano”. Y éste muestra una profunda identificación y solidaridad con Malena, “desde que conocí a Malena me encierro en mi habitación, me vendo los ojos y gozo penetrando en esa mansión oscura, en ese vacío insondable… Aún no llega a cumplir los veinte años pero toda su vida la lleva atada a una silla de ruedas…”. Y entonces pide permiso a la madre de ésta para sacarla a pasear, la lleva en su silla y entonces la observa y medita: “Ella nunca ha visto algo bonito ni ha expresado un deseo. Casi todo el tiempo la pasa en su habitación ordenando y desordenando cosas, quitando algo aquí y poniendo algo allá, hasta que su madre viene y la llevan a comer, a realizar algunas labores y pasear. Malena generalmente asiente con un afirmativo movimiento de cabeza (…) Cuando la veo mecerse horas y horas, adelante, atrás, adelante, atrás. Cuando parece gritar y desesperarse. Cuando se golpea la cabeza en el respaldar de la silla de ruedas. En todo eso me parece ver que el cuerpo de Malena se reduce a lo más interno de su ‘No Mundo’…”
La representación de la marginalidad extrema está personificada en Malena, descritas hasta allí en un realismo sutil, elaborado, pero sobrio y lozano, el desenlace surrealista vendrá sorprendente pero significativo. Ya cuando el protagonista quiere, en una entrega efectiva de solidaridad -tras sacarla a pasear y tomar con ella “un refresco en el agradable Café-Bar-Compás donde sirven unos combinados estupendos”- darle con ansia las mayores satisfacciones a Malena, entre ellas, por qué no la del amor, en el que el protagonista complace su propia pasión, entonces se va prefigurando la otra metáfora explotable en la imagen de Malena: “Por eso hoy le tomé de las manos, la acaricié largo rato; le besé los labios, el rostro, mis manos se hundieron en toda su piel con el mensaje de mi mundo. El ardor de mis deseos se prendió a las ramas secas que se acumulaban en el fondo de sus entrañas. Sus manos enternecidas se encendieron con la luz de una lámpara que crecía segundo a segundo. Todos mis lugares, mi norte y mi sur, mi oriente y occidente, fueron para ella descubrimientos dotados de aventuras impredecibles…”
Y acaso Malena, reducida a sólo ese lado de las sensaciones táctiles, ¿no podía también representar el súmmum del sensualismo, del erotismo -esa otra obsesión temática del autor- en su estado más puro y abstracto? Si dentro del discurso realista, Malena es el súmmum de la marginalidad, en un estiramiento más simbólico, metafórico o de sugerencia abierta, ¿por qué Malena no podía representar el sensualismo, el erotismo más radical y puro? Esto parece estar corroborado en el final sorprendente, que orienta el mensaje del relato hacia otras aristas, abiertas, sugerentes:
Silvia –la novia del protagonista, quien conoce a Malena por referencias de éste, y siente entre simpatía por ella y celos- lo acusa de haber asesinado a la muchacha y se burla de éste simulando ser Malena, “cansado de tanta jodedera de que ella es Malena, una noche la empujé por la ventana”. Ya en el hospital psiquiátrico donde es recluido, el fantasma de Silvia lo sigue acosando, entonces el protagonista le dice: “Todo he consentido, Silvia, pero no podía permitirte el lujo de suplantar a Malena… Malena fue mi creación perfecta, única…” Aclarada la cosa, Silvia se levanta y se va. Malena, cuyo espectro, con su silla de ruedas, también lo visita, le dice que Silvia ya no va a regresar más, y ella misma desaparece para siempre volando por la ventana, “cantando feliz, como un jilguero que escapa de su jaula, de su prisión”.
Así, puede perfectamente especularse que Malena siendo la abstracción sensualista, el lado exclusivamente erótico de la mujer, de Silvia, no podía ser una mujer real, “fue mi creación perfecta, única” había revelado el protagonista; Silvia al entenderlo, aplaca sus celos y deja de acosar a aquél. Pero desaparecida Silvia, Malena, ese lado erótico de Silvia, esa pura abstracción imaginada por su creador, queda liberada también y desaparece definitivamente. Pero la desaparición de Malena tiene otra lectura, paralela, desde la primera parte racional y realista del relato: sólo la muerte libera a Malena de su prisión, de tan fatal y trágica limitación física que sufrió en vida.
Walter Lingán, un escritor que no tiene, injustamente, el reconocimiento suficiente, hace realidad el valor de esta nueva literatura peruana, popular en su raíz -por su identidad nacional y por el origen social de sus creadores- pero ya universal por su elevación literaria y visión cultural, y por eso mismo, innovadora y épica. Literatura que cumple lo que quería José Carlos Mariátegui cuando hablaba que llegará el tiempo cuando los mismos habitantes de nuestro país profundo comiencen a crear sus propias expresiones artísticas, literarias, culturales, y, por tanto, estén anunciando la hora de su liberación social.
Lima, enero 2016.
Samstag, 18. November 2017
Un cuy entre alemanes o la revancha de los olvidados / Roland Forgues
Un
cuy entre alemanes (Ed. Eclipsa, España, 2015) de
Walter Lingán, tendrá probablemente tantas interpretaciones como lectores,
independientemente de la valoración estética del relato. Lo mismo que La
metamorfosis de Franz Kafka, su antecedente más visible y directo, evocado
además reiteradas veces en el transcurso de la narración. Yendo inclusive hasta
inmiscuirse en la vida del escritor alemán en el propio relato con Felice su
amada, convertida en muñeca de porcelana y objeto de adoración, y el propio
Franz Kafka convertido, a imagen y semejanza del narrador, en “vulgar conejillo
de las indias”. Dicha interferencia abre desde el inicio del relato la pista de
una interpretación simbólica que supera ampliamente el marco de la aventura
individual y sus manifestaciones fantásticas. La singular historia kafkiana de
un viajante de comercio judío alemán, Gregorio Samsa, convertido en “monstruoso
insecto”, se ve reinterpretada de algún modo en el marco de la problemática
migratoria a través del relato autobiográfico de un peruano Christian Linden,
oriundo de las serranías de Cajamarca, exiliado voluntario en Alemania para
estudiar medicina, tras haber vivido en las barriadas de Lima, quien, en los
momentos menos pensados, se va transformando parcial o totalmente en cuy, ese
animalito sagrado de los Andes, sin perder nada de su conciencia humana ni
facultades intelectuales, antes de regresar a su forma física de hombre y
terminar definitivamente hecho un cuy en el momento de la muerte.
