Mittwoch, 19. Oktober 2011

Un ángel en la puerta del infierno


Sieben lange Tage hab’ ich nur an dich gedacht.
Ich hab’ meine Bude aufgeräumt und schön gemacht.
Heut’ brennt mein Iglu(1)...

J. Moberg.

Los hombres son unos animales, unos asquerosos.

Ernst Jünger

Era domingo y regresabámos de Francfort. Oswaldo manejaba concentrado en la autopista, esa culebra negra deslizándose entre ciudades oscuras y campiñas verdes. Hacía calor. El hambre se asentaba como un raro sentimiento en la boca del estómago. Oswaldo conversaba, hablaba sin detenerse, cantaba y a ratos silbaba. Abrió la ventanilla izquierda del auto y entró un aire fresco, frío. Empezó a fumar y el humo del cigarrillo, penetrando en mis ojos, me molestaba. Serían las dos de la tarde cuando la catedral de Colonia apareció ante nuestros ojos. Abandonamos la autopista y entramos a la ciudad.
Frente a la puerta de mi casa estaba Petra, una amiga que solía visitarme con regularidad y de manera espontánea. Después de cuatro semanas había regresado de Los Angeles. Me saludó muy alegre. Petra no hablaba castellano. «Leider noch nicht»(2), nos dijo. Oswaldo la había observado con ojos de mercader: «Está buena.» Petra nos miró sonriendo sin saber de que hablábamos. Quizás se imaginaba: «Sprecht ihr von mir?»(3) Sonreímos, no, no. Entramos en mi habitación que era un soberano desorden de libros y papeles. No tenía nada para comer ni beber. Entonces decidimos salir en busca de un restaurante. Pero antes Petra me dijo: «Ich habe ein Geschenk für dich»(4) y sacó un paquete de su bolsa. «¿Es un elefante?» intenté adivinar palpando el pequeño paquete. Ella sonrió y en su rostro se formaron dos pequeños hoyos como remolinos en un río. Rompí la envoltura. Anatomie für Künstler novela de Kieseritzky. La revisé brevemente, desde mi estómago empezó a invadirme un sentimiento que nunca antes había sentido y no supe que decirle. La besé en la mejilla y le susurré al oído: «Danke Petra.»(5)
Caminamos hasta Barbarossaplatz y luego seguimos por la Luxemburgstraße. En esta calle entramos a un restaurante chino. Almorzamos y reímos de cada chiste. Oswaldo, antes de continuar su viaje a Duisburg, quería visitar a Ingrid. Pagamos la cuenta y salimos. Oswaldo se despidió y Petra se quedó conmigo.
¿Y…? le digo.
Wie bitte?(6) me contesta Petra.
Ob du was vorhast(7)...
Ach... Ich möchte noch zu dir gehen(8).
Ya en casa me preguntó una y otra vez, insistentemente, por Bárbara. Quería saber que pasaba entre nosotros, quería saber detalles de mis dificultades con ella. «Lo único que sé es que la quiero. Eso es lo feo del asunto.» Bárbara estudió Germanística en la Universidad de Colonia y por razones de trabajo se había trasladado a Francfort.
El sol iluminaba la tarde y unas palomas llegaron a descansar en el techo de la casa vecina. Una mujer con una toalla en la cabeza regaba las flores de su balcón. Le propuse a Petra salir nuevamente a una Kneipe a tomar algo y ahí seguir conversando. Quería escapar del espacio donde flotaba el recuerdo de Bárbara camuflado en cada objeto. La conversación se prolongó más allá de la medianoche. Aunque no fue todo en torno a Bárbara. Petra casi no hablaba. Pensativa, sacudía la cabeza al escuchar mis bemoles sentimentales. Nos unía una buena amistad surgida en largas horas de estudio conjunto. Ella me dijo alguna vez: «Estoy enamorada de un cabeza hueca.» Nunca la vi tras un muchacho en especial, era amigable y solidaria con todos los compañeros. Por eso cuando me invitó a pasar unos días en la casa de su madre, sabía que lo hacía siguiendo los impulsos de su bondad ilimitada. «Así no estarías solo, de otra manera no puedo ayudarte, pero aprovecharíamos el tiempo para preparar los exámenes que se nos vienen.» Después de alguna discusión, acepté la propuesta.

