https://www.ila-web.de/ausgaben/387/die-abenteuer-eines-amazonas-schamanen
El título de la
novela Koko Shijam, el libro andante del
Marañón, de Walter Lingán, motiva algunos comentarios previos a la
indagación sobre su contenido.
El primero de
ellos es lo sugestivo de su elección, a primera vista algo así como “el libro
del libro”. Pero es algo más que eso. En principio, no se trata solo de la
imagen que sugiere el término “libro andante”, sino de su significado en las
sociedades amazónicas y preindustriales en general. Porque en este tipo de
organizaciones sociales, las narraciones y el conocimiento se transmiten
mediante la oralidad, una de cuyas características conjuga la inmersión en un
fondo cultural común, ancestral, con la expresión marcadamente individual –en
el sentido de opuesto a lo masivo y anónimo, característico de la producción en
serie–, de tal manera que cada hombre que se dedica a “contar historias” es en
sí un “libro” diferenciado de los demás. Esto refleja por tanto un significado distinto
al del mundo moderno, donde cada “libro” es parte de un tiraje de cientos o
miles de ejemplares idénticos. Koko
Shijam, “el libro andante”, se revela a sus oyentes, a los lectores en este
caso, desde su propia óptica, a partir de sus experiencias narradas de una
manera singular. Es, por tanto, un libro en que el narrador funde las
enseñanzas que recoge de su cultura y tradición, mezcladas con su propio “yo”,
presentadas en un formato de papel impreso.
Una segunda
observación trata de su autor. Para los lectores peruanos, Walter Lingán, autor
de cuatro novelas y cuatro libros de cuentos, es un médico cajamarquino,
radicado en Alemania desde 1982, en cuya obra es recurrente la preocupación por
la situación del país, asediada desde la recreación de hechos históricos
bajo una concepción realista, así como
desde la subjetividad de los protagonistas, o incorporando una visión
mágica-andina. En sus libros previos a
esta novela, el mundo andino, de donde él proviene, así como el universo
urbano, son los principales escenarios en que se desenvuelven sus historias.
Este libro, pues, abre una inesperada vertiente en su producción. En esta nueva obra se adentra casi como un nativo o como un antropólogo en el mundo de las creencias, mitos y leyendas amazónicas, a tal punto que cuesta creer que hayan sido realizadas por alguien que no hubiera vivido por un largo periodo en la selva, tal como hiciera el narrador Luis Urteaga Cabrera –curiosamente, cajamarquino como él–, quien escribió El universo sagrado y El arco y la flecha, luego de una convivencia de una década entre los shipibo-conibos.
Koko Shijam, el libro andante del Marañón, se nos ofrece a los lectores
como una novela corta, o nouvelle,
texto que si bien es una ficción, luego de su lectura nos lleva a preguntarnos
si efectivamente es una novela corta, por lo menos la forma literaria
denominada novela corta. Es decir, una narración organizada en torno a una
historia básica, con pocos personajes y que constituye una unidad que, sin
alcanzar la rigurosidad de un cuento, tampoco es usual que se presente como una
estructura abierta, como en muchas novelas experimentales. Porque el “libro
andante” registra muchas historias, y a la última se le podrían sumar otras
más, sin que ello disminuyera la calidad de lo narrado, ni se considerara que el
libro de Lingán es incompleto o fallido. De alguna manera –aunque sin el ancla
de la racionalidad articuladora del texto–, Koko
Shijam, el libro andante del Marañón tiene un evidente parentesco con el Decamerón y Las mil y una noches. Y, en nuestro medio, con el ya mencionado El universo sagrado y con Canto de sirena, de Gregorio Martínez,
libros de difícil clasificación, pero indudablemente de gran calidad literaria.
De acuerdo a la
ficción, el protagonista es un viejo aguaruna –o awajúm– errante, contador de
historias, y sus referentes corresponden a esta etnia. Sin embargo, el
narrador, en sus andanzas por toda la amazonía, ha recogido mitos, leyendas y
creencias de las diversas etnias que habitan en ella, e incluso del mundo de
los colonos, integrándolas al final con la historia más reciente de nuestro
país, de modo que se convierte en un universo trascendente a un solo grupo
cultural.