Linden nace cuy en el Perú con la
particularidad genética de los “siete dedos” que prolongan las extremidades de
sus cuatro miembros y muere cuy en Alemania encerrado en su bunker al abrigo de
las miradas inquisidoras de los demás. Es altamente significativo que aquello
que el personaje llama “su mal” tan sólo se declare fuera del país, cuando se
encuentra en un medio ajeno a su cultura. Las primeras páginas marcan ya la
pauta de una narración que se inserta en el marco de una visión globalizadora
del mundo: “Asombrado entré en la galaxia del primer mundo. Un nuevo planeta se
abría a mi paso. Por un momento llegué a pensar que el aeropuerto de Francfort
del Meno era más grande que Lima. Cargaba sueños y esperanzas a raudales.”
(p.12). En realidad lo que está tratando Walter Lingán en ese libro, calificado
de “memorias”, “autobiografía”, narrado en primera persona, es la vieja
dicotomía civilización / barbarie en el nuevo marco de un mundo globalizado. El
propio personaje lo confirma de alguna manera cuando confía: “Lejos quedan ya
aquellos días cuando con todos mis sentidos experimenté el encuentro de los dos
mundos, cuando de conquistado pasé a ser conquistador.” (p.97)
El cuy, símbolo del mundo andino, y más
allá del símbolo del Perú antiguo y de la América precolombina, es considerado en
Alemania como un animal de compañía, una “mascota”. Esto no es sin recordar la
compasiva apreciación del “buen salvaje” que marca la descripción de los
indígenas americanos por los grandes viajeros europeos de los siglos XVIII y
XIX. Recordemos que la joven Sonya se junta con el narrador por el mismo motivo
por el cual Elisabeth, lo abandonó: la trasmutación en cuy, vale decir su
exotismo. En otro momento Linden insiste nuevamente en esa visión exótica y
compasiva del “buen salvaje” americano que todavía sigue instrumentalizando la
mente de los europeos: “Como te dije muchas veces, Michaela, en el Perú fui
despreciado por cholo, serrano, indio, misio y, para colmo de los colmos,
aprendiz de comunista o peón revolucionario. En cambio aquí, todas esas cualidades,
o defectos, dependiendo de cómo se los mire, me abrieron las puertas a poner mi
piel de serrano o de indio sobre la piel blanca, aporcelanada, de rubias
beldades.” (p.28)
El telón de fondo de las trasmutaciones
es la historia política y social del Perú cuyas noticias llegan naturalmente a
Alemania y mantienen al personaje en contacto con su identidad de cholo, a
través de su militancia política en las filas de la izquierda peruana, afirmada
con fuerza y convicción desde las primeras líneas del relato, a través de sus
contactos con toda la mancha de migrantes izquierdistas y auto proclamados
revolucionarios procedentes de otros países latinoamericanos en plena
efervescencia guerrillera: “La espiral de la sangre estaba en todo su apogeo,
pero en Lima nadie hacía caso. Se mataban cholos, indios, cuyes, que para
muchos de mentalidad colonial no eran ni siquiera seres con alma, sino casi
animalitos. Hombres-cuy o cuyes-hombre.” (p, 74)
De algún modo Un cuy entre alemanes supera la visión del capitalismo triunfante
de los siglos XIX y XX encarnado en el universo familiar cerrado de Kafka, para
sumergirse en el universo globalizado abierto del neoliberalismo actual y su
cuestionamiento: “A los alemanes les disgusta hablar de sueldos, del dinero que
reciben por su trabajo o las ganancias en sus negocios, eso es como un secreto
bancario, un tabú”. (p.109). La ausencia del padre -entiéndase el padre
simbólico español, el padre violador de la Conquista-, mencionado solo una vez
en el libro como: “padre de veinte hijos con cuatro mujeres” (los cuatro suyus
del Tahuantinsuyu) se puede interpretar sin duda como una voluntad de superar
la identidad heredada de la Colonia, construyendo una nueva identidad, acorde
con la situación de migrante, en el roce de culturas a partir de la identidad
americana, encarnada en la madre, matriz biológica, social, cultural y
psicológica, a la que el personaje se refiere permanentemente en sus momentos
de dudas e interrogaciones como aferrándose a las raíces de sus orígenes. Esto
nos explicaría también de algún modo el papel que desempeñan la mujer y el sexo
en el libro y la ausencia, o casi ausencia de los hombres, fundidos en la masa
de los alemanes, en la descripción de sus costumbres y modos de vivir. Sembrando
hijos aquí y allá, sin compromisos matrimoniales, a través de aquello que llama
“el amor libre” (libertad suprema de Occidente) el hijo, finalmente, quiéralo o
no, no hace sino reproducir la actitud del padre en el contexto de la
construcción de una nueva identidad que se verá representada por la prole por
la que, como su propio padre, no se preocupa mucho.
Otro de los elementos claves del libro en
la forja de esa nueva identidad son las abrumadoras referencias a autores y
obras que pertenecen, no sólo a Perú, sino al patrimonio mundial de la
humanidad. La biblioteca de Linden que consta, según afirma, de 30.000
volúmenes es aún más importante que la de don Rigoberto, personaje de Vargas
Llosa, otro abúlico de lectura quien cuando llega a los 4.000 volúmenes decide
deshacerse de un volumen existente por cada nuevo que compre. No es el caso de
Linden, quien acumula y acumula, aunque en el momento de la muerte reconozca
que no los ha leído todos. Le decisión de Rigoberto es ciertamente la de un
hombre perteneciente social y culturalmente a la clase superior: la
aristocracia del saber y del poder, la actitud de Linden y su bulimia de
lectura corresponde a lo que yo llamaría “el complejo del autodidacto” y a su
voluntad de acceder a su vez al saber y al poder.
