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Foto: Pisadiablo. |
Mi hermano
Manuel se había levantado muy temprano para ir a casa del abuelo y traer el
burro donde transportarían a Jesús en su paseo por el pueblo y su visita a las
casas de los principales personajes de la ciudad.
Mi tía
Alejandrina, que anda ciegamente enamorada del cura, había preparado un lindo y
nuevo apero. Los bozales y las riendas los forró con hilos de plata. A la
carona, tejida con algodón, la tiñó de azul cielo, la adornó con bordados de
oro y le colgó largos flecos por todos los costados. La silla era de suave
cuero labrado de ramos y figuras geométricas. La cincha, una faja roja y blanca
con extensas borlas en los extremos. Mamá diciendo dice que la tejió una devota
como agradecimiento al Nazarenito, se
refiere a Jesús, por haberle conseguido marido a su hija que nadie la quería
desposar. O como mejor diría mi amigo Fortunato, “todos los novios la usan y luego
la dejan”.
Tía
Alejandrina se puso un vestido corto que le resaltaban el pecho y las caderas.
Zapatos negros de charol con taco aguja y medias negras de naylon mostrando la
bondad de sus piernas. Fortunato, al verla, diciendo me dice al oído: “Cuando
el cura la vea se pondrá bizco de puro arrecho”. Desde hace varias atrás semanas
tía Alejandrina se ocupaba, comiendo a la volada y descuidando otras tareas de
casa, de todas las cosas para la procesión, diciendo dice que por amor a Jesús,
pero todos sabemos que, cerrando los ojos, suspira pensando en el cura. Y
Fortunato asevera con cachita que “el cura no se hace del rogar cuando se trata
de darle su amor al prójimo”.
Sudoroso
llegó Manuel trayendo al burro. Tía Alejandrina salió a recibirlo apresurada y
palmoteándole las ancas al jumento: “Te portarás bien”, diciendo le dijo. “Este
burro es más mostrenco que el abuelo”, le replicó Manuel. Papá que estaba observando desde la cocina les recordó
que no vayan a descuidar al burro. “Siempre luhan de tener agarrau, ni un
momento descuidau”. Entonces tía Alejandrina, como si el animal la entendiera,
lo amonesta con fingida severidad: “Te advierto, nada de burradas sidenó te jalo de las orejas y te las
pongo más largas todavía”.
Con sumo
cuidado, dirigidos por el cura, los acólitos y algunos conocidos devotos, entre
los que se halla don Casiano Hernández, distinguido personaje que, cuando se
emborracha, manda al cura y a todos los santos a Mishika o al infierno, bajan a
Jesús de su altar. En el atrio de la iglesia las palmas se agitaban, bailando y
silbando con el viento. Ponchos y sombreros se arremolinan junto a los señores
de terno y corbata y las damas que estrenan sus novedosos “estilo sastre”.
Fortunato y un grupo de muchachos aumentan la bullanguería con sus pitos y
cornetas, efímeros instrumentos hechos con las hojas de las palmeras.
Una vez
que han colocado a Jesús, El nazareno,
sobre el burro, un numeroso grupo de acólitos con ponchos rojos, blancos y
azules, presididos por un cura serio y solemne, salieron al atrio. Mi hermano
Manuel apareció jalando al burro donde iba montado Jesús, con la cara siempre
blanca, de yeso, igual que sus manos que las lleva levantadas a media asta y casi
cerradas. Al ver aparecer a la imagen de Jesús sobre el manso jumento la gente
levantó sus palmeras con mayor entusiasmo, las agitaba emocionada, mientras las
más devotas caían de rodillas, rezaban, cantaban, lloraban. Una salva de
cohetes saludó a la venerada imagen.
Tía
Alejandrina desdobló la sombrilla, una especie de pañolón cuadrado, bordado en
oro y flecos dorados bailando al viento, que estaba atado en sus puntas a
cuatro varas blancas y la extendió sobre Jesús para protegerlo del pavoroso
incendio del sol. El incienso se desparramó en aromáticas nubes y la banda
emepzó a tocar canciones sacras alusivas a la fecha. Tía alejandrina sólo tenía
ojos para el cura.
La
procesión de Jesús ha recorrido ya las calles y los principales lugares del
pueblo: la municipalidad, la suprefectura, las oficinas del notario y del juez,
el mercado y la comisaría. Frente a la casa del alcalde, quien había mandado
levantar una capilla en la puerta de uno de sus negocios, la procesión hizo un
alto. Mi hermano Manuel dejó suelto el freno del burro para sujetar mejor a
Jesús en su asiento. Ese fue el preciso momento en que el jumento dio un salto
ágil, lanzó por los aires a Jesús, y de cabeza se metió por la única puerta
abierta.
El clamor
estalló como una bomba. Jesusito, El
nazareno, se había caído. Tía Alejandrina, aprovechando el caos, abrazó al
cura desesperada y le pidió que haga algo por la sagrada imagen. El delirio fue
una sola plegaria al cielo. Mi hermano Manuel, tras unos instantes de duda,
corrió con la intención de atajar al pollino que se había detenido inocente y
manso en una habitación llena de alfombras de la casa del alcalde.
Pasado el
susto, en la plaza de armas del pueblo, la gente comentaba el grave accidente y
auguraban tragedias indecibles. Es mal agüero, diciendo dicen. Se golpean el
pecho con los puños cerrados, rezan de rodillas y las manos levantadas hacia el
cielo azul piden clemencia y lloran.
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Foto: Pisadiablo. |
“Jesús se
ha hecho mierda”, diciendo dijo don Casiano Hernández y, destapando una botella
de cañaso, se metió un largo trago entre pecho y espalda.
Unos días
después tía Alejandrina y el cura desaparecieron de San Miguel...