Montag, 9. September 2013

Un cuy entre alemanes (2)



 Me puse a leer Selbst unter der Bitterkeit del poeta guatemalteco Otto René Castillo. En una de las primeras páginas escribe: “Allen, die in Wahrheit kämpfen, um das Sytem der Unterdrückung und des Elends in unserem schönen Land zu beseitigen.” Esto traducido al cristiano quiere decir: “A todos los que combaten de verdad por terminar con el sistema de la opresión y la miseria en nuestro hermoso país” y me llevó a imaginar mi país de origen que a veces ya no es mi país sino es el país de los “salvajes neoliberales que gobiernan desde las oficinas del CONFIED apoyados por los ‘massmedien’ y sus lacayos genuflexos empotrados en el palacio de gobierno”. A eso de la medianoche, cansado, caigo en los brazos del sueño y me pongo a caminar por un valle de brillante verdor. Escucho el quebrantado bullicio de un río cercano, pero que alcanzo a descubrir. Entre la rojez del crepúsculo aparece mi madre ordenando, con voz severa, que vaya a bañarme. Su voz es perentoria, no admite ninguna duda ni la pereza. Se acerca decidida y empieza a desvestirme, no le importa que ya sea adulto, viejo y divorciado varias veces. Mientras me desviste, me regaña, se admira de la suciez de mi ropa, de la mugre que se apoltrona en mi pecho, en mi espalda, en mis muslos, en mis brazos y entre los dedos de mis pies. Le perece deleznable mi cuerpo huesudo y mi panza tan prominente. Eso te pasa, asegura, porque no haces deporte, mira, ve, hasta tu pinga está arrugada de tanto estar sentado y escribiendo todo el santo día en esa maldita computadora. Desnudo avanzo en busca del río. Siento que las hojas y las piedritas me causan cosquillas y un cierto dolorcillo placentero en la planta de los pies. Me abro paso entre enormes árboles, montes que exhiben diversas y multicolores flores, en eso aparece ella, una de mis últimas ex mujeres, flotando entre la maleza, como volando en lo alto. Su cabello chicoteando la hojarazca, haciendo crujir a las ramas, golpeando los troncos de los árboles. Sus manos van separando la maleza que le impide caminar. Por momentos puedo apreciar sus senos redondos, grandes, prietos, con los pezones redondos y rosados. Distingo su piel mojada por una lluvia que no se ve, invisible, pero sonora, o como recién salida de la ducha. En otro momento aparecen sus piernas, dos firmes y potentes columnas apoyadas en unas enormes piedras grises. Un frondoso y exhuberante bello púbico cubre el monte de venus bajo un gracioso ombligo. La solidez de sus muslos, de sus caderas, arrebata mi mirada, enciende mis deseos de poseerla. La lujuria vulnera mis fronteras y mi madre, como una pesadilla, inmisericorde, haciéndome recordar: "Mientras no te bañes esa mujer no será tuya nunca". Entonces corro desesperado en busca del río... Me despierto buscando el río, de calor, sudando...

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