En deseo y voluntad de integración se
sostienen en un estilo acumulativo, no ausente a veces de un humor acre y
corrosivo, que marca absolutamente todos los estratos de la narración: -multiplicación
de las aventuras sexuales que determinan “el método audio-sexual” del
aprendizaje de la lengua que es el soporte de la cultura-multiplicación de las
transformaciones que determinan las obsesiones psicológicas, traducidas por la
permanente interrogación: “No sé si soy un cuy dentro de un hombre o si soy un
hombre dentro de un cuy” (p.45) y sus distintas variantes:“Yo no sé si soy un
cuy o un hombre. Mas hombre que cuy o más cuy que hombre” (p.83) / soy un
hombre-cobayo” (p.83) /“Sin duda la vida de un cuy es un placer, más aún cuando
la ciencia no sabe explicar si soy un hombre dentro de un cuy o un cuy dentro
de un hombre o se trata simplemente de una nueva desviación genética” (p.144)
Pero el sueño final de Linden convertido
en Supercuy, en justiciero encabezando la rebeldía de los cuyes sus semejantes,
vale decir en héroe mítico reencarnación de Inkarri, reanuda, al fin y al cabo,
metafóricamente con una identidad a punto de ser negada, en la realidad. “Cuando
los militares empezaban a retirarse orgullosos de su masacre, aparecí
convertido en el Supercuy. Un soldado descargó sobre mí toda la munición
contenida en su metralleta. Las balas rebotaron de mi cuerpo. El soldado
sorprendido abrió la boca, e impotente dejó caer el arma. Con una mano lo
levanté y lo estrellé contra uno de los tanques. Como un rayo de luz arrasé con
toda la soldadesca y con los tanques, como si fueran juguetes, los destruí. Los
cuyes heridos, los sobrevivientes a la masacre humana, me lanzaron vivas y me
reconocieron como su líder y defensor.” (p.142-143)
En esta incesante e inacabable guerra de
los runas con Occidente asistimos aquí, como diría el poeta del pueblo Leoncio
Bueno, a la simbólica revancha de los olvidados, de los oprimidos y
desclasados, de los marginales y disidentes, conquistando el septentrión. Como
en La metamorfosis de Franz Kafka donde el hombre, alegoría del capitalismo
triunfante resulta al final más alienado que el “monstruoso insecto”, alegoría
de la alienación proletaria, en Un cuy
entre alemanes de Walter Lingán, el hombre, alegoría del neoliberalismo
avasallador, resulta a su vez más alienado que el “cuy”, alegoría de una
América subdesarrollada, pero que se resiste a morir.
Couyou, 13 de noviembre de 2017.
Montag, 14. November 2016
Lebewohl Fleisch! - ¡Viva la carne! / El carnaval de Colonia o la quinta estación del año
Vengo del
Sur, de un pueblo perdido entre los Andes peruanos. En la escuela me llamaban:
Cholo-de-mierda, otras veces: Cholo-come-papa-con-gusano. En una ocasión me llamaron:
Cholo-huevo-frito-sin-cuaderno, y es que una tarde, cuando el maestro aún no
entraba en el aula, uno de mis compañeros, Limeño-de-pura-cepa, arrojó mi
cuaderno de historia por los aires. Entonces, perdiendo el miedo y decidido, el
Indio-que-vive-en-mí se levantó y estrelló un puño contundente en el rostro
lechoso del muchacho. Desde ese día Limeño-de-pura-cepa-nariz-rota no tuvo más
ganas de fregarme la pita.
Hace unos días, mientras caminaba por el atrio de la
catedral de Colonia se me acercó un niño rubio, de piel blanquirojiza, casi
transparente, me tocó y, alejándose a toda carrera, decía contento: Ich habe
einen echten Indianer berührt!1. Los
alemanes me llaman Indianer, sólo Indianer. Y fue recién en
Colonia que el Indio-que-vive-en-mí se enteró de lo que todo el mundo sabe
sobre los alemanes. Pudo comprobar que los alemanes son muy disciplinados,
puntuales, serios y trabajadores. Aunque en realidad es una verdad a medias.
Sin ser socialistas, gente un poco rara que ya no existe en el planeta por obra
y gracia del pujante capitalismo, todo lo tienen fríamente calculado, numerado,
organizado y planificado. Son puntuales sacando al perro a la calle para cagar los
jardines y mear los postes. No les gusta el ruido ni el menor asomo de alegría,
defecto que ostentan ciertos extranjeros tercermundistas alemanizados. Durante
los días laborales recorren las calles, apresurados y silenciosos, temerosos de
perder el tren o el bus y llegar tarde al trabajo. El transporte público cumple
también con rigurosidad suiza sus rutas y horarios, pero como los conductores
son extranjeros nunca llegan puntuales a sus respectivos paraderos. Los fines
de semana, arrastrando cantidades enormes de alimentos enlatados y cerveza,
forman, con una seriedad envidiable, largas colas frente a las cajas de los
supermercados.
Una mañana, el Indio-que-vive-en-mí con sus anteojos de
sol, que se pueden usar también para ir a esquiar, todo lo vio de otro color.
Era noviembre. El otoño teñía de rojo y amarillo a los árboles y matorrales de
calles y parques. Las hojas secas conformaban bulliciosos tumultos. El viento
frío, coqueteando con las nubes, jugaba a hacerles el amor. La quietud de
algunas calles de la multicultural urbe colonesa había sido rota por el
desplazamiento de músicos extraños y comparsas alegres y coloridas. De un taxi
bajaron dos soldados vestidos al estilo de la época de Napoleón: charreteras
doradas sobre uniformes azul-rojos, espadas brillantes al cinto, botas negras
caladas hasta las rodillas, guantes blancos y contorneadas boinas rojo-azules
bordadas con hilos de oro y plata. ¡Ah, claro!, —dijo sorprendido el
Indio-que-vive-en-mí— aquí los locos viajan en taxi, estamos pues en Alemania,
un país desarrollado hasta la locura. Por otra calle, seguida por un grupo de
soldados napoleónicos, una banda de músicos armados de cornetas, tambores y
platillos, desfilaba alborotando a los tranquilos paseantes. Llevaban
estandartes anunciando a la
Ehrengarde der Stadt Köln2. ¿Recuerdan
acaso el triunfo de alguna guerra? Desde la esquina opuesta hizo su ingreso un
nuevo grupo de soldados con curiosas vestimentas, una mezcla de trajes a la
romana y francesa de siglos pasados, y se sumó al cortejo. Llevaba una bandera
de la Düsseldorf
Karneval Gesellschaft e.V. - Weissfracke3. Al final
el Indio-que-vive-en-mí, luego de una larga y paciente explicación, pudo
comprender de qué se trataba. Le dijeron que cada año en el casco antiguo de la
ciudad durante el Elfter im Elfter, carnaval de un día, la ceremonia más
entusiasta y chiflada de la fiesta, el alcalde presenta a los superlocos del
carnaval: das Dreigestirn4. Ellos son
parte de los once elementos del carnaval colonés. Este Trifolium, tres
hombres aún sin sus ornatos: el Príncipe, el Campesino y la Doncella , son los
flamantes monarcas del loquerío. Cualquier joven habitante de la ciudad o de
sus alrededores podría ser elegido para integrar este monárquico trío de
estrafalarios, pero tienen que estar en condiciones de poder solventar los altos
costos que requiere la aventura de hacer realidad sus sueños de Príncipe de los
locos.