Como parece
inevitable en narraciones de contenido mítico, la obra se abre con historias
sobre el origen del mundo, del hombre, de los seres vivos y los fenómenos de la
naturaleza. Así, se presenta una serie de versiones sobre el origen de Koko
Shiham, el “libro andante”, a cada cual más singular. Se dice que su origen se
emparenta con el destino de los pueblos más viejos de la selva. “Otros
manifiestan, con increíble fantasía, que Nunkui,
La madre tierra, lo abandonó en una canasta en el río Marañón”, dice el
narrador de la novela, emparentando esta versión con la de José “el salvado de
las aguas” de la Biblia. Y continúa el narrador: “También diciendo dicen que su
padre podría haber sido Tukuis, El
señor de piedra, quien le trasmitió la vida eterna y el poder de bilocarse o
multiplicarse para poder estar en varios lugares al mismo tiempo”.
De esta manera,
desde el inicio, se van fijando las coordenadas temporales; mejor dicho, se van
descolocando los límites temporales y llevando la narración a una
intemporalidad que se irá remachando a medida que avance la narración. A
continuación, en el tercer párrafo, introduce el narrador nuevos seres, cuando
expone que “No faltan quienes afirman que es hijo de los demonios que viven en
las profundidades del Marañón y otros cuentan que su padre podría ser el
todopoderoso Cumbanama que, como se
conoce, gobierna con suprema sabiduría toda la Amazonía, imponiendo su
autoridad sobre todos los espíritus buenos y malos que habitan la selva”.
A continuación, el
narrador, con buen instinto narrativo, se dedica a humanizar el personaje,
usando referencias de absoluta cotidianeidad y simpleza. Así, lo caracteriza
como un viejo que no sabe calcular su edad ni sabe su lugar de nacimiento, pues
carece de documento de identificación, “Tan sólo lleva un papel sucio y
arrugado con su nombre, estampado con nebulosos sellos y una hilera borrosa de
lo que alguna vez fueron huella digitales.”.
Además de viejo, es muy flaco, pequeño, de hombros enjutos y ligeramente
jorobado.
Este contrapunto
de lo mítico y lo cotidiano, del personaje asociado a sucesos ocurrido en
tiempos lejanos y el viejo pícaro que vive al día, presa de apetencias propias
de cualquier mortal, y que anda errante por toda la selva, es un recurso que mantendrá a lo largo de la narración. En
consecuencia, los pasos de Koko Shijam tanto puede remontarse a la época de los
conflictos suscitados por la explotación del caucho, a fines del siglo
diecinueve y principios del veinte, como actuar en sucesos políticos recientes.
Asimismo, se desenvuelve en la selva norte, en Jaén y Santa María de Nieva,
como en plena llanura amazónica, en las márgenes del Ucayali.
En sus andanzas,
va constatando la presencia de los seres que pueblan el universo mítico de la
selva, pero integrados a sus experiencias personales. No se limita, pues, a
señalar qué se dice sobre los yakurunas,
el Chullachaqui y otros seres
legendarios, sino los presenta en circunstancias diferentes a lo que tradicionalmente
se sabe de ellos. Así, casi desde el inicio, se ve enredado con Tsunki, la sirena, hija del “Gran señor
de los Yakurunas”, ente que vive en
las profundidades de los río. La sirena se muestra en toda su belleza y Koko
Shijam, que necesita muy poco para sentirse estimulado por una presencia
femenina, va en pos de la bella mujer. En tal estado, sensibilizado al máximo,
recoge los encantos del medio:
Cuando estaba a punto de dormirse llegaron
hasta sus oídos los extraños susurros de un extraño canturreo. Estiró el cuello
y dirigió las orejas en dirección hacia donde supuso se producía esa sinfonía
encantadora. ¿Qué será eso?, se dijo. Le pareció percibir los sonidos de la selva
convocados por un shamán desde el fondo de una vasija antigua. Escuchó atónito
el diáfano coro de voces, el inconfundible silbo de las shushupes, el triste llanto del Aujú,
El ayaymama, el sonoro canto de agua de los yakurunas,
el bullicio del viento jugueteando con los bosques, el acompasado gorjeo de los
pájaros, el rumor del río conversando con el follaje verde de sus orillas, el
furioso rugido del otorongo y del tigrillo.