La madre de Petra veía la televisión. Me destinaron la habitación para los huéspedes, era pequeña, pero cómoda; con una ventana que daba al jardín. Petra y Anne, hermana menor de Petra y estudiante de arquitectura, ocupaban, cada una, amplias habitación en la segunda planta. Anne trabajaba frente a un Bildschirm(9). Realizaba trazos y dibujos que constituirían los planos de un edificio moderno y dinámico. Su habitación, con un orden envidiable, estaba repleta con libros de arte, dibujo y literatura brasileña y portuguesa. Maquetas de proyectos arquitectónicos y esculturas en barro y yeso. Dejó de trabajar para saludarme. Al día siguiente dio una lección crítica a los arquitectos latinoamericanos, preocupados en las vanguardias y los modernismos y no en la solución de los problemas habitacionales de sus pueblos. Manifestó su malestar contra los malos gustos de cierto arquitecto comunista que diseñó la ciudad de Brasilia.
Esa noche, después que con Petra revisamos pasados exámenes de Patología y Medicina Interna, empecé a leer Der Samurai von Savannah del americano T. Coraghessan Boyle. La novela cuenta el tragicómico encuentro de dos culturas: el joven marino japonés Hiro Tanaka salta desde el barco en un salvavidas cerca de las costas de Georgia. Como equipaje lleva unos cuantos dólares; la foto descolorida de su padre, un americano hyppie a quien nunca llegó a conocer y el libro Der Weg des Samurai de Mishima, minuciosamente protegido contra el agua. La nostalgia por la patria lejana se hizo evidente. Había cierta semejanza entre las aventuras del heroe de Boyle y la mía. Bárbara también hizo imposible mis sueños. Ella representaba esa cultura que enfrentaba a diario y estaba a punto de vencerme. Bárbara buscaba la comunión de la belleza física y la capacidad intelectual y esa búsqueda lo llevaba a ciertas libertades que yo no estaba dispuesto a tolerar. Bárbara no sólo era atractiva, era empeñosa, terca en sus proyectos, en sus ideas. Afirmaba que César Vallejo había creado un lenguaje poético revolucionario: «No respetó las reglas gramaticales del lenguaje oficial y rompió con el lenguaje poético tradicional. En Trilce según ella César Vallejo creó la estructura de un nuevo lenguaje y esto mismo deberían hacer los nuevos poetas germanos, o sea, romper con la camisa de fuerza que limitan la frescura y desfachatez del idioma alemán.» En Francfort hacíamos el amor en la misma cama donde recibía a Helmut, otro admirador del poeta peruano. «Esto tendría que terminarse», me repetí mil veces. Mientras más la odiaba, más la admiraba y me concentraba en investigar palabra a palabra, verso a verso, la creación poética de César Vallejo.


En El Cactus la música era ensordecedora y hacía un calor de los mil diablos. Había grupos de gente conversando junto a la barra y algunas parejas sudorosas bailaban en el poquísimo espacio que quedaba. El humo que despedían los fumadores flotaba golpeándonos sin piedad. Rafael dijo que tenía que conducir y por eso sólo bebía agua mineral. Yo en cambio tomaba tequila. Nelson y Emilio estaban borrachos. Ingrid, Claudia, Gabi y Petra bebían cerveza y conversaban de diferentes asuntos y se reían. Bárbara estaba frente a mí y sentada junto a Thomas, discutiendo apasionadamente sobre la poesía de Vicente Huidobro y César Vallejo. La mano de Thomas acariciaba la pierna de Bárbara mientras le recitaba: Tour Eiffel/ Guitare du ciel. Ella sonreía y los celos como avispas enloquecidas zumbaban en mis oídos, pero no decía nada y pedía más tequila. Heidi entró con su esposo. Se acercó, me pasó una mano por el cabello y al mismo tiempo me besó en la mejilla. «Con un beso es como entregas al hijo del hombre, mujer traidora», le dije riendo, pero en realidad me dirigía a Bárbara. Petra, atenta a mis palabras, me dijo: «Es difícil imaginarte triste» y puso su mano suavemente sobre mi mano. «Tú sabes muy bien» le repliqué, «las tristezas engordan y yo quiero mantener la línea.»
A una de las mesas estaban sentados Roberto, Oscar y Juan Carlos y me los imaginaba fumadazos, recorriendo algunas pistas del internet. Roberto se puso de pie, levantó los brazos, movió la cintura al compás del merengue que estaba sonando y gritó: «¡Así hay que gozar de la vida, carajo!» y luego se sentó haciendo un gesto obsceno al señalar su sexo. Oscar y Juan Carlos lo vivaron con un «¡Gocemos compadre...! ¡Gocemos que la vida es una sola!»
Emilio y Nelson seguían bebiendo tequila con sal y limón. Tenían los ojos casi cerrados y golpeaban la mesa con los puños intentando seguir el ritmo de la música.
¡Javier, tómate otro tequila para el frío! me dice Daniel.
Pero si yo no tengo frío, al contrario, estoy caliente contesto.
Bárbara y Thomas conversaban muy animados mirándose a los ojos. Es de madera mi paciencia,/ sorda, vegetal. «Trilce LX», dijo Bárbara. Y se apolilla mi paciencia,/ y me vuelvo a exclamar: ¡Cuándo vendrá/ el domingo bocón y mudo del sepulcro... recité y abandoné furioso el bar.