El día once del once a las once y once de la mañana
empieza la gran fiesta y quizás este sea el origen del Elf, der Jeckenzahl5, aunque en
realidad esto siga siendo un misterio. Algunos creen que a la sombra de los
once del Elferrat6 se agrupan
todos los locos constituyendo una unidad de locura indisoluble. Sin embargo
cada uno de los miembros del Elferrat es un individuo independiente, con
igualdad de derechos, mejor dicho: «uno junto al otro». Hay quienes creen que
tiene que ver con las «once mil doncellas colonesas» y otros lo relacionan con
las iniciales de la consigna francesa: Egalité, Liberté, Fraternité = ELF.
Bueno, no importa ahora el verdadero significado del Jeckenzahl, la
fiesta de los locos se ha iniciado. Kölle Alaaf!7, los
diablos andan sueltos. ¡Hurra!
Kölle Alaaf!
En diciembre el invierno se acentúa. Apenas pasada la
navidad y el año recién estrenado se pone vigente, los escaparates de las
tiendas comerciales empiezan a vestirse de carnaval: globos, serpentinas,
cadenetas; gordas narices de cartón, muñecos, caras de payasos, miles de
monstruos, demonios y brujas pueblan el ambiente. Los bares chillan con la
música de los Bläck Fööss, Die Kolibries o el rasposo canto del Colonia
Duett. Sin embargo se dice que el Festkomitee8 no deja de
trabajar ni un minuto del año. Organizando sobre todo el famoso Rosenmontag9. El clima
también es un tema que preocupa a la gente, a pesar de los peores pronósticos,
éste tiene sus veleidades: en verano llueve, en invierno la nieve puede estar
ausente, y en febrero, durante los días centrales del carnaval, o sea, durante
la quinta estación del año, se espera un clima bastante despejado, benévolo.
Kölle Alaaf!
Das Dreigestirn, con corona, cetro y manto de
púrpura, será proclamado por el alcalde y el presidente del Festkomitee
a inicios de enero en Gürzenich, barrio ancestral de Colonia, y hasta el
miércoles de ceniza, unas seis o nueve semanas, estará desplazándose por
escuelas, asilos de ancianos, hospitales, cuarteles, barrios y calles. Sólo dos
veces se rompió con la tradición y se reunieron los encantos de dos mujeres
como doncellas junto al desvergonzado humor y desfachatada extravagancia
del Príncipe y del Campesino. Fueron aquellos años en que los
ojos de Hitler no quisieron ver a un hombre disfrazado de mujer y tenía a sus
hordas metidas hasta en la sopa persiguiendo a homosexuales. Froni, una de las
últimas doncellas, luego de su proclamación, emocionada, dijo: «Al comienzo
sentía algo así como si fuera una verdadera mozuela durante la primera vez...
Después, después fue simplemente hermoso».
¡Alaaf por nuestro Dreigestirn!, grita
entrando en calor la
High-Society colonesa. Y el Dreigestirn, bajo la divisa: «Los
sueños pasan, pero una cosa es clara, el carnaval de Colonia dura todo el año»
o Typisch Köln10, gobierna
la jungla urbana encaramada sobre el volcán de la alegría. Durante estos días
la ciudad adquiere otro ritmo, es un ritmo de locura que hasta la fecha el
Indio-que-vive-en-mí no puede comprender. El vecino, días antes huraño y odioso,
se deshace en amabilidad con su rostro de payaso y sonrisa de oreja a oreja. La
vecina renegona, con faldita corta, medias rayadas y peluca roja-verde
alborotada al viento, invita a beber de su botella de cerveza a la fauna
multicultural que se le atraviesa en el camino. Mientras muchos extranjeros,
sorprendidos por el repentino cambio suscitado en los súbditos alemanes,
quisieran ir a la comisaría más cercana y denunciar a tanto escandaloso, a
tantos monstruos que cantan, bailan, gritan y beben como barriles sin fondo. Yo
me río viendo marchar la borracha alegría de mis vecinos. Entonces el
Indio-que-vive-en-mí, salta, se pone su casaca negra y sale dispuesto a bailar
y cantar bajo la nieve de colores que cae desde todas las ventanas. Es el Konfetti11 acariciando
mi rostro, pintando mi cabello.
El Indio-que-vive-en-mí, borracho y alegre, confundido
con payasos, piratas, generales, bárbaros, blancos pintados de negros,
caníbales negros con los pechos blancos, se ríe estruendosamente cuando ingresa
al bar un hombre disfrazado de mujer con el culo de plástico rosado y los senos
voluminosos saltando, tintineando. Abraza a su novia embozada de jeque árabe.
El mundo se ha invertido. La noche trasnocha, sube el alkoholspiegel y
los decibeles rompen la barrera del silencio. Los ricos se visten de pobres y
los patrones se ponen al servicio de los esclavos del salario. Alemanes y
extranjeros se abrazan, se besan, hacen el amor sin importarles el racismo y la
xenofobia. El Indio-que-vive-en-mí grita: ¡Aláa!, y como todos están
borrachos creen que ha gritado: Alaaf! Una vampiresa se le acerca, le
muestra los dientes amenazantes, se prende de su corbata y unas tijeras
diminutas la despedazan. Otras mujeres hacen algo semejante con otros hombres,
armadas de tijeras se desplazan cazando corbatas.