Instantes
después volvió el silencio.
Luego, más tranquilo, Koko Shijam concluyó
que sólo había sido el embrujador concierto de las anacondas cantoras
anunciando la nueva Yúmi tepét, la
temporada de lluvias.
Esta larga cita es
un ejemplo de los recursos narrativos empleados por el narrador, que mezcla
armónicamente fenómenos propios del bosque amazónico con actos sobrenaturales,
como cuando enumera, entre otros sonidos de la noche, el canto de los yakurunas y el llanto del Ayaymamá (seres míticos), con el rumor
del río y los rugidos del otorongo y el tigrillo, para finalmente dar una
interpretación sobrenatural al inicio de la temporada de lluvias: el Yúmi tepét. Tal descripción crea una
atmósfera de encantamiento, de puerta de entrada a un mundo que trasciende el
cotidiano.
Siguiendo la
tónica de un hecho cotidiano y banal contrastado con lo extraordinario, el
narrador salta de los signos de hastío entre una pareja recién avenida, la
curiosidad y la intrusión de terceros, y la indignación de un padre ante la
desgracia de su hija, a la composición de un drama cuyas consecuencias se parecen
mucho al diluvio universal.
De repente el cielo se cubrió de nubes negras
y un potente ventarrón empezó a soplar impetuoso. La fuerte lluvia no se hizo
esperar. Cada vez llovía más y más. Se desbordaron los ríos y la
esposa-culebra, yerta sobre el suelo, creció hasta que alcanzó la altura de las
nubes y allí desapareció. Machín fue
arrastrado por la corriente furiosa de las aguas. Su cuerpo indefenso se
estrelló contra un tronco, para luego, morir y hundirse en un amasijo de agua y
lodo. Solo Koko Shijam, como esposo de la sirena Tsunki, fue uno de los pocos que se salvó de la matanza trepando a
una palmera muy alta desde donde vio la canasta rota donde guardaba a su esposa.
Este relato de
resonancias bíblicas, adaptado al mundo de creencias amazónicas, muestra un
trasfondo oculto, pero que salta de cuando en cuando, a veces en los hechos
históricos, ajenos a la visión mítica nativa, a veces en simbiosis a primera
vista inadvertidas. Como cuando, en un recuento de espíritus malignos de la
selva: el Tunchi, el Tsentsak, el Chulla-chaqui, la Lamparilla,
el Ayapullito, el Manchumush, se intercala la Runamula. Este ser, una mujer pecadora
convertida en mula (animal no solo traído por los españoles, sino propio de
otros hábitats), es muy común en las narraciones andinas. Y si bien el autor
señala que cruel castigo a una mujer se debe al diablo, en el mundo andino, de
donde parece ser originaria la leyenda, el pecado de la mujer se debe a su
convivencia con un cura, hecho muy común en esas latitudes.
De cualquier modo,
las historias de seres y situaciones sobrenaturales se suceden una tras otra,
integradas a la vida del Koko Shijam, en la que siempre aparece alguna mujer o
ser femenino. Ellas irrumpirán en su vida para seducirlo y convivir con él,
compartiendo afanes domésticos y rutinarios, o para propiciar su iniciación en
los misterios de los shamanes, o como tema para acompañar sus andanzas. De
hecho, gran parte de las historias, están asociadas, de una u otra forma, a
seres femeninos.