Bárbara llegó a las once de la mañana. Había estado en la casa de Thomas leyendo y discutiendo sobre el vanguardismo de Vicente Huidobro. Su sonrisa mostró el óvalo firme que formaba su dentadura de perlas blancas. No podía diferenciar si tenía celos, odio o amor. Entonces empecé a poner en práctica los primeros pasos de mi plan. Le dije que deberíamos celebrar mi cumpleaños con una fiesta y me ofrecí a preparar algunos potajes típicos de mi país. Enumeré todos los amigos que podrían venir. Hicimos el presupuesto y la primera parte del plan, sin ningún escollo, estaba en marcha.
La última semana que estuve con Bárbara en Francfort me mostré cariñoso y le pedí que fuera a Colonia un día antes de la fiesta para que me ayudara con las cosas que faltasen. Naturalmente ella aceptó. Teníamos cerca de ocho invitados que habían asegurado venir. Faltando todavía otros cinco que deberían confirmar su participación en los próximos días.
Bárbara, como buena alemana, llegó puntual, según habíamos acordado, a las seis de la tarde. Pablo Milanés cantaba imperturbable y de que callada manera se me adentra usted sonriendo... Luego de tomar un poco de vino, Bárbara se acercó, me besó en la boca y metió su mano entre la gareta de mi pantalón buscando el calor de mi sexo como si fuera la primavera yo muriendo. Nos reímos, nos besamos y de que modo sutil me derramó en la camisa. Y a dúo con Milanés repitió: todas las flores de abril...
A continuación le mencioné algunos nombres muy conocidos para ella. «Es tu cumpleaños y no quisiera que se hagan escenitas», ¿quién le dijo que yo era risa siempre nunca llanto? No le contesté, sólo la miré sonriendo y me animé a decirle: «Te quiero, Bárbara.» Vino hasta la puerta de la cocina y alzando la voz me dijo: «Ya lo sé.. y eso es lo que cuenta, yo también te quiero y yo no te pido que me bajes una estrella azul...» No se podía imaginar el diabólico plan que ya estaba en plena ejecución. Hicimos el amor como nunca lo habíamos hecho, sigue llenando este minuto de razones para respirar...
Después seguimos tomando vino mientras limpiábamos la casa y preparábamos las diferentes exquisiteces para el día siguiente. Terminamos de preparar el cebiche y la salsa para los anticuchos y ya habíamos tomado dos botellas más de vino. Hicimos también papa a la huancaína y otra botella de vino dejamos vacía. Cansados, pero con la satisfacción de tener todo preparado, tomamos otra botella más de vino. Ella tomaba más que yo. Borracha se fue a la cama y me dijo: «Te espero porque aún puedo darme el gusto de hacerte feliz esta noche.» Imaginé la noche y le dije: «Estás borracha.» Ella no se inmutó. «¡Y qué, así es más rico!» y agregó: «El vino estará borracho, yo no.» Con voz entrecortada intenté reprocharle: «Sí, sí, tú eres capaz de todo» no te niegues, no hables por hablar...
Cuando entré a la habitación Bárbara dormía como una niña, desnuda y con las manos entre sus piernas la vida no vale nada si yo me quedo sentado. La sábana le cubría tan sólo medio cuerpo. Levanté la sábana blanca y la contemplé unos instantes. Bárbara semejaba una flor delicada, suave y hermosa como una virgen la vida no vale nada si se sorprende a otro hermano. Se movió levemente y suspiró largo, muy largo, pero sin abrir los ojos. Luego siguió durmiendo con una respiración pausada la vida no vale nada si tengo que posponer... Calculé la dirección del golpe y con furia, con los ojos cerrados, hundí el cuchillo en el lado izquierdo de su pecho la vida no vale nada si ignoro que el asesino. Se produjo una débil reacción de autodefensa y su mirada vidriosa preguntaba lo que ya sus labios no pudieron pronunciar la vida no vale nada si escucho un grito mortal. Mantenía con fuerza el cuchillo sobre su pecho. La sangre enrojecía su cuerpo, mis manos, las sábanas blancas y no es capaz de tocar mi corazón que se apaga. Sus músculos fueron relajándose y con una mueca de tristeza se quedó inmóvil. Cansado y nervioso me senté en el filo de la cama donde apenas unas horas antes fuimos felices y por eso para mí la vida no vale nada...
Me fui a la cocina y me tomé dos o tres vasos ¿o dos o tres botellas de tequila? y medio enceguecido regresé para trasladar el cadáver de Bárbara a la bañera. Con la habilidad de un experto cirujano extraje primero las vísceras y los órganos internos y, a excepción del corazón, las envolví en periódicos y las metí después en bolsas plásticas. Las extremidades las corté en trozos, una parte la puse a congelar y otra la destiné para los guisos de la fiesta. Cuidadosamente borré la huellas digitales de manos y pies. A la cabeza le corté el cabello y al rostro le saqué la piel para borrarle toda seña que hubiera podido ser utilizada para su identificación. Le arranqué los dientes y horadándolos los fui ensartando en un hilo de nailon para obtener un bello collar. A las cuatro de la mañana estaba todo listo ordenado y limpio. A pesar de todo el licor ingerido, tenía los reflejos alertas, salvo una clara insensibilidad muscular.
Metí todos los paquetes en una maleta y subí al coche. Las calles dormitaban bajo opacas luces. Prendí el motor y puse el vehículo en marcha, avancé unos cien metros y frené lentamente, luego, asegurado de que estaba en condiciones de conducir, emprendí el viaje hacia a Bonn. El cráneo con el rostro desfigurado lo deposité en un container ubicado en un oscuro parque de Tannenbusch. Luego regresé en dirección de Endenich y llegué hasta Bad-Godesberg para dejar un par de paquetes y los dos últimos los dejé en Beuel. Con la claridad del día llegué a casa y me dispuse a preparar los anticuchos... Sus ojos y sus labios los encontraba en algunas oportunidades. Sus ojos me miraban con nostalgia y en sus labios adivinaba la pregunta que me hizo y no la pudo pronunciar al ser sorprendida por las sombras de la muerte.