Al inaugurarse el Straßenkarnaval12 en el Alter
Mark, con la presencia del Dreigestirn y los prominentes de la ciudad, la
locura popular alcanza su máximo punto. Bailarán, se balancearán cogidos de los
brazos, y el amor, borracho, libre y travieso, hará de las suyas. Es jueves,
brujas con sus escobas sujetas a la cintura, vampiresas con sus mamaderas
llenas de sangre y ron, empapadas de delirio, celebran su aquelarre: die Weiberfastnacht13, en todos
los barrios de Colonia. El Indio-que-vive-en-mí se despierta, la cama huele a
vino, a cerveza, a perfume de mujer. Se levanta, su cabeza tiene dimensiones
nunca imaginadas y no puede atravesar la puerta. Vuelve a la cama y ve tres
mujeres de carne y hueso, sus rostros tienen huellas de maquillaje, los
colmillos blancos de una vampiresa están sobre la mesa junto a su vestido
negro; la máscara de bruja de la otra mujer descansa en el piso, la otra mujer
conserva su nariz de cerdo. En eso ingresa un elegante Chaplín y le dice
al Indio-que-vive-en-mí: Meine Frau ist sehr schön, y se acuesta
al lado de una de ellas. La cabeza del Indio-que-vive-en-mí adquiere su
verdadero tamaño y sale de la casa. En la calle silba el viento y el cuerpo,
adormecido por el alcohol, es un cuchillo cortando el frío.
El domingo de carnaval el Indio-que-duerme-en-mí es
arrastrado por las caravanas carnavalescas organizadas por las escuelas y los
diferentes barrios de Colonia. Cientos de ingeniosas figuras desfilan haciendo
las delicias de la gente que aplaude, grita y bebe cerveza o Glühwein14. La noche
es cristalina como el agua y las estrellas arrebatadoras, con su belleza
seráfica, tentadora, desparraman sandunga y luz por la tierra. La luna es roja,
el sol es azul, las nubes verdes, los autos son caballos con herrajes de nácar
y jinetes venidos de Marte y Saturno. El Geisterzug, el desfile de los
fantasmas, arrastra cadenas vitales y profiere gritos venturosos al borde de la
medianoche. Los alegres espíritus, al compás de música y cerveza a
chorros, parecen almas que lleva Cupido para hacer el amor sin mirar a quien,
para amarse los unos a los otros...
Un libro con estampas de Las mil y unas
noches
La claridad del amanecer empieza a romper la oscuridad
luminosa y el lunes asoma con el rostro más alegre del mundo. El Rosenmontag15, el
acontecimiento más esperado de la delirante festividad, está a punto de partir.
El Indio-que-vive-en-mí está apostado frente a la catedral, con el paraguas
invertido para recibir, con mayor facilidad, caramelos, chocolates y ramilletes
de flores. También hay otros latinoamericanos en idéntica posición, piensan
llenar unas cuantas bolsas para endulzar, todo un año, la pobreza de sus
familiares que viven en el Sur. Policías a caballo y otros, con pelucas
africanas o la nariz pintada de rojo, se desplazan intentando poner orden.
Miles de locos ocupan el centro de la ciudad: tocan flautas, tambores,
platillos, cargan botellas de ron y botes de cerveza. Da lo mismo si llueve o
sale el sol, el carnaval, o sea, carne vale, viva la carne, lebewohl
Fleisch, saca de sus hogares a toda la gente para disfrutar de los días más
bellos del año. Ahí están, «ya vienen, paso de vencedores». En inmensos carros
alegóricos, rodeados de ambrosianas bailarinas dibujando malabares en puntas de
pie y graciosos danzantes, aparece el Elferrat, le sigue el Dreigestirn,
delante de ellos marcha una poderosa banda de músicos napoleónicos. El
Indio-que-vive-en-mí toma cerveza, abraza a una muchacha, la besa, grita: Kole
Alaá! La muchacha responde: Alaaf! Un elefante, con una
botella en la mano, canta: Drink doch eine met...16. Un gorila
le dice a una gata de barbas negras y ojos verdes: Denn et Heimwih
nimmste met...17 La
disciplina, el orden, el silencio y la tranquilidad tan sólo son palabras sin
sentido y en las calles, la gente borracha, tambaleando, celebra la pérdida del
sentido. Después de las primeras carrozas y comparsas se suceden, con breves
pausas, una tras otra y otra... Parece un sueño de varios kilómetros, un libro
ilustrado escapado de las entrañas fantásticas de Las mil y una noches. Una rodante
Revue de farsa y parodia, un desfile saturado de drástica sátira con
ribetes obscenos. Políticos y gobiernos caricaturizados por una enjundia
popular que desdice la tan afamada parquedad y seriedad del pueblo alemán.
Entre broma y realidad el ingenio poético sale a relucir: Schafft die Kriege
ab / nicht den Karneval18. Marchan
los muñecos de Kohl, Schröder, Fischer, y otros políticos reconocidos
internacionalmente, aunque el Indio-que-vive-en-mí no recuerda haber visto a
Carlos Marx, que desde Tréveris vino a Colonia, y entre carnaval y carnaval,
publicaba su Gaceta del Rin. El día empieza a decaer cuando los últimos
metros del cortejo pasan frente a la catedral. Hombres y mujeres, viejos y
niños regresan con bolsas llenas de golosinas. En los oídos borrachos del
Indio-que-vive-en-mí resuena la ininterrumpida exclamación que la gente hacía a
los locos encaramados en los vistosos carruajes: Kamelle! Strüßje!
Kamelle!19 Grito
resuelto y vehemente que salta de la boca de quienes, apostados a lo largo de
la ruta que sigue el desfile carnavalesco, esperan el maná del carnestolendas.