Siguiendo esta
relación de la vida carnal o biográfica de Koko Shijam, se desprende otra
característica del libro: la presentación de seres y fenómenos reales de la
naturaleza, con tal detalle, que va revelando poco a poco la riqueza ecológica
de la selva. Así, de cuando en cuando, hace recuentos de peces, ríos y otros
seres amazónicos.
… bailaron acompañados por la gracia de
carachamas, paiches, boquichicos, zúngaros, bufeos y centenares de diversos
pececillos.
Así es como nacieron los nombres para los
ríos Yupicruz, Shushunga, Chiriyacu, Utcubamba, Nieva, Cananya, Santiago,
Marañón, Huallaga, Ucayali, Amazonas, entre muchos más.
En otros casos,
los animales son protagonistas de muchas historias, como el gusano, el martín
pescador, el bufeo, el maquisapa, la serpiente.
Por otra parte, el libro de
Walter Lingán no se organiza de manera lineal, empezando de los mitos del
origen para terminar en el presente,
pues recurrentemente vuelve a los orígenes de los tiempos para de allí saltar a
diversos sucesos o hechos que le interesa tratar. Así, casi a la mitad del
libro, empieza un nuevo apartado de la siguiente manera:
En
tiempos inmemoriales, contaba Koko Shijam a un grupo de colonos reunidos en la
casa del dueño del centro comercial El Chotano, Nántu, la luna, y Etsa,
el sol, eran seres humanos y vivían en el pongo de Manseriche. Frente a la casa
de Etsa tenía su casa el poderoso Kumpanám, uno de sus mejores amigos, que
hoy es el imponente cerro de quien dependen los truenos y las lluvias. En esta
montaña conocida como Kumpanám
habitan cinco Tijai, los dueños de
los cerros, que están encargados de cuidar las nubes, el agua, las plantas y
los animales.
En este punto, se advierten
claramente los dos planos narrativos que conforman el punto de vista de la
novela. Durante buena parte del relato, los hechos parecían ser contados por el
mismo Koko Shijam, sobre todo los de connotaciones míticas, pero ahora se
presenta la superposición de un narrador que sigue las andanzas de Koko Shiham
y él mismo recuenta los sucesos más fantásticos desde una perspectiva fiel a
las creencias y maneras de pensar de los diversos personajes, como uno más de
ellos. De hecho, unos pasajes más adelante, usa la primera persona del plural:
“Aunque existe la versión de nuestros antepasados…”; “Nuestros antepasados contaban
también que Etsa…”.
Bajo este doble juego
narrativo, se suceden las historias más imaginativas que se puedan imaginar,
aunque poco a poco las referencias de la situación presente se van haciendo más
extensas, y los hechos históricos recientes van adquiriendo mayor presencia.
Unas
semanas después de haber visitado el distrito de Copallín y sus diferentes
caseríos, Koko Shijam se encaminó de nuevo a Bagua. Justamente en la antigua
avenida Mesones Muro, hoy rebautizada como avenida Héroes del Cenepa, se encontró
con el periodista Juan Rojas Núñez, quien, al reconocerlo, lo llevó a los
estudios de la emisora donde laboraba y en una de las salas conversaron como
dos viejos amigos.
Sin embargo, el libro continúa
acumulando narraciones en donde, a través de los seres fantásticos
interviniendo en la historia de los hombres, van desvelando la riqueza
inconmensurable de la vida en la amazonía, de sus pueblos y sus luchas, del
destino de sus riquezas naturales, del sufrimiento, alegrías y avatares de su
gente. En buena cuenta, del destino que le espera a este mundo extraordinario,
que el libro andante, ha revelado y revelará incluso después de su
desaparición, “envuelto en un poncho de vaporosas y negras nubes”. Porque, de
acuerdo al narrador:
Todos
saben, que luego de la tormenta, aparecerá en otro lugar para contar las
historias de una nación que se resiste a morir y que sólo anhela vivir en paz,
en armonía con todos los pueblos del mundo. Entonces, Koko Shijam tendrá vida
para rato.
Larga vida, pues, para Koko
Shijam y para Walter LIngán.
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