Las nueve de la noche. La música suena alegre y los invitados se reúnen en el jardín alrededor de una mesa larga donde los potajes brillan apetitosos. Había distribuido floreros, a considerables distancias, con flores rojas, amarillas y blancas, que aumentaban el colorido y el sabor de la mesa. Algunos amigos preguntaron por Bárbara. «En cualquier momento llega» les decía, «mientras tanto ¡salud... y buen apetito! ¡Qué se diviertan!» Llegó las doce de la noche y uno a uno vinieron a felicitarme por un año más de vida, por la fiesta tan divertida y por la comida tan, pero tan exquisita.
Thomas, Manuel, Boris y Félix recibieron los primeros anticuchos y a continuación me congratularon por lo riquísimos que estaban. «Los anticuchos preparados con el corazón de la mujer amada siempre son los más sabrosos», les dije, y nos reímos. De todos los guisos sólo quedaron huellas en los recipientes y platos vacíos.
Nadie ha podido olvidar aquella cena y cada vez que nos encontramos lamentamos que Bárbara no haya podido llegar.


Petra me besa y me dice: «Te amo.» Sonríe llena de felicidad.
Con tus hermosos dientes podría hacerse el collar más hermoso que puedas imaginarte le digo a Petra.


1 Siete largos días he pensado en ti. / He ordenado y puse linda mi habitación. / Ahora se quema mi Iglú... (J. Moberg), canción carnavalesca de Colonia.
2 Lamentablemente aún no.
3 Habláis sobre mí?
4 Tengo un regalo para ti.
5 Gracias Petra.
6 ¿Qué?
7 Que piensas hacer
8 Ah... Quisiera ir contigo.
9 la pantalla de un ordenador.

1 Kommentar:

  1. Hola, Walter (Gualterio, que también se dice en nuestra lengua),. En primer lugar, gracias por leerme.
    He leído tu asesinato de Bárbara, y en general hay algo (tú sabrás mejor que yo) de cortaciano; quizá la forma expositiva desde el comienzo con Osvaldo en el coche. Bueno, igual me equivoco de todas todas, pero es lo que yo he notado como una baharada antigua que descendía desde la estantería, y claro, desde el sitio justo done se ven lomos de sus obras.
    En fin, abrazo desde Madrid, y abrígate camarada que en Klön debe hacer unos días para dejar los labios morados y no de besar.
    Gastón

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