El martes de carnaval es otra locura en los barrios. El
Indio-que-vive-en-mí, borracho y cantando cilulos y carnavalitos, camina
zigzagueando por la
Zülpicherstrasse en busca del carnaval de Sülz. Finalmente a
medianoche la locura, en todas sus formas, sale de los bares y a los gritos de Kölle
Alaaf! se va concentrando en la Roonstrasse para quemar al Nubbel20, se leen
discursos críticos a la política oficial y de este modo se pone fin a la Narrenfest21. El
carnaval se acaba, soldados napoleónicos y romanos, payasos y bárbaros, seres
extraños venidos de otros planetas o países beben los últimos tragos, las
parejas emparejadas durante esos días se dan los últimos abrazos, los últimos
besos, procuran los últimos segundos de placer, se despiden. Al día siguiente
todos vuelven a sus quehaceres cotidianos, la seriedad, el orden y la
disciplina cobran su habitual acartonamiento. El Indio-que-vive-en-mí se torna
triste, taciturno, su vecino se queja por el ruido que hacen los hijos de una
pareja extranjera, los perros puntuales salen a cagar los jardines, la vecina
pierde su bondad multicultural y toda la gente lleva una cara de «si un poto se
ha roto, yo no fui...»
El miércoles de ceniza, con la acostumbrada seriedad y
disciplina alemana, se comerá pescado y si usted quiere saber lo que seguirá a
continuación, sólo tiene que volver a leer esta historia. Also Kütt!22
Notas
1 ¡He tocado
a un indio verdadero!
2 Guardia de
honor de la ciudad de Colonia.
3 Sociedad
del carnaval de Düsseldorf — Weissfracke.
4 El
Triunvirato, conformado por der Prinz (el Príncipe), der Bauer
(el Campesino) y die Jungfrau (la Doncella o muchacha virgen).
5 Once, el
número loco.
6 El Concejo
de los Once.
7 Esta frase
se podría traducir como: ¡Viva Colonia!
8 Comité de
Fiesta, gremio organizador del carnaval.
9 Lunes de
Carnaval, el día más esperado, donde desfilan cientos de carros alegóricos.
10 Típico
colonés.
11 Papel
picado.
12 Carnaval
callejero.
13 El Carnaval
de las Mujeres.
14 Vino
caliente, aderezado con canela, clavo de olor, jugo de naranja, nuez moscada y
azúcar.
15 El desfile
del lunes de carnaval, cientos de carros alegóricos atraviesan las principales
calles de la ciudad de norte a sur; coloneses, extranjeros y turistas se
vuelcan a las calles.
16 Toma un trago conmigo. Canción escrita en
colonés e interpretada por el celebrado grupo musical: Bläck Fööss.
17 Por qué
pues te llevas la nostalgia. Canción interpretada por Et fussich Julche.
18 ¡Abolir las guerras / no el carnaval!
19 ¡Caramelos!
¡Flores! ¡Caramelos!
20 Figura de
paja, al quemarla se termina simbólicamente con las penas y los sufrimientos.
21 La fiesta
de los locos, así se le llama también a la fiesta de carnaval.
22 Frase
colonesa que quiere decir algo como: Entonces vamos, bueno pues vamos.
Mittwoch, 13. Juli 2016
El cuy en Puno o Un cuy entre alemanes / William Cozo Cuentas.
Son
las dos de la mañana. Acabo de leer “Un cuy entre alemanes”, la última novela
que ha publicado el escritor Walter Lingán. Cierro el libro y me es inevitable
pensar en la infinidad de personas, que alguna vez, en algún lugar del mundo,
se sintieron como un cuy: como el cuy de esta historia. Primero; de manera abrupta
invade en mi mente el recuerdo de mis padres, los imagino salir de sus pequeños
pueblos para marcharse a vivir a la cuidad. Luego, me recuerdo, a mí mismo, con
la frente pegada a la ventana de un ómnibus, mirando cómo mi amado Puno,
lentamente, va desapareciendo en el horizonte. También, pienso en mis paisanos,
quechuas y aimaras, que tuvieron que viajar a la capital buscando un mejor
futuro para sus hijos; los imagino víctimas de la discriminación de los
criollos, tratando de asimilar un idioma que no es el suyo y con los mismos
problemas a los que tuvo que enfrentar el protagonista de esta novela. Reparo en
los miles de jóvenes que abandonan sus hogares buscando mejores oportunidades para
realizar estudios, terminar alguna carrera, y, así, con fortuna, poder
conseguir un trabajo digno.
¿Quién no se ha sentido, alguna vez, como un cuy?, y, por
supuesto que, no estoy hablando del apetito sexual, sino, a lo que representa
este roedor: un ser pequeño y temeroso. Es así como, en un inicio, al migrar, y
llegar a tierras teutonas, se siente el protagonista de esta novela. Y es que,
todos en algún momento de nuestras vidas hemos sido migrantes.
“Un cuy entre
alemanes”, narra la historia de un peruano que, debido a la crisis de los años
ochenta en el Perú, se ve obligado a realizar un largo viaje hasta llegar al
viejo continente, específicamente a Alemania. El protagonista de la historia se
llama Christian Linden y ha migrado para poder realizar
estudios de medicina. Linden, llega al país bávaro esperanzado, cargando una
maleta repleta de sueños y, tan sólo, cien dólares en el bolsillo; pero, a él,
lo que más le pesa es haberse alejado de su madre contemplando sus ojos húmedos
y agitando los brazos para despedirlo.
El joven Christian, ya en
Alemania, no deja de lado sus raíces, pero tiene que asimilar una nueva cultura,
una cultura desconocida para él, y, además, se ve en la necesidad de aprender
su complicado idioma. En algunos pasajes de la novela, de manera jocosa, nos
narra: “En mis ratos de soledad leía Todas
las sangres de José María Arguedas. Al final del curso de español terminé
con novia a medias, un día sí, otro día no, también logré entablar una amistad
bastante interesante con Karen, una joven que estudiaba literatura o algo así
como lingüística o filología inglesa. Y lo más importante, comprendí la
importancia del método audio-sexual para aprender con eficacia un idioma
extranjero.” En otra parte también nos dice: “En ese tiempo, la gramática alemana aún seguía siendo mi tortura, pero
seguía firme, con terquedad, aprendiendo y leyendo. Recordando siempre que el
método audio-sexual es el mejor para aprender un idioma extranjero.” Una de
las primeras frases que Christian Linden aprendió fue: Du gefällst mir, que
significa: tú me gustas; así fue conquistando algunas féminas, que, en la
novela, no son pocas.
A su llegada a la ciudad alemana
de Münster, el joven
estudiante, se hospeda en una Wohngemeinschaft o WG que en Alemania, y en algunos otros países de
Europa, vienen a ser, algo así, como residencias colectivas para estudiantes.
Encerrado en aquel lugar va sufriendo los primeros síntomas de una
metamorfosis, una progresiva conversión a un animal, nada más autóctono que en
un roedor andino, un cuy, que se podría decir que es como un símbolo que
representa a la comunidad latinoamericana y particularmente al Perú. Dice en el
libro: “El lacio pelo blanco, con discretas
manchas color canela, cubría gran parte de mi pecho y de mi espalda.
Aterrorizado era testigo de la manera como mis uñas se estiraban y se volvían a
contraer. Mi corazón adramado intentaba salir de su sitio y me ahogaba por esa
oprimente falta de aire. Flaquearon las piernas y caí doblegado por una extraña
fuerza.”
Además, el
autor del libro, hace gala de una prosa en la que el narrador de la historia
puede convertir al lector en una persona voluble, “jugando” con él,
transportándolo rápidamente de la alegría a la tristeza: “Al toque fui a depositar mis huesos en
esa habitación de una vivienda estudiantil católica que prohibía las visitas
nocturnas del sexo opuesto. Así de plano, nos condenaban, sin ser curas ni
seminaristas, al celibato, a la abstinencia sexual. Las empleadas encargadas de
la limpieza tenían una «llave maestra» con la que podían abrir cualquier
habitación y muchos de nosotros, en especial los novatos, fuimos atrapados con
las manos en las masas. Pero pronto aprendimos a eludir con mucha habilidad
este tipo de restricciones. Justamente a los pocos días, una de esas noches el
«mal» se presentó de manera sorpresiva y sus mutaciones violentas me sumieron
de nuevo en profundos dolores y en la más insondable desesperación. Y así, esa
mañana en Aachen, amanecí en mi cama con mis patitas de cuy, con mi piel
cubierta con pelo de cuy, con mi hociquito de cuy, con las pelotas de cuy al
aire, con las ganas de cuy hembra: ir tras ella, olerle el trasero y luego
montarla hasta producir el corto circuito más impúdico de este mundo. Por
primera vez me sentí animal en su exacta dimensión. Quejándome como un cuy, o
sea, unos sonidos equiparables al lloro humano, me pasé tirado en un rincón de
la habitación. En eso, como al mediodía, empezaron los primeros síntomas del
regreso, acompañado de intensos dolores mis huesos se re torcían y se elongaban
movidos por una potente fuerza que nacía en el centro mismo de mi cuerpo. Aun
desencajado me puse frente al espejo. No habían dudas, o solo eran figuraciones
mías, tenía el rostro ligeramente acuyado. Al fondo del espejo, haciéndome
muecas grotescas, se reflejaba un rostro de cuy. Se me escarapeló el cuerpo.
Adonde volteaba los ojos veía un cuy. En ese momento quise tener a mi madre
cuidándome, alimentándome con su cariño inconmensurable. Otra vez lloré
desconsolado.”
También
se puede notar el lado nostálgico del narrador, ya que casi siempre le invaden los recuerdos de su
familia, en especial el de su madre: “El miedo y la tristeza me invadían sin contemplaciones. El
tiempo parecía pasar más lento. Antes rodeado de la alegre compañía de mis
hermanos y ahora solo, solito, entre libros y papeles, extrañaba a mi madre.”; “…en la facultad, no pude esquivar a
Sonja, quien ya mostraba un avanzado estado de gravidez. La primera vez solo
atiné a abrazarla sin poder pronunciar más que algunos monosílabos. Después le
prometí toda forma de apoyo, pero puse en claro que no podíamos vivir juntos.
Mis palabras sonaron duras y ella se apartó bruscamente. La vi alejarse
lentamente. Se me partió el alma y pensé en mi madre.”; “A veces me entristecía pensando en mi pobre
madre, allá en Collique, que seguía sacándose la mugre para poder sobrevivir
junto a mis hermanos. Alfonso Barrantes Lingán ya era alcalde de Lima cuando un
policía municipal le decomisó a mi madre su caja de chocolates, galletas y
cigarrillos pues la acusó de negocio ambulatorio ilegal.”; “En medio de esa
tranquila y constante tempestad de nieve surgió la imagen de mi madre, sus
lágrimas y sus manos agitando adioses. También irrumpieron con cierta claridad
los perfiles de mis hermanos y sus travesuras en la improvisada casucha de
Collique. Los compañeros con quienes soñábamos cambiar el mundo y discutíamos
esperanzados con terminar los abusos y los robos que cometía SINAMOS (Sistema
Nacional de Apoyo a la Movilización Social) en nombre del progreso y el
desarrollo de los llamados Pueblos Jóvenes, esos barrios de Lima donde se vive
marginados de toda pizca de civilización. Una tristeza insondable invadió «mis
humanas lacras».”
Christian Linden resulta atractivo para las
europeas, y cuenta que su mayor atractivo es el de ser cholo. Pero tiene un gran
problema producto de sus inesperadas mutaciones. En varios fragmentos de la novela los
lectores vamos siendo testigos de la transformación que va sufriendo, ese “mal”,
como él le llama, es un problema
que trata de ocultar el mayor tiempo posible, y tiene el temor de contárselo a
sus parejas. Hasta que la situación se torna insostenible y lo descubren. Existe un punto en el que esos cambios
en su fisionomía ya no tienen retorno y es cuando el protagonista se encierra
en su habitación y se refugia en sus libros y en la escritura. El protagonista,
además de ser atractivo, es un intenso amante, tiene un insaciable apetito
sexual, y, a lo largo de la novela siempre está rodeado de mujeres; podemos
leer nombres como Karen, katrin, Elizabeth, Sonia, Selena, y, por supuesto, el
de Michaela, que es la persona que lo acompaña en toda la historia. Pero, hay
algo que es más grande que su amor por las mujeres: su amor por la lectura y
sus libros.
Linden
es un hombre que no pierde su identidad pese a que una compatriota suya, una
peruana, le expresa que le parecía muy desagradable que él esté comentando a
todo el mundo que proviene de una barriada del Perú de esos lugares marginales
que solo están habitados por gente repudiable. En la historia el narrador dice:
“Cuando Sonja y yo dispusimos retirarnos,
una de las peruanas se me acercó y, en confidencia, me explicó que era muy feo
decir que he vivido en una barriada, esos lugares habitados por delincuentes y
prostitutas, contando eso, me dijo que hago quedar mal a nuestra patria y que
no debería mencionar esos poblados atestados con gente de mal vivir. Tienes que
decir que vienes de Miraflores. Aquí todos venimos de Miraflores. ¿De
Miraflores, de mirar flores o de San Juan de Miraflores?, retruqué con sorna.
Aunque en verdad muchos de los alemanes no tienen ni idea dónde queda el Perú.
Se ubican mejor cuando les hablamos de Latinoamérica. A pedido de una
compatriota casi me convierto en miraflorino, sin embargo, al final, de peruano
me transformé en latinoamericano.”
El humor es la atmosfera que envuelve la mayoría de
capítulos de la novela, un ejemplo claro sería este: “Y entre los peruanos teníamos nuestro «chino» o «coreano», como
también se le conocía a César. En una oportunidad llegó un colombiano bastante
distraído, alto, miope, desgarbado y con la cara de niñato. Desde un inicio se
quedó mirando a César con evidente desconcierto. Cuando el chino César se fue a
traer su postre, el colombiano nos preguntó que dónde había aprendido a hablar
el español tan bien ese coreanito. «Aquí, con nosotros», fue la respuesta
unánime. Apenas César se sentó, el colombiano le preguntó: ¿Es verdad que has
aprendido el español solo escuchando hablar aquí a los latinos? César, entre
sorprendido y fastidiado, le contestó con un sí desganado. El colombiano enseñó
una sonrisa bobalicona. Abraham, peruano que había estudiado en Hungría, comentaba
el paso de hermosas rubias y lindas morenas con las cinturas cimbreantes y
poderosas piernas. El colombiano las seguía torpemente con la mirada de sus
ojos miopes y sus anteojos culo de botella. «Que buenas hembras hay en
Alemania», comentó. Entonces entró a tallar el chino César. «En la
Antoniostrasse hay mucho mejores». El colombiano que parecía estar muy
aguantado, o sea, necesitado de cariño, con la leche a punto de salirle por los
ojos, de inmediato se interesó por esa dirección. «Es el trocadero, el chongo,
donde van las mujeres buenas de conducta mala», explicó el chino o coreano
peruano. « ¿Y dónde queda la Antoniostrasse?», volvió a interrogar, curioso, el
colombiano. «Es una calle pequeña perpendicular a la Rathaus, la muncipalidad». El colombiano se quedó dudando, creyó
que el chino-coreanito se estaba burlando de él. «En serio», replicó César, «y
los jueves en la tarde hay descuento para estudiantes». Todos, muy serios,
confirmaron la información del chino-coreano-peruano. Algunas semanas más
tarde, el colombiano, aún con las huellas de la golpiza, buscaba al chino César
con la intención de matar a ese peruano pendejo. Resulta que había ido un
jueves a la Antoniostrasse y a la hora de pagar los servicios de una de las
prostitutas exigió, con el carnet de estudiante en la mano, el descuento
correspondiente. Esto provocó la ira de la mujer y llamó al guardaespaldas que
sin contemplaciones golpeó al colombiano y lo dejó moribundo en medio de la
calle. Una vez frente a frente, luego de cruzar unos insultos, el
chino-coreano-peruano César se le cuadró como Bruce Lee. El colombiano
grandulón al notar la pose guerrera-karateka del endeble muchacho, se acobardó.
Entonces, dándole la espalda, el chino-coreano-peruano se retiró muy orondo,
gritándole al inmenso colombiano: «Eso te pasa por huevón».
Dentro de la novela hay una mirada analítica y
amplia del país que lo acoge, es un observador que nos narra no sólo sus
vivencias en ese país, sino también, mucho de lo que está sucediendo en el
Perú: “Las noticias de la guerra interna en
Perú eran más frecuentes. Las matanzas en los Andes ocurrían con mayor
crueldad, tanto por parte de Sendero Luminoso como por parte de las fuerzas
armadas, representantes del estado peruano. Hasta los noticieros alemanes se
quebraban la lengua con extraños nombres de pueblos andinos. Uchuraccay y el
asesinato de ocho periodistas de diversos periódicos nacionales, el guía y un
acompañante más, que habían llegado a los Andes con el fin de averiguar una
masacre cometida por supuestos senderistas, alarmó a un sector de la población
alemana…”
La
novela concluye con un cuy totalmente transformado, que deja de ser ese ser que
al inicio se notó inseguro y temeroso ante el mundo y se convierte en un
personaje que anhela ayudar a los demás, ser un superhéroe, pero por sobre todo
un escritor. Y lo menciona en unas líneas casi al final de la novela: “me vuelvo a decir una y más veces, lo mío
no es la política, sino la «escribidera». Quiero ser escribidor aunque me
cueste la vida, aunque me toque morir en el intento.”
Walter
Lingán en esta novela nos presenta a un personaje admirable, un personaje que
nos enseña a ser como él, como ese cuy que vaya donde vaya — ya sea a Alemania, España, Italia Francia, o tal vez solo a
la capital del Perú— : nunca perderá sus raíces. Leer esta
novela más que una simple lectura ha sido un viaje fascinante, a través de los
ojos del narrador; una aventura literaria con todos los ingredientes que solo las buenas historias saben tener; una ficción
envolvente a la que sólo abandoné, por instantes, para escuchar las canciones
que refería, como “Papel de plata” o buscar en la red los lugares y ciudades que
describía. Un viaje inolvidable sentado en esta fría habitación puneña.
Escribo
acerca de este libro sin el mayor interés en hacer una crítica literaria,
porque, para empezar, no soy un crítico literario, solo escribo para compartir
la valiosa experiencia que tuve como lector, un lector común y silvestre, que
quedó fascinado con esta novela. Y, nada mejor que los versos del poeta Enrique
Lynch para agradecerle a Walter Lingán el haber escrito esta novela que hoy
sumo entre los libros de mi biblioteca personal:
“Porque escribí no estuve en casa del verdugo
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como escribiente
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucié las manos
ni fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo.
Pero escribí y me muero por mi cuenta,
porque escribí porque escribí estoy vivo.”
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como escribiente
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucié las manos
ni fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo.
Pero escribí y me muero por mi cuenta,
porque escribí porque escribí estoy vivo.”
Y
porque escribió, y escribe, Walter Lingán seguirá vivo.
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